viernes, 31 de octubre de 2008

La mano (Antonio)

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Antonio's hand01

© David Lago González / Digital Art. 2008.

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La mano era amplia, grande

―"heredada de mi padre", dijo―,

como España toda, o más: como Australia.

La isla más grande del mundo rodeada toda de agua,

en mitad del infinito, el azul infinito

que es un misterio para el hombre

que no sabe calcular hasta dónde se extiende

por la rosa náutica,

el hombre

que no sabe imaginar hasta dónde baja

por corales que pierden su armonía

a la sombra de monstruos tenebrosos.

Las yemas romas, las uñas como roídas por el tiempo...

Llegado el segundo fugaz del fin del mundo

la mano buscaba la mía como si de pronto perdiera la vista,

todo oscuridad o todo luz,

y apretándola, ciñéndola a la muerte que es vida,

repetía mi nombre.

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(Madrid, 10 de diciembre de 2007)

© David Lago González, 2007.

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Antonio's hand02

© David Lago González / Digital Art. 2008.

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domingo, 26 de octubre de 2008

La lavandería

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Lava la ropa sucia. Limpieza exterior,

ética. Etérea materia de la cochambre,

oportunidad. Futuro abrillantador.

Ojos verdes relucientes sobre piel de quemada arena.

Labia del berebere espabila’o, que diría Lorca resucitado.

Yo iré a Santiago, en un carromato informe

o con las maneras de una oruga y no por ello gusano,

con mil negros y una tumbadora, la vianda

convertida en una pepita de oro,

el pingajo de la visita tomando un refrigerio de mamey y marañón

y mi mulato ceniciento: yo iré a Santiago.

Ah, tú tienes lavadora, ¡qué magnífica ocasión!

Y qué “bonito” escribes, la hermandad hispano-cubano

nos amancebará sobre la página en blanco y sobre la blanca sábana.

También a lo largo de las sabanas camagüeyanas,

rica en haciendas portentosas y cursilerías pequeño-burguesas.

Las mismas de la nostalgia del exilio,

que no se quiere ensuciar con la conciencia.

No hay culpa ni perdón: mejor, así no nos complicamos.

Cambia el tiempo: hoy nieva y mañana llueve en demasía.

Todos somos hermanos; incestuosos, pero hermanos.

Yo me tiro hasta a mi madre, como Vargas Vila.

Pero yo estoy en la parte dura, en el lado salvaje de las rebajas de enero.

Aprovecho la ocasión y lavo hasta la ropa que llevo encima.

Me siento frente a ti, con mi aldaba de oro quemado reposando sobre el cojín.

Cojín y cojón, ¡que venga Servando Cabrera Moreno a eternizar con su trazo

la sombra alargada y profunda de este creyón!

Ah, maricón, qué bonito escribes...

Papeles, gacetas cual gacelas, portadas aliñadas en Photoshop.

Practiquemos el doggie como buen bugarrón, luego te diré un versito, dame dinero,

una cátedra, alguna conexión en el Instituto Iberoamericano de Cooperación.

Serás el primero cuando construya el árbol del amor

entre nuestros cuerpos hermanos, nuestros fluyentes dorsales

que son Madre Patria e Hijo Fiel, rol daddy & son,

malecones de una misma mar: ¡a Santiago me voy!

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(enero 2006)

© David Lago González, 2006

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© 2008, David Lago González / Digital Art

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domingo, 19 de octubre de 2008

Correr sobre la nieve

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Aquí

seguimos como allá,

murmurando en casa

la otra parte de lo que decimos fuera.

No sé si es inercia

o la suma de innumerables virus para los que no hay antídoto.

Una mala costumbre, la vuelta al abejeo de las corralas

o síntomas de un deterioro adelantado.

Mejor cobrar en dinero, ese metal ya sin metal que todos adoramos,

a ser pagado con un destino en los ferrocarriles, o una posición

incómoda pero soportada por la resignación: la brisa quema

en lo alto de la silla desde donde se vigila el paso de los cruceros

donde otra vez se enamoran los más hábiles.

