miércoles, 31 de marzo de 2010

Paranoia

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André Kertész - Budapest, Hungary, November 1914

 

André Kertész - Budapest, Hungary, November 1914.

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Envejece mal, y además es pobre.

Escribió una mano viperina lánguidamente maligna

a la sombra de unos árboles

donde los adictos hacen sus transacciones con los mercaderes.

Como una rosa tatuada, escribieron esa frase sobre mi pecho.

Me sentaron a la mesa de una terraza en la Plaza de Tirso de Molina

atendida por un par de aves criollas de corral que allí trabajan

de meseras y se lanzan las órdenes una a la otra

con acentos de lodazal y palabras carcomidas por el mal uso.

Me sentaron allí un par de veces: una, yo solo;

la otra, me acompañaba una persona que venía del extranjero

y olía a piel empercudida de tabaco, alcohol y noche loca.

¿En cuál de las dos ocasiones argumentaron la escena?

Envejece mal, y además es pobre.

Sí, son dos pecados de los cuales no me puedo defender.

Describían todo el paseo, cómo

me sentaba en uno de los horribles trozos de hormigón

que hacen de incómodos bancos, cómo leía el periódico,

cómo tomaba el café. O la cerveza.

Me llamaban triste, desdichado, poca cosa,

y se disfrazaban de perros, de señoras con carritos de compra,

de gitanas que vendían fruta en una carretilla,

de la chica sin dientes que intentaba encender una papelina,

de vendedora de flores,

de insecto que atravesaba toda la plaza

esquivando los pies que lo ignoraban.

Pero allí estaban. Otra vez.

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Ha pasado el tiempo.

De vez en cuando acaricio la rosa tatuada sobre mi pecho:

“Envejece mal, y además es pobre.”

Dos verdades como un templo.

Mas, finalmente, pago al mezquino espía

con versos inalcanzables a su maldad voraz.

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(Madrid, 20 de marzo 2010, 3:46)

© David Lago González

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Siempre hay una razón para mirar atrás

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Isel Rivero

(una conversación)

martes, 23 de marzo de 2010

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Quisiera encontrar en mi memoria

alguna historia alegre

para contártela ahora mismo

y que no te duermas para siempre.

Sé que te vas si cierras los ojos.

Y mira que yo tengo tantas historias de cosas cómicas;

cientos, miles de archivos de recuerdos hilarantes,

anécdotas de cuán absurdo y loco es el mundo,

brincadeiras que te harían morir de risa.

Y, sin embargo, la cabeza se me queda hueca.

No sé quién me ha robado los recuerdos.

Estás tan cansado que hasta recordar

se convierte en imposible.

¡Cuánta tristeza, Señor, dormirse al clarear el día!

Échate a un lado mío, se tú mi fantasma vivo.

¿Te acuerdas? En las primeras noches

aquel fantasma de tu pasado

entraba y salía del armario

porque su puerta se abría sola.

¿Se abría sola y él aprovechaba para salir o entrar?

¿O era él quien la dejaba abierta?

Y uno, salta de la cama cada dos por tres.

Y, de pronto, en medio de un abrazo,

la puerta del armario que crujía, y ya,

ya está otra vez este fantasma de tu pasado importunando.

¡Ay, fantasma, fantasma, no fastidies más!

Puras tonterías con que reíamos tanto…

Y aquella otra noche cuando íbamos al restaurante siciliano,

íbamos burlándonos de cuán trabajoso resultaba hacerlo

con ése que no paraba de mirarse en la comisura del “vánite”

y al tomar San Bernardo de pronto nos chocamos con él,

que, por no saber qué hacer, nos saludó a los dos;

y nosotros nos morimos de la risa ahí mismo.

Y después, cada vez que nos acordábamos de aquello,

nos moríamos más, otra vez,

y más, y más.

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Y más.

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Clarea el día, la puerta del balcón abierta.

No permitas que cierre ahora los ojos.

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© 2010 David Lago González

(Madrid, 23 de marzo de 2010)

miércoles, 17 de marzo de 2010

A day in the life of a fool

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Jaroslav Beno_Last harvest

Jaroslav Beno_Last harvest

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Se despierta a las siete.

Toma las pastillas para subir el ánimo y las pastillas para amortiguar la angustia. De paso toma alguna vitamina porque sabe que en el momento de comer de pronto se obstinará en no hacerlo como a un asno que le arrean y aguanta estoicamente los palos sobre el lomo.

 

 

Luego se acuesta. Escucha jazz, mucho jazz.

También se ha comprado las últimas canciones de Paul Carrack.

La música antes le ayudaba a dormir, hoy le impide dormir.

Pero cualquier cosa se lo impide por la noche: una sombra que cruza, un pensamiento que divaga, una obsesión que quiere acometer, la impotencia de no poder llevar a cabo un crimen. La cobardía de no asumir que ya la vida no le aporta nada y que debe poner fin con dignidad.

Mas eso suele suceder por la noche, y ahora estamos en la mañana.

Debe levantarse, lavarse, incluso ducharse ¾cosa que no hace todos los días¾.

Una persona con la que se acostó hace mucho tiempo le sentenció que se estaba abandonando, aun cuando ese abandono no había comenzado seriamente. Tal vez quería prevenirle de cosas que él no veía. Tal vez era un poco brujo: su olor a coñac y su amarga sombra parecían tener que cargar con un gran peso a su espalda.

Pero él no supo distinguir la advertencia y siguió su camino ladera abajo.

Ahora tiene que levantarse. Invoca a sus muertos para que le den el empujón final.

Debe trabajar algo, algo relacionado con cuentas que no le interesan, con sociedades por las que no sentiría el más mínimo pesar si quebraran.

A fin de cuentas, toda su vida ha quebrado.

Cree amar a una persona,

pero ya tampoco eso es suficiente; y tiene que compartirle, cosa que le compensa y le insatisface. Ama hasta donde le dejan amar, como si fuera un perro que conoce los límites: ¡fuera de casa: al cobertizo, a esperar a que el búho, con sus grandes ojos siniestros, corte en dos la noche!

Paga por amar, paga por no estar solo, paga por vivir; y va amortizando el crédito con su propia vida.

(Madrid, 1997. 1 de Septiembre)

© 1997 David Lago González