viernes, 16 de mayo de 2008

Elogio del silencio






No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.

Luis Cernuda




Cuando nos entreguemos al amor, o a esos malabarismos
que suelen hacerse sobre las sábanas de una cama
--da igual mentir que ser mentido: si la copia es tan buena como el original
el éxtasis de la contemplación satisface lo mismo--,
por favor, calla lo más posible, ya sean veinte minutos o cuatro horas,
pero deja que el silencio ponga su bella maquinaria en marcha
y permíteme que transite por tu cuerpo
como si me adentrara en un bosque que nunca llegaré a conocer del todo.
Desde la adolescencia hasta los tiempos más cercanos del presente,
estos oídos han sido sordos testigos de tantos disparates y tantas incongruencias
que de recordarlos todos hoy superaría con creces el mal gusto de Bukowski.
Insultos,
amenazas,
fuerza en las cosas,
hurtos,
engaños,
juramentos de una entrega desmedida,
promesas de felicidad,
vulgaridad,
presunciones de realización,
cuchillos en la carótida,
baratijas de la cursilería,
ataques aterradores contra alguna parte codiciada del cuerpo,
transmutación de la realidad,
la dureza fría del terrazo clavada en las costillas,
fidelidad certificada,
aburrimiento,
síntomas de desorden,
parlamentos ingeniosos,
rigidez de una realidad contenida,
aromas tan imposibles como el pachulí agrio de las axilas,
y palabras, palabras, palabras,
palabras de amor, palabras de pasión,
elogio anatómico, elogio amatorio,
órdenes,
y palabras, palabras, palabras,
palabras de lo imposible y lo probable,
palabras de la falsedad más transitoria o más definitiva.

En cambio, tú nunca me has dicho que me amas ni tampoco lo has negado;
jamás tu boca se ha desbordado en frases de hueca intensidad,
y es por eso que más que todo aprecio tu parquedad;
y es por eso que cuando al terminar
y algunas veces sonríes, me siento recompensado,
y es como vivir el amanecer sobre el horizonte de algún trópico,
y yo que los he visto sé de lo que hablo y sé que esta frase
me acerca peligrosamente al oropel que evito, que critico y del que huyo.
Por eso te pido que no te prodigues demasiado:
debo cuidar mi vocabulario con esmero
y cultivar, como tú, la verdad misteriosa del silencio.

(Madrid, 20 de Julio de 1999)
©1999, David Lago González

miércoles, 7 de mayo de 2008

En San Michelle, con Iosif






Ah, gospodin, estamos aquí, al fin.
Nada molesta cuando hablas,
aunque parezca sin sentido el nácar de la rosa al perfil de la muerte,
llenas ambas de presencia y de humo,
pero también de alma una rara suerte.
Eso las une, quizás, en un extremo
forzado por circunstancias imprevistas.
Déjame, por favor, pasar la noche
bajo las estrellas que animan el cielo de San Michelle;
viajo solo de una isla a otra sobre esas aguas de desigual contexto,
y los vaporetti acentúan con tanta crueldad
mi retraimiento de Ítacas derramadas... que sólo te pido
las pocas horas que faltan para que las verjas abran.
Luego me perderé entre esas viejas damas sofisticadas
que vienen a mordisquear la historia, los mármoles,
y esas otras palabras que aún el cincel incierto del azar
ni han esbozado siquiera sobre Carrara.


©2005, David Lago González