Con cuánta facilidad el cuerpo soporta una prenda más,

la piel se arruga bajo tantas capas

sin que el sol la curta en invierno o en verano

ignorando el placer que se siente

corriendo totalmente desnudo sobre la nieve.

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(Madrid, 19 de octubre de 2008)

© David Lago González, 2008.

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martes, 14 de octubre de 2008

Cuando sea mayor

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Cuando sea mayor, quiero ser intelectual,

pero no como Messié Julián, que además era “chic”,

tocaba el piano y todo el mundo sabía que

recibía el correo cubierto por un batín de seda verde.

Quiero tener la voz profunda, el andar pausado,

dominar la escena sin atragantarme con la oliva del martíni seco.

Y muy importante, quiero unificarme,

porque un ilustrado sin una unión detrás

nunca tendrá cabida en la nueva constitución.

El armisticio ya está pactado,

y se zapa desde siglos atrás el tono neutro

y sosegado, el olor del habano, el humito diabólico del café,

el encuentro atenuado del desencuentro,

ya sea en barraca o en una tacita de plata.

Ah todo viene tan bien... Ni siquiera

tienes que quitarte tú para ponerme yo: espacio

sobra,

como sobra Gorki después de usado bien,

al fin y al cabo el mismísimo Máximo escribió antes su propia historia,

y ése era otro docto unificado.

En todo caso, apañaremos un huequito en los libros de la academia

para las novísimas palabras del idioma que evoluciona,

como evoluciona

la mentalidad

de la intelectualidad.

Qué poética tan poco apalabrada, pensará Julián

si está despierto, pero pongamos a Dios de pretexto

para que no se vuelva a poner ese batín que le torna tan sujeto

al desorden y el relajo entreverado como una masa del puerco.

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Cuando sea mayor, quiero entonar mis versos

como un jilguero a lo Neruda, con voz presente pero lejana,

que eso da un eco como ausente.

Sencillo y sincero como en el léxico oficialista,

como si ambas cosas juntas sugirieran la discordancia

en otro lenguaje oficioso.

Espero, de mayor, leer lentamente

porque pensaré que la empleomanía no es

lo suficientemente sagaz como para seguirme.

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Cuando sea mayor, quiero ser mujer

y vestirme de hombre, a lo George Sand,

para luego casarme con un hombre como Oscar Wilde,

de lánguida mirada bajo los párpados caídos

que esperan lo inevitable del juicio: la terrible sentencia

del déjamelo ver Carlota-que no te lo enseño Juan.

Y luego, cuando ya todo sea bala viril, pétalo febril,

ingresar en el ejército rebelde

cuando deje de existir el bien y el mal

y los imperios de antaño sean las colonias de las colonias

que, unificadas como el intelecto,

dominarán al universo con una palabra y un gesto,

un gesto que no diré cuál, para mantener el “suspense”

y no el “suspenso”, aunque sí suspendido

el arco bucal en ese instante en que la garganta

argumenta un “¡aaaaaaaaaaahhhhhhhhhh!” quedo y prolongado.

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Cuando sea mayor, no quiero ser como yo.

Quiero ser intelectual, con ese intermedia y erre al final.

La barba dejarla crecer, y, si blanca no es,

decolorarla a la fuerza para conseguir ese efecto

que ya Bellow, en los 50, definía como “intelectualización de la imagen”,

y que afecta por igual al burgués melindroso

y al amanuense sudoroso de la fábrica de neumáticos.

Respuesta tener para todo, y mil colores de chaquetas,

que los tiempos son rameras disfrazadas de beatas

que en un

plis

plas

cambian el misal por el manual.

Ah, no ser nunca, de mayor, docta de cabaret como Madame Bacallao,

ni mucho menos “chic” y cantar baladas en el Monsegnor,

para no caer en la tentación de ponerme el batín de seda verde

que con descuido Messié Julián se tiraba sobre los hombros

para franquear la entrada a las buenas y malas del correo.

Y yo lo sé bien

porque mi primo Miguel Sotolongo Glez era cartero

y llevaba hasta su puerta las cartas de sus ahijados.

