sábado, 31 de enero de 2009

From NY to Philly, & back (Port Authority)

KARIN ALDREY_David Lago

©2004 Karin Aldrey, Digital Art

©2004 David Lago Gonzalez

La Peregrina Magazine, 2004.

Recuento del paisaje

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...¿Y qué significa que miremos

las montañas bañadas por la luna

y el pueblo con puertas silenciosas

y tinacos, y que deseemos elevar

un poco las voces, y a veces en el otoño tardío

cuando la tarde florece un momento sobre la cordillera del poniente

cuando imaginamos que los ángeles

bajan corriendo por los escalones de aire frío

para desearnos bienes, si hemos perdido la voluntad

y no hacemos nada sino dormitar, oyendo a medias

los suspiros de esta o aquella brisa soplar

sin dirección sobre las granjas desiertas

y los jardines abandonados?

Mark Strand

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Siempre hemos estado en la ventana, desde la ventana, sobre ellos.

Hasta las rejas llegan y nos picotean un dedo, las uñas, la limitación nuestra para echarnos al vuelo, con ese suave, dulce escozor que dicen dejan los dientecillos del roedor sobre la también dulce y suave piel de un niño en su cama.

Sin quererlo nos descubren que la palabra por sí sola, como una vida más, trae bandos enfrentados con iguales paisajes y armas.

Vive como nosotros: apoyada en un espejo quebrado en dos y contrapuesto, que la hace ver y oír lo que quiere ocultar tras la vuelta de sus ojos.

Dulce y suave carga el adarme del torniquete y los barrotes se funden en palustres de cañasanta para la casita del sueño, en la que el niño comienza a descifrar la ironía del lenguaje que juega a la confusión entre sombras y más oscuras sombras, de labios que oscilan como un péndulo cruel entre la boca, y la mirada donde se pierden los navíos que nos llevan lejos.

Nuestro oficio ―si es que tenemos otro que no sea esperar la muerte― es mirar y enredarnos en la mirada, hacer uso del futuro generosamente para endurecer nuestras alas de cigarras ávidas de la bruma que cuelga de las farolas en invierno.

Nunca hemos bajado al pueblo, al gentío, al rumoreo del agua contra la gravilla machacando el borde, intentando romper y adentrarse tras la barrera de la noche.

Escucha lo que dicen los muertos sobre ciertas amistades peligrosas.

"Distancia y categoría" ―dicen, y abren sus ríos de sangre con ácido en las entrañas, acortando desde la ventana al suelo la distancia y extendiendo el brazo hacia otro universo―.

Los muertos ya no forman parte del pueblo.

Han dejado de interpretar el sueño, la locura del viaje sospechado por una luz que se inicia como una pequeña hoguera para una alegría que devora círculos de carne roja en medio de un bosque de eucaliptos y termina quemando el agua de las fuentes.

Ese río sigue corriendo entre el gentío.

Nosotros, en cambio, preferimos ser el sueño; enloquecernos y arder como la rama; pero sin dejar nuestra ventana, sin bajar al fuego, al pueblo, al vocerío de todos esos que quieren sofocar el calor de nuestra carne con otra flama de agua caliente.

Nuestra carne nos arde dentro, en la mirada, donde es vaho, sopor, pañuelo empapado del deseo, donde se construyen ciudades silenciosas y las calles van tornándose sueño con nuestro sueño.

No te muevas. Desde aquí vemos la noche dominante a su inercia suplicando afirmación en la mano que modela realidades, afirmación y solidez en el contorno de la mirada, ojo que penetra en el recuerdo como el falo de un navegante la larga distancia azul que no alcanza con su mano: hemos descubierto la tierra.

Ya no caemos al averno si la impalpable barandilla de Legazpi sobre las cenicientas brumas de unas Filipinas intangibles nos saltamos, donde antes nos parecía que volvía con más fuerza el límite medieval que nuestra mirada quebraba asistidos por la simiente de la diferencia. Nuestros ojos ven una barrera donde otros sólo ven un cambio de aires, donde la reverberación se hace más densa y levanta una cortina que oculta un abismo.

Pero tanteando hemos sabido que más allá la tierra es firme: "¡América es nuestra!" ―dice el coro de los muertos―.

Oigo ese grito como saliendo de un corno sostenido por una sirena, ¿ves tú la concha que saca del bolsillo en su costado, bajo el aluminio cegador de sus escamas? Con ella nos anuncia que eso que llaman El Nuevo Mundo es la continuación de una idea y de un cuchillo que cortan la nada y el abismo a partes iguales, deparándonos para siempre un destino y un perfil invisible sobre el costado de una vasija enterrada por el tiempo

Debemos empezar por el principio. En el principio fue una ola que nos barrió de una orilla y nos arrojó a otra, contradicción de una vida que comienza con savia ajena.

