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Los versos en mis labios
guardan los nombres indelebles de la risa.
En secreto asoman por las comisuras
y se confunden entre ellos, adulterando la historia
de qué sirvió para la ocasión de su descubrimiento.
Unos vinieron de fuera, prendidos a otras bocas;
otros nacieron en el silencio de esos enormes ruidos,
atronadores presagios de un mundo por terminar.
Y todos brotaron y cayeron como el propio mundo,
con la indeferencia debida,
y con la leve y plácida sombra de la satisfacción.
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(C) 2008, David Lago González
(Madrid, 25 de julio de 2008)
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