La oscuridad sonreía traviesa en las tinieblas

su luz conspicua y rechinante, y él bajaba del Foxa en un lift súper-rápido.

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© David Lago González, 2008.

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lunes, 13 de octubre de 2008

a mess of blues

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A mess of blues

Lays along me at the end of the night

As a bunch of sheets drowning me into dark

I cannot take it off of my eyes

Even when I open them to dream of idiot’s tomorrow

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(C) David Lago-Gonzalez

sábado, 11 de octubre de 2008

One more cup of coffee... for the road (Bob Dylan)

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Una taza más de café...

antes de marcharme. Ven. Tráela

a la cama, como si fueras mi madre

en aquel viejo pueblo cubano

que esquivaba a Henry Morgan y sus piratas,

cuando todavía el aroma del galán de noche

quedaba prendido de las estrellas escondidas de la mañana.

Como las palabras de Saint-Exupery,

las cosas importantes

no eran visibles a los mortales,

pero allí estaban, viajaban de la cocina a mi cuarto

sobre la crema color tabaco

pegada a los bordes de la pequeña taza.

Mezclo las imágenes. Mezclo la realidad

con lo que pienso en silencio.

Aquel café carecía de crema, los cremosos son los de ahora.

Pero yo le añado un poco como si fuera azúcar,

licor de naranja amarga,

o tu pezón gravitando sobre mi boca... ding

dong

ding

dong...

péndulo de mi alegría y mi fulgor

péndulo de mi agonía

reloj de mi silencio

manecillas del laberinto que se pierde

quién sabe dónde

quién sabe cuándo

quién sabe qué

tengo tantas cosas que tú no tienes

tantas cosas inútiles.

Tanto pasado...

que ya ha pasado. ¿Ves? Ya terminé de beberlo,

el café,

de

la

taza

al papel,

y ya se fue, y ya te fuiste,

pero como aquel pasado deshabitado

amaneces conmigo, mi secreto inolvidable,

escondido olor a contrabando,

calla..., no, no se lo digas a tu mujer.

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(Madrid, 7 de julio de 2007)

© David Lago González, 2007

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jueves, 9 de octubre de 2008

No maldigas, payo

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No maldigas, paya...

(“La bien pagá”)

No maldigas, payo,

nublando con el fundamento de la rala ciencia

la alegre maravilla del milagro,

que, si milagros no hubiese...

ay, dime cómo explicas tú en mis días tu presencia;

que la vida en asépticos laboratorios no se cuece,

sino que en misteriosas ecuaciones se resuelve.

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(Madrid, 2 de marzo del 2001)

(C) David Lago González, 2001.

Tributos (Agradecimientos)

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NOTA DEL BLOGGER: Mi libro "Tributos" comienza con dos hojas dedicadas a los agradecimientos, o a agradecimientos que en el momento de escribir los poemas y compilarlos creí que eran los que debía y quería reseñar. La vida no terminó allí, de modo que si actualizase esa lista, hoy sería mucho más larga. Pero el poemario no se continúa, así que los agradecimientos posteriores van implícitos en otras muchas más cosas escritas y vividas.

Habrá quien piense si el hacer un blog con mis textos está dictado por la vanidad o la locura. Desde hace tiempo decidí NO pagar por lo que escribo, tenga la calidad que tenga, así que no volveré a cometer "pecado de eufemismo" al decir que he sido publicado por tal o cual editora cuando ello verdaderamente quiere decir que he pagado por la publicación de lo que he escrito. Tampoco contribuiré, pues, al eufemismo del "mecenazgo" literario de lo que todos llaman "exilio". Así que aquí he comenzado a ponerlo todo, todo lo que queda. Creo que es la tercera vez que lo pierdo todo: la primera, cuando la funcionaria de la Reforma Urbana echó la llave a nuestra casa el 5 de marzo de 1982 y nos quedamos en la calle para dos días después aterrizar en Barajas, y dos veces posteriores en estos cajones sin fondo llamados ordenadores.

