domingo, 28 de junio de 2009

Los Plomos

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pozos

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Regreso a Los Plomos.

Dispongo de mi libertad para rechazarla.

Yo mismo abro la cerradura de mi celda,

yo mismo la cierro desde dentro

y entrego el manojo de llaves a Lorenzo;

así le ahorro trabajo, y guía no es menester

pues de sobra me sé los húmedos avernos del fatum.

Pobre Lorenzo, bruto entre los brutos, simple,

sin más goce en la vida que mercadear con la muerte.

La existencia mía depende de mi guardián, y la suya

de la mía: una alimenta la otra y eso nos hace iguales,

o al menos prescindibles para el resto de los mortales,

porque si en su descuido desaparezco, también él será fantasma de las mismas mazmorras,

y con él el sustento de su familia,

y su mujer se dará a los hombres

si no encuentra peor veneciano

que quiera hacerse cargo de cuerpo usado.

Aquí tengo mis enseres y mi cama; gusto

recostarme al maderamen del dosel mientras escribo estos versos,

suaves plumas de oca bajo mi trasero: lejos ―por suerte―

están todavía los tiempos presentes en que la prisión te priva también de tus pertenencias

y quedas a merced del cuerpo y del alma,

y de ese molesto ruido entre ambas llamado “mente”.

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Arriba, vulgares japoneses siempre delicados, sin feudo ni espadas,

pisotean el hermoso pavimento de Piaza San Marco

mientras gondoleros a la espera se mofan bajo el sombrero del dialecto.

Y en el Gran Canal se escucha una motora, ensordeciendo

el picotazo de los remos cuando rompen el agua

sumergiendo y sacando su cabeza de madera sin pez en la boca,

sin vida en la muerte.

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(Madrid, 3 de abril del 2001)

© 2001 David Lago González

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domingo, 21 de junio de 2009

Sólo una canción para el domingo

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Ven aquí,

donde tus oídos no pueden escuchar el ruido del mundo.

Ven aquí y cierra tus labios.

Sólo quiero el rumor que sale de tu pecho.

Tengo para ti palabras que se igualan al oro,

cómo descubrirlas a otros... Nadie

sabrá quién eres; no te preocupes,

sé guardar los secretos:

es lo único que quizás he estado haciendo toda mi vida.

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(Madrid, 2 de julio de 2006)

© 2006 David Lago González

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sábado, 20 de junio de 2009

Los versos en mis labios

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Los versos en mis labios

guardan los nombres indelebles de la risa.

En secreto asoman por las comisuras

y se confunden entre ellos, adulterando la historia

de qué sirvió para la ocasión de su descubrimiento.

Unos vinieron de fuera, prendidos a otras bocas;

otros nacieron en el silencio de esos enormes ruidos,

atronadores presagios de un mundo por terminar.

Y todos brotaron y cayeron como el propio mundo,

con la indeferencia debida,

y con la leve y plácida sombra de la satisfacción.

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(C) 2008, David Lago González

(Madrid, 25 de julio de 2008)

domingo, 14 de junio de 2009

Un bolero fallido

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NOTA: Este poema, estoy casi seguro que fue escrito inicialmente con anterioridad a la fecha que se indica. Tanto éste como otros, pertenecen a un grupo de poemas sueltos, que nunca conformaron nada parecido a un todo a pesar de que parten de una experiencia común, que se remonta a cuando conocí la primera persona en mi vida allá cuando tenía trece o catorce años (en el actual mundo tan genatiloso y tonto, lo dicho se enmarcaría dentro de los inciertos límites de la pederastia --yo, entonces, como víctima infeliz e inocente que, si no "sabía" en toda su magnitud, al menos sí buscaba, incitaba y jugaba con el atractivo misterio de lo ineludible).

Son poemas con los que nunca quedé satisfecho (por el contrario de la experiencia de la que partieron) y a los que repetidamente volví a lo largo del tiempo (al igual que con la persona que los motivó).

Éste, en particular, juega con la nocividad del bolero. El bolero es una mala medicina por su alto grado de toxicidad y nocividad inmediata y a largo plazo. Son trágicos, pero tremendamente "camp" aunque nunca tan cursi como la copla. Por suerte podemos contar con las grandes cantantes trágicas y los melancólicos cantores de esa música encantada denominada "brasileña". Pero ése es otro tema.

Ahora, hoy, quiero dedicar este poema a un grupo de personas que sé que gustan del bolero, y le admiran, y le sienten, pero, como entre ellas hay rencillas y enemistades, prefiero omitir los nombres: ya cada cual se sabrá aludido.

El autor.

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Hablas: haces bien.

Mejor es que las palabras quiebren

la blanca línea por la que tus labios vuelan.

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Callas: haces bien. Porque mi voz

procura entonces un bolero fallido, y aun perdido el tono,

tu silencio me hace creer que nadie mejor lo ha cantado.

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Si me amas, hiciste bien en besarme

cuando las sombras a las sombras en silencio se entregaron.

Si un brusco giro de la noche hacia otro rumbo te ha llevado,

bien hecho en alejarte: no merece mi paso trémulo andar a tu lado

cuando débil el guardián no sabe defender de las tinieblas

esa luz que dan los besos.

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Y si no atiendes mis versos ignorando su existencia,

qué bien haces: no soy un bardo sin igual para de esa forma elevarme.

