martes, 26 de enero de 2010

Diez minutos

 

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para Oscar León Morell

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...más me alegra este regocijo promiscuo.

Konstantin Kavafis

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El sexo era un magnífico nivelador, aunque sólo durase de diez a treinta minutos.

Christopher Bram

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Plaza de Chueca

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Las voces del ayer guardan la distancia del infinito,

pero con igual intensidad se escuchan las de hoy; y las de este mismo instante,

cuando pienso en estas palabras y las mascullo,

forman parte de una indiferencia tan profunda

como un río de lava que se mueve por lo más oscuro de ti y de mí,

y alcanza a todos, y petrifica el ágil movimiento.

He enterrado a todos mis amigos, y he asesinado a mis amantes más antiguos,

porque antiguo es aquél que maté hace treinta años

y antiguo es el que ahora comparte mi lecho. Pretérito será el de mañana.

Yo no estoy aquí, y mucho menos allá;

muchísimo menos, mucho más allá,

en la noche de un cielo futuro que espera tus besos.

La mesa en la plaza está desierta, y a ella me siento,

y nadie advierte mi silencio, que es presencia y compañía.

La mirada se percata al fin de que la velocidad la supera,

la velocidad hacia atrás, más allá de los ojos, más allá de todo recuerdo.

¡Cuidado de confundir este mutismo

con la estúpida parafernalia de la nostalgia y la niñez!

¡Cuidado de confundir esta mudez con la carencia del diálogo!

¡Cuidado, imbéciles, de tomar esta balsa por un naufragio!

¡Cuidado de creerte que soy todavía el mismo!

¡Guárdate de pensar que tengo salvación

y que volveré otra vez a procurarme tu esmero!

Tú estás muerto, ¿es que no has reparado en ello?

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(Madrid, 21 de junio de 2001)

 

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If you want to be a real man you have to fck any hole and tell all your friends about it. As long as you take good care of your family and children you can do whatever you want. Have fun with your male buddies. Spread your genes and be proud of your virility, masculinity and your dick. If you fck a man you only do it because you have to get it off somehow. Let these used holes pay for your service. When you are young you get initiated by mature men who will fck you. When you experience it yourself you will learn how to do it like a real man. But never get addicted to the receptive role and get out of it when you grow up! To be a real macho man you have to keep your honour. Never get fcked yourself and never show that you actually like it. This is what you tell and belief. What you do can be something different ―as long nobody knows and nobody talks about it.

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Stephen O. Murray & Will Roscoe

(Islamic Homosexualities. Page 17, Part 1 “The will not to know”)

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A Noite

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Y después del Pulccinela, ¡a las putas!

Meretrices con pingajo, pero putas al fin y al cabo.

Foráneas y nacionales, insulares o de tierra firme,

van de la noche a la toilette y te lanzan un besito con su boquita de piñón.

Las hay de cuna de cerezo y manzano, olorosas todavía a talcos de luna llena.

Otras han cruzado el Estrecho por el angosto pasadizo de una rama de hierbabuena.

Como hormigas. Como hormigas, con el perdón de su honradez,

proliferan desde el bolsillo al falo, de la boca a la cartera.

¡A las putas, a las putas! ¡Todas son falsas, pero son muchas!

Fíjate en los dientes, recuerda la manera de proceder

de nuestros ancestros ibéricos, los buenos mercaderes de esclavos.

Ábreles los morros y mira bien la línea de las encías,

la blancura del hueso que ni siquiera se hincará en tu carne.

Yo soy Pedro, el negrero. En mi bolsillo guardo una bolsa de maravedíes.

Pero no les quiero para ninguna plantación en el Caribe.

Aquí no hay otro trabajo que mi cuerpo y lo que precise,

pero estas putas viven equivocadas, piensan al revés:

ilusoriamente creen que la faena está en sus formas.

Más que por el sudor,quieren

que se les pague por la presencia de una estatua

que ni siquiera llega a ser la falsificación de una griega.

Baratijas de favelas y zocos, a lo más alto que han llegado

es a vestirse con una piel que se mira al espejo.

Un asunto de basureros. Y como basura odian contenido y continente

porque en ambos su propio olor se refleja, les devuelve a una verdad que no aceptan,

a la negación que les colma de abominación y resentimiento.

No son menos que quienes les usan y los tiran.

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(Madrid, 16 de mayo de 2002)

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Pier Paolo Pasolini

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...y un muchachito corriendo por el asfalto tibio de la alameda

me posará una mano

sobre el vientre de cristal.

Pier Paolo Pasolini

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para A. N. R..

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Descampado yermo con fondo de luna yerta.