Así, pues, antes de que siga perdiendo partes de mí, dejo aquí estos

Agradecimientos

La primera persona que me sugirió que podría tener ese cierto don que, con el tiempo, el ejercicio, las experiencias ―y la disciplina que nunca he practicado―, ofrecía una remota esperanza de que tal vez un día llegara a escribir algún verso que pudiese ser mínimamente respetable, se llama Emilia Sánchez Herrera. Sin ella, y sin la coincidencia de que el destino nos haya unido en los primeros tiempos de nuestra adolescencia y juventud a Carlos Victoria Olivera y José Rodríguez Lastre (Nikitín), creo difícil que el resultado final pudiese ser hoy el que es. Y no digo que sea bueno o malo, sino que simplemente sería otro muy distinto.

Antes de ellos, el germen de tanto desorden lo pusieron dos personas: Agustina González Fagundo (Agramonte, Matanzas, 1910-Madrid, España, 1995) y David Lago de la Fuente (Freituxe, Lugo, 1895-Camagüey, Cuba, 1978), que, curiosamente intercambiaron los lugares de nacimiento y muerte como si se hubiese tratado de un acuerdo para unirlos más. Fueron mis padres. A ellos debo la mayor parte de mis virtudes y la menor de mis defectos porque me dieron, con todos sus esfuerzos, lo mejor del amor que sabían y podían dar. Fueron pacientes con mis errores y generosos con el amor que sólo en parte pude y supe devolverles, y de uno y otro, la inteligencia, la sensibilidad, la elocuencia, el mutismo, la diplomacia, el misterio, lo que supe y lo que nunca conocí, conformaron en mí un carácter que paulatinamente se ha ido reflejando en mis versos, en mi modo de ver y aceptar el mundo y sus consecuencias.

(...)

Y por último, aunque suene extraño y paradójico, a la Revolución Cubana, fracaso al que agradezco la abolición de la enseñanza de la urbanidad burguesa; la prohibición de heredar, que tantos problemas provoca en las llamadas "democracias"; el quitarnos todo lo material que poseíamos; el habernos hecho coincidir a todos los que he nombrado y a todos los que son imposible de enumerar; el habernos despojado del material subjetivo que desgarradoramente hemos sustituido o intentado reemplazar con una fuerza que cada cual se ha inventado según sus posibilidades; e incluso, hasta la represión sexual, de opinión, de pensamiento, de acción, que nos ha provisto de otra óptica y otra valoración de la vida. En fin, por haber cambiado el curso de nuestras vidas, y quizá, quién sabe, el de nuestras muertes.

(c) David Lago González

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domingo, 5 de octubre de 2008

Concierto de rock en Camagüey (Locomotiv GT-III & Kovács Kati)

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(c) Peter Fry Photography

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a Elio Poblador

¡Prohibido prohibir!

El lobo estepario ruge tan cerca que se hace lejos para el tiempo y la distancia

con que la fugaz juventud apremia en esta sala desconchada,

desteñida por la voracidad de tantas pequeñas historias miserables

que anulan la heroicidad de las épocas gloriosas

con que sueñan los ángeles y el populacho, igual que sueñan Daniel Cohn-Bendit

y los chicos traviesos que no asisten al Sacré-Coeur.

Luego,

cuando escribamos este poema,

sabremos que nunca tendremos a quién contarlas

ni nadie a quién le importe de veras conocer la verdad de este teatro,

cuánta suciedad se agolpa tras las bambalinas, por los vericuetos

que conducen a los camerinos y las catacumbas

donde se ensaya la última obra de Pedro Castro.

Luego

sabremos que un día me dirán que yo nunca estuve aquí.

Luego

nos mirarán con desprecio cuando yo diga que para nosotros

la sangre del héroe no fue más que una palmada y un estribillo

y avalanzarnos contra el proscenio bailando como danzan las tribus alrededor del fuego

una noche en que la policía con sus porras y los veladores con sus linternas

intentaron mantenernos sentados sobre las butacas aterciopeladas del Teatro Principal

mientras la locomotora alzaba hasta la cúpula las nubes redondas del carbón.

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Locomotiv GT-III

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(Madrid, 31 de julio de 2000)

© David Lago González, 2000.