Observa tu piel, sobre ella el color de las orquídeas lleva el alma hurtada de otros aires que ha bebido embriagada en medio de tardes calimosas para refrescar ese trozo de piel que se acerca al cuello como el plumaje de un cisne y que en ese punto álgido de acontecimientos sin razón no sabemos si acariciar o decapitar de un solo tajo, sin conmiseración.

Tenemos tanto que maldecir como tanto que adorar.

"Tengo que enseñarte a escribir en el aire" ―dijiste― "porque es cómodo y puedes decir lo que pienses sin que nadie pueda leerlo."

Yo no quise vivir más, ¿lo recuerdas?

Y aunque sabía que no podías cargar con el fardo de otra muerte, era mi vida la que la dignidad o la miseria pujaban como en una subasta de pisos confiscados, codiciados por los alcores y los depredadores de tierra y de aire y las pirañas de los ríos americanos, donde una vez nacimos.

Y creías que sufriría porque mi carne sin agua se podría contra las sábanas, por encima de las sabanas de Camagüey mezclando la sangre con el rojo color de la tierra en ciertas zonas de Matanzas, donde una vez nació la vida desde las ramas de los árboles en Virginia y cruzó la isla acorralada por el agua y cruzó el agua acorralando el continente vasto, vastísimo, infinito como el cielo o como Asia, o como era América, cuando dicen que se unía a otras praderas que el mar y el tiempo cubrieron.

Bobo, mil veces bobo. Creíste que sentiría el hambre, la inanición, el irme desfalleciendo, el sentir cómo mis contornos iban adentrándose en la nada sin forma de los fantasmas. Gasparina entre las sábanas, y todos estos estúpidos que vienen a ver cómo es la muerte, se asoman y se van, espantados por el silencio. ¿Qué esperan? ¿Que haya un sonido, una gota que se quiebra en mi garganta, una lágrima que se asoma a mis ojos para que vean que me despido?

Sólo existe el silencio. Un silencio profundo, cruel si quieres llamarle así.

Un silencio como un día de lluvia cuando te quedas ausente y tal parece que las gotas caen en otro mundo paralelo, que la lluvia no ocurre en tu planeta, que es la Nada la que se humedece, y tú te quedas tan sola con tu silencio, entre tantas palabras mudas que te hablan y te susurran y van adormeciéndote y una luz te toma de la mano y luego desapareces, sin tener que bajar de la ventana ni unirte al gentío, mirando lo que pasa por delante de ti como si no pasara nada porque realmente nada pasa y nada tiene importancia ante la luz y el silencio.

Bobo, cien mil veces bobo. No me canso de repetírtelo.

Yo soy feliz, detén tu pena ante mi sombra.

Desde la ventana veremos el desfile de los vivos con sus vanas alegrías que tan rápidamente se hacen humo, y las risas del gentío; no te mezcles con ellos: nosotros siempre en la ventana, marcando la distancia.

"Distancia y categoría", escucha lo que dicen los muertos sobre el mundo de los vivos y no te manches de ruido, no te atiborres de nueces, no te ahogues con la risa y déjala pasar como un carnaval sin hacerle mucho caso porque cada año se repite, y sólo la luz y el silencio son definitivos, e interminables, como la felicidad de descansar.

Bobo, cien mil veces bobo. Yo estoy en el mundo de las islas intangibles donde nada ya nunca más puede herirme, donde he descubierto que mi esposo extendía su mano hacia la mía, y mi padre me sonreía desde una mecedora, ahogadito en la disnea, y la silueta de mi madre, que de joven muerte había olvidado, tiene hoy la forma de una flor que llevo en el pelo y su perfume no tiene comparación con nada. Con nada, óyelo bien.

El fin es volver al principio y recuperar lo perdido.

Bobo, cien mil veces bobo. Detén tu pena ante mi cuerpo inerte, que hoy se reúne con los que antes se fueron y volvemos todos a Virginia a celebrar mi llegada con un banquete blanco bajo un árbol tan frondoso como la selva amazónica, y mi madre, sin formas ni rostro, está otra vez a mi lado. Me da la mano. Siento que la he recuperado. Sobre los campos de Virginia una luz se deleita: no siento tu mano, pero gano la suya.

No se puede tener todo, en la vida, y ni siquiera en esta muerte. Hay que escoger. Los años definen esa decisión.