El acero del suburbio en cada ojo y en la mirada de la noche el peligro de la sorpresa.

Un poco más allá, tan sólo, el árbol

contra el que Nadia* se recostó y abrió sus brazos en cruz

para que Salvatore* la penetrara hasta la muerte.

A mi cama vienen en la madrugada treinta años tatuados sobre unos bíceps

que dicen ser de Badajoz, o de Torino, o del oscuro barrio del Diamante en Camagüey,

o de una casa con olor a humedad de las afueras de Roma,

y piden sólo "la voluntad", como el mendigo a la puerta de una iglesia,

sin saber que para mí la voluntad es algo que se confunde con la vida y con la muerte.

No respeta las pautas del placer porque precisamente quiere complacerme:

su sentido del deber le obliga a estar a la altura de mi voluntad.

No sé si adivina que mi placer ya pasó cuando le vi desnudarse.

Cuando paso mis manos por las perfectas columnas de sus piernas, le recupero brevemente.

Cuando me besa insaciable lo mejor que puede, me apena la fuerza

con que busca la perfección entre el tropel de labios.

Cuando su barba de tres días hincaba mis genitales con suave tortura,

volvía a recobrarlo con la violencia del dolor.

Cuando todo cuanto hacía y decía se hacía inútil,

mi placer era mirar sus ojos, grandes como la luna extremeña,

tornándose indescifrable sobre el jeroglífico escrito en sus brazos;

y mi voluntad era ser yo quien compensara su simplicidad

no cargándole con la complicación inexplicable de mis deseos.

Mis sábanas eran el descampado donde el poeta encontraba la muerte.

Él era sólo alguien que abandonaba un cuerpo agonizante,

aficionado al abismo y seducido por la noche sin remedio.

Y al alba, después de indicarle el camino que retorna a Madrid,

volví entonces a la última de mis voluntades: unos versos

en honor de aquél que daba a los sementales

las manos que les faltaban para adormecer el dolor sobre el cristal de su vientre.

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*(Personajes de "Rocco e sui fratelli")

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A sua presença

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para Christrian, en defensa de mi amigo

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Diosecillo engreído, sin alas y con bisagras

que el tiempo hará mohosas,

que tan pronto necesitas como rechazas,

y tanto gozas y tanto ganas tanto lamentas y odias.

Lleno de barro asquea el espejo y lo cubres con crema,

dos gotas de Kouros a cada lado de la nuca,

axila soplada por el aliento de Carolina Herrera.

Un toque obstinado de casi eterna adolescencia

que nunca será perpetua, como tampoco vida alguna,

sino sólo un vano dilema entre la mortalidad y los olimpos.

Fruta para y fruto de la carroña, hedor sentirás en tus horas muertas

brotando de un cuerpo que crees único, o al menos merecidamente privilegiado.

Tanto quieres ser querido tanto rehúsas dar de ti algo más que esa fina piel que le cubre.

Tanto vives una noche tanto fenece el horizonte.

Allá, a lo lejos, una presencia, algo,

que fue, quizás, un difuso punto,

tu presencia.

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(Madrid, 24 de abril de 2002)

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La troika de los espejos

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Pasa la dulce juventud y pasa su locura luminosa, y, al  hombre, ¿qué le queda? Pena tras pena, un dolor en pos de otro. ¡Los males que acumula: muertes, contiendas, luchas, combates, envidia! Y, como don final, la vejez fría, horrible, ya sin bríos, sin poder, sin amigos: mar a que fluyan en concierto indigno todos los infortunios.

Sofocles

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Unos sesenta años, unos sesenta kilos, la vejez al otro lado de la puerta; ropa interior que huele a desinfectante. Éste es ahora, miradlo, el muchacho de cien páginas atrás.

Gesualdo Bufalino

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Tras la columna de cristal

coinciden la troika de las Supremas con la de las Sabias Supremas.

Van de tres en tres, tan malditas como ese maldito número

de la Rusia de Todos los Siempres, a buscar el cobijo frío del azogue.

Repulsivos mercaderes o débiles amantes de la perfección,

victimarios o víctimas son legión.

Buscan en lo más cruel de lo efímero su paraíso y la llama,

como coleccionistas obsesionados por la pieza que falta.

Romanos de colgante abdomen sorbiendo del pistilo de la joven soldadesca

antes de que Nerón prendiera fuego a toda Roma.

Hizo bien Nerón en su locura, no le culpéis, mas todo fue en vano.

Él mismo casi ardió entre las hogueras de palacio,

absorto en el hermoso pie que se acercaba a salvarle,

el tobillo robusto, ese tronco de vellos mediterráneos que escala el cielo,

la columna de moreno mármol que lleva hacia el pináculo...

y no sigamos, que el humo ahoga como la aurora.

