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Guárdanos, Jesús, de los cardenales de rojo birrete
y afeites tan delicados como antiguas mujeres enharinadas.
Guárdanos, Alá, de los jeques despóticos, de tus mártires,
de quienes no pueden perdonar que cualquier civilización sea un soplido de arena
porque, tal como el hombre, su solidez es un sueño.
Guárdanos, Alí, del shií que cumple silencio y explosiona a la hora señalada.
Guárdanos, Abrahám,
por los que quieren hacer de la piedra donde ofrendaste a tu hijo
el alto concreto celeste que separa a los semitas en enemigos
cuando la bestia no puede vivir sin la garra ni el ave sin la pluma.
Guárdanos, Karl Marx, de tu herrumbrosa revolución industrial
y de tu falta de previsión porque la plusvalía está en la esencia humana
como el amor y el odio, la pierna y su movimiento, inseparables,
maldad contra maldad, bondad besando las bocas de las buenas.
Guárdanos, Jefferson, de tu declaración de igualdad
que nadie escuchó y aplicó según sus conveniencias.
Guardanos, querido Vladimir Ilich, del eco de tus errores
en obra y en personas, como aún les llaman los enamorados de una margarita
a la que siempre le inventaron los pétalos; y tú, loco Adolf,
que el misterio de tu muerte y de tu mente se ensuelva en sí mismo
como el deceso de los animales domésticos.
Redímenos, Historia, de todos tus deslices y aciertos,
de tus ¡oh! gloriosos descubrimientos y tus olvidos más injustos,
que ahora echamos sobre los hombros más cercanos del pasado y el presente.
Guárdanos, John & Yoko, de las burbujas de la inocencia;
de la tonta sonrisa que se esboza en la ignorancia;
de una paz de vana hermosura, superficial, flotante,
que tantos aprovechan para alfilerarla como a globos rojos.
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Guárdanos, extraño, de nuestro prójimo.
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(Madrid, 9 de de diciembre de 2003)
(C)2003 David Lago González
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