© 1997 David Lago González

Imagine Peace (oración)

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Guárdanos, Jesús, de los cardenales de rojo birrete

y afeites tan delicados como antiguas mujeres enharinadas.

Guárdanos, Alá, de los jeques despóticos, de tus mártires,

de quienes no pueden perdonar que cualquier civilización sea un soplido de arena

porque, tal como el hombre, su solidez es un sueño.

Guárdanos, Alí, del shií que cumple silencio y explosiona a la hora señalada.

Guárdanos, Abrahám,

por los que quieren hacer de la piedra donde ofrendaste a tu hijo

el alto concreto celeste que separa a los semitas en enemigos

cuando la bestia no puede vivir sin la garra ni el ave sin la pluma.

Guárdanos, Karl Marx, de tu herrumbrosa revolución industrial

y de tu falta de previsión porque la plusvalía está en la esencia humana

como el amor y el odio, la pierna y su movimiento, inseparables,

maldad contra maldad, bondad besando las bocas de las buenas.

Guárdanos, Jefferson, de tu declaración de igualdad

que nadie escuchó y aplicó según sus conveniencias.

Guardanos, querido Vladimir Ilich, del eco de tus errores

en obra y en personas, como aún les llaman los enamorados de una margarita

a la que siempre le inventaron los pétalos; y tú, loco Adolf,

que el misterio de tu muerte y de tu mente se ensuelva en sí mismo

como el deceso de los animales domésticos.

Redímenos, Historia, de todos tus deslices y aciertos,

de tus ¡oh! gloriosos descubrimientos y tus olvidos más injustos,

que ahora echamos sobre los hombros más cercanos del pasado y el presente.

Guárdanos, John & Yoko, de las burbujas de la inocencia;

de la tonta sonrisa que se esboza en la ignorancia;

de una paz de vana hermosura, superficial, flotante,

que tantos aprovechan para alfilerarla como a globos rojos.

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Guárdanos, extraño, de nuestro prójimo.

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(Madrid, 9 de de diciembre de 2003)

(C)2003 David Lago González

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miércoles, 28 de enero de 2009

Última estancia en Davos (poema)

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(C) Arturo Souto (Davos Platz, 1922)

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¿Qué importa el paisaje, la Gloria, la bahía, la línea del horizonte?

Lo que yo veo es el callejón.

Manuel Bandeira

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¿Ha oído hablar de La Patria?

Sí, sin duda: en sus jóvenes años fue tan zarandeada como en los míos.

Seguramente también sintió vergüenza de esa falacia,

y esa mezcla de rabia y piedad por los labios que la limitaron a una cáscara de nuez,

a una piedra que deshace la fuerte paz translúcida del cristal,

a un número sobre el antebrazo del alma, al asta que pincha estúpida la nube,

a la tea que nos acercan al rostro para identificarnos

o para quemarnos los ojos. A veces recelo de que incluso aquí,

perdidos en el tiempo, estemos a salvo del rebrote que hace temblar mis manos.

¿Lo advierte...? No obstante, dicen que no estoy enfermo.

Yo me río, me encrespa la practicidad incapaz de ver

lo que tantos ilusionistas han hecho con el inflamado espíritu

que una vez fue inocente, imberbe ausencia del peligro.

¡Nos han arruinado! Yo me río, ¡acompáñeme!

Pues sí, tiene razón: más vale el leve riptus

de una sonrisa que aspiramos como suspiro. En eso se ha convertido la felicidad. Aún acatamos la obsesión de no bajar la guardia...

La patria;

la patria, Herr Castorp, siempre fue para mí

un salón con dos sillones triunfales, asomados al sol y a las sombras;

medio tonel de madera luciendo una lustrosa begonia gigante;

un cuaderno donde el grafito descubría mágicas formas sobre un papel de seda

y yo, maravillado, pensé aquella noche

que esas siluetas eran lo que los mayores llamaban vida y hombres.

Y al crecer, como usted, me di de bruces con las antorchas, las banderas,

el espejo negro de las botas, los cristales rotos, las teas insolentes,

y las puntas de los dedos

que señalan a nuestras almas como a algo peligroso,

debilidad que no merece el aire de la patria.

Tal vez no nos dimos cuenta

de que siempre quedamos atrapados en un callejón sin salida,

y sin salida sería aquella línea que por encima del muro suponíamos horizonte.

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(Madrid, 18 de enero de 2004.)

© 2004 David Lago González

sábado, 17 de enero de 2009

Elogio de lo cubano fino

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(C) Ana González

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para Rolando H. Morelli

para Kurt Findenstein, por su especial sensibilidad

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Somos de esos que cuando la muerte llega a casa,

cubrimos los espejos con una sábana blanca y detenemos los relojes

en el minuto justo en que ella entró en el cuerpo del que yace.