Pero es noche de artificios, aunque noche al fin, en la troika de los espejos.

Lengua del lupanar en la boca de la más pequeña y en la del más barrigón,

y hasta la mojigata asoma su puntita.

La columna cubierta de miradas entrecruzadas, mejillas besuqueadas

con esa impostura de la cursilería del labio contra la piel

como patéticas damas de burguesía provinciana

pasadas por un baño de dorado liberalismo.

A punto está la crema para recibir el chocolate: apostaos, diamantes de Baia,

moros y cristianos, filósofos de gimnasio y sauna humeante.

Acudís a los caballeros como moscas al culo de las mulas.

Y así perseguís las vísceras porque sabéis que en ellas encontraréis el sustento

para vuestra cobardía de enfrentar vida y consecuencias

haciendo de la informe y muda roca un rostro para recordar.

Es otra forma de vivir y morir con rapidez, ser sábana de una noche,

ser nada para el resto del tiempo.

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(Madrid, 6 de mayo de 2003)

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Elogio de la vendimia

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para A. N. R.

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Adivino que no te dedicas en fría profesión a la vendimia de tus vides.

Adivino que simulas,

y te traiciona una entrega desmedida hacia el ósculo,

a tornarte cariñoso y afable,

lo que no es usual en los que a su carne ponen precio.

Vas con demasiada prisa a darte, a sonreír,

a susurrar palabras agradables, en vez de limarte indiferente las uñas

mientras la boca ajena hurga en la arena del desierto la gota de agua del oasis.

No corras, no corras; ve despacio.

No soy yo quien debería enseñártelo, ya tú tendrías que saberlo.

No basta con ahogar la boca del adversario con tu lengua.

Comienza por el cuello y conviértete en un gato que lame la piel bronceada de la vendimia.

Recréate de un pezón a otro como si se tratara de un truco de Houdini.

Y baja, y baja. Baja hasta que ya no encuentres fondo.

Hay que llegar abajo para comenzar de nuevo por arriba.

Da la vuelta. La nuca es el capitel de la columna.

Primero, con la punta deshuesada,

desciende la escalinata de la espalda hasta el foso del castillo,

y luego salta de nuevo al capitel e híncale los dientes,

y "a dentelladas secas y calientes" (recuerda a Miguel Hernández)

llega de nuevo al agujero que sabiduría guarda,

cambia lo óseo por algo más suave,

y déjate meter dentro como una estrella en el cielo de la noche.

Sin dejar que se vuelva, gira forzando la columna sobre su eje

y entrégate al juego, que juego es y no amor

lo que estás dando y lo que de ti esperan.

Entonces, bruscamente, gírale boca arriba,

mirando el techo, mirando el cielo, la noche, el mundo,

buscando en la Capilla Sixtina otro cuerpo capaz de igualarte.

Lamentablemente, en la última subasta,

malvendí aquel jarrón de la dinastía Ming

donde tan bien podría haber ocultado tu gran tesoro.

Así es la vida: "pena, pero también sorpresa"*.

Esta noche traes las manos negras y arañadas por la rudeza de la tierra.

"La vendimia en Badajoz" ―dices―.

Pero los ojos enrojecidos no los produce el sol: esa nube

de irritada alegría que les atraviesa no la provoca el viento.

Qué misterio que existe y no quiero saber.

Con qué barba mal crecida

pretendes venderte a la noche exigente de los polvos sofisticados.

Sólo un loco como yo, ve en ti una confianza que no teme.

Pero lamentablemente, en la última subasta,

malvendí aquel jarrón de la dinastía Ming

donde podría haber guardado tu pena y tu sorpresa,

y hoy es demasiado tarde, amigo, para rastrear la huella de la puja

y recuperar algo, si es que queda, de aquella hermosa y trabajada porcelana china.

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*William Shakespeare

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Mon petit Baudelaire

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Un demonio, al nacer, me dio el arte cruel

de ensangrentar la pena y de escarbar en la herida.

Charles Baudelaire

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La palabra es un pétalo; y el verso completa la silueta de la flor.

El caprichoso fluir del tiempo pone en su corona

las dos gotas necesarias de la alquimia

para hacer su perfume suave y dulce, o simplemente repelente.

Mi pequeño Baudelaire

hace ya mucho tiempo que comenzó a armar el ramo

como si de la infantería sacrificable se tratase,

traspasando el horror vacuo de toda existencia

hacia el frágil espanto del escondite secreto donde oculta y enseña su alma.

