jueves, 27 de noviembre de 2008

4 C - Testamento

A ti te voy a dejar las tierras

que el aire borró de los ojos de mi padre;

y la matanza del puerco en el patio trasero,

entre el limonero y el guayabo, aquel pánico en sus ojos

al negro matarife, fauno asesino de los pantanos de la Nueva Orleans;

también el cacharro donde mi madre recogía la sangre para después freírla.

.

A ti te voy a dejar los puentes de Babilonia,

deshechos por la guerra y reconstruidos en la memoria del misterio.

.

A ti te dejo el sueño que me despertó una mañana.

Yo regresaba a mi pueblo natal

y alguien me dejaba en su coche a la entrada del barrio.

A la izquierda un muro blanco, rugoso y chapucero

sustituía lo que originalmente dejé y no recuerdo.

Yo comenzaba a caminar al lado de esa tapia rechinante de sol,

escandalosa en su blancura,

marcando una raya negra a todo lo largo.

Luego me adentraba por la línea del tren, el campito,

los cometas y papalotes colgando desde el cielo

cual cuervos deshilachados,

y traviesa a traviesa,

hasta llegar a un hermoso lugar, algo como un lago artificial

rematado en playa sobre grava gruesa, cantos, piedras de río.

Comenzaba a entrar en el agua,

y entonces me daba cuenta que aquella era la poceta

a la que siendo niño nunca me habían dejado ir.

A ti te dejo el desconcierto de una noche en la que regresé a ti, ciudad

que me viste marchar para no volver jamás.

.

Y todo cuanto dejo de forma carece,

solidez no tiene, fuego no quema,

pues trémulas las cenizas se asientan en el fondo de mis ojos,

pesado sueño, eterno ya.

.

© 2006 David Lago González

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