A ti te voy a dejar las tierras
que el aire borró de los ojos de mi padre;
y la matanza del puerco en el patio trasero,
entre el limonero y el guayabo, aquel pánico en sus ojos
al negro matarife, fauno asesino de los pantanos de la Nueva Orleans;
también el cacharro donde mi madre recogía la sangre para después freírla.
.
A ti te voy a dejar los puentes de Babilonia,
deshechos por la guerra y reconstruidos en la memoria del misterio.
.
A ti te dejo el sueño que me despertó una mañana.
Yo regresaba a mi pueblo natal
y alguien me dejaba en su coche a la entrada del barrio.
A la izquierda un muro blanco, rugoso y chapucero
sustituía lo que originalmente dejé y no recuerdo.
Yo comenzaba a caminar al lado de esa tapia rechinante de sol,
escandalosa en su blancura,
marcando una raya negra a todo lo largo.
Luego me adentraba por la línea del tren, el campito,
los cometas y papalotes colgando desde el cielo
cual cuervos deshilachados,
y traviesa a traviesa,
hasta llegar a un hermoso lugar, algo como un lago artificial
rematado en playa sobre grava gruesa, cantos, piedras de río.
Comenzaba a entrar en el agua,
y entonces me daba cuenta que aquella era la poceta
a la que siendo niño nunca me habían dejado ir.
A ti te dejo el desconcierto de una noche en la que regresé a ti, ciudad
que me viste marchar para no volver jamás.
.
Y todo cuanto dejo de forma carece,
solidez no tiene, fuego no quema,
pues trémulas las cenizas se asientan en el fondo de mis ojos,
pesado sueño, eterno ya.
.
© 2006 David Lago González
No hay comentarios:
Publicar un comentario