miércoles, 7 de mayo de 2008

En San Michelle, con Iosif






Ah, gospodin, estamos aquí, al fin.
Nada molesta cuando hablas,
aunque parezca sin sentido el nácar de la rosa al perfil de la muerte,
llenas ambas de presencia y de humo,
pero también de alma una rara suerte.
Eso las une, quizás, en un extremo
forzado por circunstancias imprevistas.
Déjame, por favor, pasar la noche
bajo las estrellas que animan el cielo de San Michelle;
viajo solo de una isla a otra sobre esas aguas de desigual contexto,
y los vaporetti acentúan con tanta crueldad
mi retraimiento de Ítacas derramadas... que sólo te pido
las pocas horas que faltan para que las verjas abran.
Luego me perderé entre esas viejas damas sofisticadas
que vienen a mordisquear la historia, los mármoles,
y esas otras palabras que aún el cincel incierto del azar
ni han esbozado siquiera sobre Carrara.


©2005, David Lago González


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