De esos que en medio de las grandes tormentas

y los aparatosos fogonazos de las nubes,

quemamos guano bendecido en Semana Santa,

alzamos los pies del suelo y rezamos a Santa Bárbara bendita

sin dejar de persignarnos hasta que la ira del cielo amaine.

Somos de esos que ante la vulgaridad torcemos la cabeza hacia dentro

y callamos, hasta que la ira terrestre se aplaque

y el río deje de emitir ese aterrador sonido con que simula comerse el mundo.

No movemos desenfrenadamente las caderas y, sin embargo, nos gusta amar bien.

No vociferamos, pero nos gusta el diálogo al atardecer y nos gusta reír.

También, como al que más, nos incita tentar la felicidad.

No nos atrae desfilar entre el gentío, pero pensamos y nos gusta defenderlo,

a veces hasta con la más incomprensible forma para hacerlo: con un silencio.

Y mientras todo pasa, aunque dure toda nuestra vida

―incluso aunque nunca llegue a pasar del todo―,

preferimos no agitarnos demasiado;

intentamos desviar los odios y el resentimiento;

y nos sentamos en la mecedora, en el rincón más fresco de la casa,

a balancearnos en el columpio del tiempo.

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Lo único que pedimos

es un poco de respeto hacia nuestra particular manera de asumirlo

y que nadie intente disculpar lo que no ha vivido ni sentido.

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(Madrid, 1 de Agosto de 1999)

© 1999 David Lago González

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NOTA DEL BLOGGER Y AUTOR: Inútilmente he buscado en Google imágenes que me sirvieran para ilustrar el sentido del poema, y es verdaderamente triste que lo único que encuentre como "costumbres y tradiciones cubanas" y otras denominaciones parecidas, sean ritos yorubas o de la secta que sean, en fin, todo tipo de manifestaciones de la santería, "bailongos" callejeros o fotos que introducen a Fidel dentro de no sé qué tradiciones y usos. Lo que es "una parte" ha suplantado al "todo", sustituyéndolo complemente, y no es extraño que fuera de aquellas orillas a todos se nos pase y se nos aplique el rasero de la vulgaridad, el sexo, el baile y elegguá como características distintivas de una nacionalidad.

En fin, el castigo no termina.

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viernes, 16 de enero de 2009

Puente en la oscuridad*

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a Carlos Victoria

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Todo comenzó ya hace algunos años, bastantes y tan pocos.

Fue en una antigua provincia de ultramar: exótica

en la distancia, cuando te acercas vulgar;

de corto nombre que es susurro y es daga al mismo tiempo,

y también por etapas locas que vienen solas y se van siempre con algo tuyo.

Cumplías, y en mitad de la fiesta sentiste el dolor,

más que dolor, algo: un presentimiento que se hizo sangre en los labios;

y despediste a los amigos, los refrescos se hicieron un caldo imbebible,

la tarta se fue volviendo viscosa y lenta como el asfalto un día inclemente del verano.

Te acostaste, y desde la cama supiste que ya los juegos nunca serían como antes:

de pronto te habías convertido en un viejo hombre y cansado.

Abrumado por tanta luz, como si ella no fuera para ti,

tuviste la certeza de que las próximas mañanas

serían la resaca de algo que no habías bebido, ni siquiera imaginado.

En aquel minuto en que lo festivo se convirtió en silencio,

cuando quedaste tan a solas contigo mismo

que podías sentir cómo iban dentro creciéndote los huesos,

desgarrando la sangre su cauce por la selva,

duplicándose la vida en una fuente inmóvil,

dejaste de interesarte por vencer su abismo.

Si aquello equivalía a buscar la liana resistente,

el árbol adecuado y de madera dura, talarlo, serrarlo,

y extender sobre la nada un camino, una línea que uniera el punto de partida y el destino,

buscarías mejor en la oscuridad un puente ya transitado

y llegarías al otro extremo, lo que era igual a no haberte movido.

Fue entonces el momento en que moriste; no ahora, ni mañana, ni después,

fue entonces aquél, cuando eras niño.

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Lo demás ha sido buscar el doble que vivía en ti,

el que amaba hasta el roce del amor cuando pasaba a lo lejos,

el que no se agotaba en el odio,

el que pretendía la fuerza de la noche y lo simulaba,

el que fornicaba con brillo dislocado en las pupilas,

el que escribía versos que cada vez fueron pareciéndose más a su vida.