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Pero si regresas, si dices que aún entre tus labios

apresado está el gesto de los míos,

no sabes entonces tú el mal que haces,

porque sabiendo yo con qué palabras juegan los boleros,

dejaré deshacer en mis labios el gesto,

cuando después de haberte amado, enmudeciendo bajo el silencio,

de mis brazos te despida con desprecio.

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(Camagüey, Cuba. 1977)

© 1977 David Lago González

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viernes, 12 de junio de 2009

El poeta y el comandante (Cocktails for two)

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a la memoria de Virgilio Piñera

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Los cadenciosos viajes en calesa por las calles empedradas de Cárdenas deben haber grabado en su corazón la fragilidad del aire. Ese corazón siempre saltando dentro a cada pisada del casco del caballo sobre el adoquín; ese pálpito al resbalar la herradura contra los cantos de la calzada; el relincho súbito; el ¡arre! impetuoso del cochero; la posibilidad siempre existente y temida de que los goznes se desprendiesen o de que el caballo se encabritara, y el olor mezclado de las dos bestias que tiraban del coche, deben haberle supuesto un paisaje de atracción y miedo que nunca desapareció de sus ojos.

Artífice mayor del teatro, que nunca supo actuar, siempre supo ser la mariposa inerme y el botín de los coleccionistas de primaveras exuberantes.

Artífice mayor de la poesía, supo como nadie dejar sobre el papel para el antes y el después la definición del amor y la repulsión que contra la piel de muchos deja la resaca de un mar que nos invade, nos ahoga y nos salva, unas veces con la silueta inapresable del agua, otras con el peso abrumador de un cuerpo, y tantas otras en la multitud que nos sentencia con su música y su sangre, y que es pasión y dolor, amor, muerte, odio: simple arena sobre la que se asienta el desierto.

"Contradicción de las contradicciones", como diría Lezama.

Al Buenos Aires de los 40 huiría intentando romper "la maldición de verse rodeado de agua por todas partes" y junto a Gombrowics compartió "piano, estera y velador", algún que otro mate, algún que otro porteño; y alguna noche, después de mucho tiempo, regresó al mar como Ulises retornando a Ítaca, pero Ítaca seguía siendo aquella isla que pesaba tanto, porque todo parece cambiar pero en el fondo todo sigue siendo igual, y las islas son como los hombres: se visten para salir a la calle y se desnudan de piel y alma, Virgilio, cuando se te meten en la cama.

Pronto volvió a ser la endeble mariposa de la poesía encubriendo su fragilidad tras el atrezzo del teatro. Botín de los coleccionistas de primaveras trémulas, a su casa de Santa Fe llamaron en "La Noche de las Tres P"*.

Y quizá pensando incluso que el mar era otro, asistió al cóctel oficial al que le habían invitado, arregladito como un principiante de Cárdenas, sonriente pero siempre temeroso de que el caballo de la calesa se encabritara. Cercana la medianoche, hizo su entrada un hermoso y aguerrido porteño que con tono bien audible preguntó por qué tenía que compartir su sitio con semejante maricón.

El comandante podía leer a Nietzche, pero nunca jamás podría comprender "La isla en peso": para empezar a entenderla hay que verse y sentirse "rodeado de agua por todas partes".

El cóctel se reanudó después de la expulsión de la indiscreta mariposa que por una noche había osado pensar que el mar era capaz de cambiar.

Luego se refugió en su flor a jugar a las cartas con viejas damas de El Vedado.

Salía poco, y temblaba. Su palabra era débil, y temblaba.

Y murió un día, como mueren las mariposas, de tanto temblar ante la fuerza del viento.

Todo el polen que almacenó de las flores de la vida y la muerte fue puesto a buen recaudo. Por todas partes pululan coleccionistas ávidos por clavar alfileres sobre las alas; puede que ni siquiera piensen en el dolor de la mariposa que acaban de añadir a su libro de insectos disecados.

-o-

Cada vez que veo la mirada al viento sobre los pechos ignorantes pienso en aquel cóctel para dos de hace tantos años: entre el comandante y el poeta, me reservo el hacedor del silencio.

Nunca ondeará sobre mi pecho una camiseta con su rostro de viejo pánico, pero dentro de mis oídos siempre escucharé su trémula voz en sordina intentando no desatar las furias del vecino de abajo.

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(Madrid, 20 de Abril de 1999)

© 1999 David Lago González

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NOTA DEL BLOGGER Y AUTOR: Sobre el incidente entre el poeta y el comandante, o más bien lo que el comandante dice sobre el poeta, he escuchado varias versiones. Una se refiere a un libro del poeta sobre el "bureau" del comandante, pero ¿quién iba a dejar un libro de Virgilio PIñera en el despacho del Che Guevara? Suena un poco absurdo. Así que por razones menos absurdas y más obvias, preferí esta otra versión que hace coincidir a los protagonistas en un "cocktail" en los tiempos de la "early Revolution".

*"La Noche de las tres P" es el nombre por el que se conoce la primera gran redada de la era revolucionaria. Las "tres P" vienen dadas porque "la recogida" iba dirigida contra Putas, Proxenetas y Pederastas (entendiéndose por "pederastas" los homosexuales masculinos; Cuba nunca fue un país tan civilizado como los norte-europeos donde el índice de las desviaciones sexuales es casi proporcional al concepto de "desarrollado".)

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