NOTA DEL BLOGGER: En la primera mitad de los años 70 los grupos de rock y cantantes húngaros eran muy buenos, y tanto como podían ser los occidentales ("occidentales", en música, para nuestro grupo y para una buena parte de la juventud cubana, estaba circunscrito solamente al habla inglesa, Estados Unidos e Inglaterra). El bello idioma húngaro era lo suficientemente melodioso como para compensar que no cantaran en inglés.

Kati Kovács y Locomotiv GT-III los presentaron en un teatro, el Teatro Principal, cuando verdaderamente eran más adecuados para un auditorium o un stadium. Posiblemente los organizadores cubanos no tenían ni la más mínima idea del tipo de música que interpretaban. Aunque es de señalar que el teatro estaba literalmente tomado por la policía.

Creo que sonando apenas la tercera canción, ya algunos chicos comenzaron a ponerse en pie y a moverse en el mismo sitio de sus asientos. Los "acomodadores" y la policía se pusieron muy inquietos y comenzaron a golpear con sus linternas y sus porras en los brazos de los asientos ordenando que nos sentáramos. E inmediatamente, al unísono, hubo como una respuesta masiva y nos avalanzamos todos al escenario bailando y gritando. Las fuerzas del orden se inhibieron.

Fue una hermosa desobediencia juvenil y esa noche, al salir del teatro, todos nos sentíamos un poco más personas.

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jueves, 2 de octubre de 2008

In fraganti

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Esta mañana Pepe, mi médico, me preguntó si estaba triste.

Yo me estremecí ligeramente, sorprendido

por tan inusual pregunta en un hombre de ciencia.

Rápidamente respondí que no, un poco a la defensiva,

como si me hubiera pillado in fraganti.

Parece ser que así fue porque me quedé pensando,

valorando lo más profundamente que podía

si en realidad estaba triste;

y en ese momento no supe precisar con exactitud

qué era la tristeza.

Yo estaba como extrañando algo que todavía no había sucedido.

Estaba pasando la mano sobre la piel dolorida

sobre una costilla que aún no se había quebrado.

Estaba conteniendo la sangre

de una herida todavía no hecha.

Después rectifiqué y dije: “bueno, no sé.

Me veo como en un andén despidiendo un tren que parte,

un tren de los de antes, de locomotora negra y humo,

y en una de sus ventanillas viajo yo, parto hacia alguna parte,

pero al mismo tiempo estoy en el andén.

El maquinista tira de la sirena,

y el ujier hace sonar su silbato.”

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Madrid, 2 de Octubre de 2008.

© David Lago González, 2008.

Dios nos ampare

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Cuando era niño, mi madre contaba

que las mujeres, al pegarse candela, comenzaban a cantar

como los ángeles.

Imaginaba ella que sólo así podían mitigar

el dolor que el fuego esparcía por sus carnes.

Había otro tipo de mujeres, decía ella,

que esperaban a que sus maridos

estuvieran bien entrados en el sueño de la siesta

para regar abundantemente sus cuerpos medio desnudos

con el agua pesada del luz brillante,

rascar un palillo de fósforo contra la lija

y lanzarlo hacia aquel bulto que quería huir de la duermevela.

Yo imaginaba que esto sucedía en un pueblo de campo.

Yo imaginaba que la segunda mujer tenía que ser muy rápida

para lograr hacer todo aquello a un mismo tiempo,

y salir corriendo descalza hacia la cocina de la casa.

El suelo de la primera habitación de la casa,

donde la primera mujer y la segunda jugaban con el fuego,

era de losetas también abrillantadas por el kerosene.

Pero a medida que corría hacía atrás (la segunda mujer)

el suelo iba haciéndose de tierra,

y en la cocina terminaba siendo tierra colorá de la zona de Cubitas.

La primera mujer cantaba que hacía muchos años

una mujer había matado a su marido mientras dormía,

y su voz era cada vez más fina,

como un pabilo espigado hacia el cielo.

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(Madrid, 2 de Octubre de 2008)

© David Lago González, 2008.