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(Madrid. 30 de Agosto de 1995)

© 1995 David Lago González

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*Novela homónima de Carlos Victoria, Edit. Universal, EE.UU. 1993.

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jueves, 15 de enero de 2009

Un día más sin importancia

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(C) Laurie Lipton

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El aire se llena de rumores, pájaros y aviones

que entorpecen el anonimato

de un día más sin otra importancia

que no sea el triunfo inapreciable de una vida cotidiana.

Dicen que uno de los dioses mayores

ha cedido a su propia naturaleza

y, como un miserable más que él despreciara,

yace en una cama próxima a la debilidad de los mortales.

Otros dicen que ya ha cedido a la putrefacción

y que espera, embalsamado, por un día conveniente.

Un tiempo para morir, un tiempo para vivir,

se puede leer en el Eclesiastés.

Demasiado humano para uno de los dioses más poderosos del Olimpo.

Como sus súbditos más abyectos,

se debate entre convenir o ser inconveniente,

lo que pone en duda que alguna vez haya pertenecido en realidad

al Olimpo de los Dioses.

Estos no esperan por un momento oportuno,

estos no aguardan por el momento oportuno:

simplemente hacen y deshacen, hacen o deshacen,

tragan a sus hijos como Saturno, o los convierten en cabras,

no importa cuánto se hayan apresurado sus vástagos

a olvidar y borrar los pliegos y pliegos que elevaron hosannas

a sus gestas, voluntades y caprichos; no importa

que sus hijos hayan jurado alguna vez ofrecer su vida mortal

por la inmortalidad de su alma; no importa que los visionarios,

atesorando la posibilidad de un nuevo cielo, se den por traicionados

y proclamen su pureza ante los desmanes del todo omnipresente;

no importa que sus otros hijos concebidos por misteriosas consecuencias malhadadas,

estén ya mortalmente muertos, o mortalmente demasiado cansados

para sostener en sus manos de piel, de huesos, ceniza o aire, una ligera copa

de peso incomparable al de la hoja de otoño que les cubrió,

eso sí, bajo toda la eternidad despiadada del Olimpo;

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o el peso de ese cristal no supere al del trémulo brote

que sugiere una continuación más allá del fin del mundo.

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(Madrid, 15 de enero de 2009)

© 2009 David Lago González

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lunes, 5 de enero de 2009

El niño

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para Enrique Agramonte, “Kike”

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Mi vida está llena de muertos. Pero el más muerto entre los muertos es el pequeño niño que fui. Y, sin embargo, cuando llegue la hora, es él quien se pondrá al frente de mi vida, quien reunirá mis pobres años y, como hace un viejo jefe con sus veteranos, reuniendo a la tropa en desorden, será el primero en entrar en la casa del Padre.

Georges Bernanos

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Volverá.

Un buen día le verás regresar en su otredad

como el envés de un espejo

que deja asomar sus manchas de azufre: el paso del tiempo.

¿Con qué edad le prefieres?

¿Cuatro años, alzando castillos con la arena cegadora de Varadero?

¿Diez, pedaleando los ignotos senderos de la pubertad?

¿Siete, preguntándote el secreto de la diferencia?

¿Catorce, enmudecido y extasiado bajo el torso de una noche de verano?

¿Cincuenta, pensando si la vida habrá hecho de él un adulto?

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No desesperes: vendrá. El Día de Reyes.

Espérale en la esquina, sentado en el quicio de la puerta de Nina,

y cuando veas subir el grupo de los negritos de los barrios bajos,

no escondas tus juguetes porque ninguno de ellos va a robártelos.

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Él hará lo que nunca hiciste entonces: defenderte.

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(Madrid, 16 de septiembre de 1999)

© 1999 David Lago González

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jueves, 1 de enero de 2009

To kill a mockingbird

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to Isel, on her birthday

Some believe or not,

Some have seen him or thought

Once upon a time, into hard hot summer days,

An autumn leaf grazed their shoulder

And never touched the ground.

A few have heard some steps by night.

A few have found the tree, the ancient tree

With a hole in its belly. Hidden secrets in a special language.

I did touch the toys: a little crystal ball,

A pair of nuts, some unknown seeds,

Headless dolls, a shining piece of mineral stone,

Halves of wrinkly paper sheets saying nonsense.

Nonsense means mystery, means truth,

Maybe Faith, perhaps Love,

Peace. Slander. Words of misunderstanding birds speak.

A mockingbird’s feather.

Nonsense means Life for a child.

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(Madrid. May 18, 2004.)

© 2004 David Lago-Gonzalez

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