Confundió el afuera con el adentro,

y estar fuera o dentro es cuestión de instantes, de pinceladas veloces

que tan pronto convierten el lienzo en sol o luna;

desagua en las bocas de la noche, sobre tibios culos palpitantes,

y pretende sin pretender, asustar a quien acompañe al Príncipe de las Tinieblas

perdiéndose en un discurso infinito sobre la ausencia del color.

Ha maniobrado por tan peligrosos abismos

que evocarlos le devuelve el disgusto de sí mismo, dice,

y dice: “En nuestras mentes se agita un pueblo de demonios...”

pero tan pronto se percata, acude a Rilke en busca de una legión de ángeles.

Posiblemente morirá enredado en un hilillo de nieve

cuando suba la marea de agave por la noche

y no sabrá que ha muerto, y no sabrá que ya había muerto mucho antes,

escondido en ese olvido que bendice como refugio ante el mundo,

y sólo se dará cuenta cuando nadie le diga nunca más

que le ha visto la víspera en una calle de Madrid.

Quiere infundir miedo, y basta la hoja seca de un chopo para matarle.

Mi pequeño Baudelaire

sólo posee una daga roma para malherirse, y no sabe

que ya hace mucho tiempo que dejé yo de maltratarme con tan mohosas armas:

ha removido las sombras de mi espejo,

y de tantos otros que he visto perderse y salvarse, salvarse y perderse,

y no me da miedo, nada me da ya miedo,

ni siquiera este pequeño y enloquecido ramo de flores del mal

que pinta y vuelve a pintar sobre un lienzo imaginado

que nos quiere mostrar, insiste en mostrar,

no olvida pedirme que le busque un sitio para mostrarlo,

para enseñar sus colores a ese mundo que desprecia, e insiste

e insiste, una, dos, muchas veces, y en esa insistencia

desnuda el lado débil del suicida: la vida esta allí, a sólo un palmo suyo,

pero yo no estoy seguro de que esa vida valga la suya

y entonces, pues, para qué salvarle, en el dudoso caso de que tal proeza pudiese.

Mi pequeño Baudelaire también se llama Carlos

y esa noche me dijo que yo era un oasis

y mis ojos, limpios como los de un ángel;

cuando amaneció, descubrió su color verde y sonrió para decirme:

“Ahora sí los veo bien: son la mirada de Dios”

y como en un sorpresivo Miércoles de Cenizas, besó su pulgar

para timbrar sobre mi frente una cruz.

Y yo, sin posibles ni otras oraciones que ofrecerle,

qué menos puedo hacer que tributar su error con estos versos.

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(Madrid, 17 de septiembre de 2000)

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Black & White

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Now the smoke fills the air in this honky-tonk bar

and I’m thinking ‘bout where I’d rather be,

but I burned all my bridges, I sank all my ships

and I’m stranded at the edge of the sea.

James Taylor

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Bajando por la calle de Prim a las tres o cuatro de la madrugada,

borracho de sombras blancas y luces negras,

con lo negro sobre el blanco dentro de la cabeza

pugnando imponer alguna lógica, cuando más un verso,

cuando menos una pistola encajada en la boca deshaciendo los pensamientos,

inútiles, como tantas camas apenas tibias y apenas desiertas,

sábanas muertas de la búsqueda de algo, algo, algo, algo

que no está escrito, que no está dicho y que no sabemos qué es,

o no queremos saber, porque es mejor bajar por la calle de Prim

a toda prisa, como si en ello nos fuera el destino,

para poder continuar la nada y el todo,

sin que tampoco esperemos nada de las luces y las sombras

salvo eso: melodías del momento que ya no estarán mañana;

humo de tabaco;

gente que habla ¿intentarán decirse algo?,

y gente que ríe y sonríe y bebe y bebe;

chicuelos que bailan sobre la pista, o a tu lado, o en el baño,

moviendo sus aditamentos diferentes, los de arriba, los de abajo,

los mismos que usarán alguna vez para amarse

si descubren la solución de la ecuación y dan con un buen profesor de química

que sepa mezclar, por experiencia o intuición, los justos ingredientes en la probeta;

el brasileño Claudio

haciendo juegos malabares con mi botella de Movskoskaia;

Jose

con su colmillo de elefante atravesándole el lóbulo izquierdo;

los caballeros dejándose los cuartos

en sus cuartos de hora y sus cuartos de 15.000 pesetas,

absorbidos como mariposas nocturnas por el contraluz de músculos alquilados.

Hay que ser muy joven o muy viejo para creerse una mentira.

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(Madrid, 5 de agosto de 2001)

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Plaza de Toros de Las Ventas

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Ah varón, desnudo yo te invito

a este asombro, tan mudo, que despierto.

Elena Tamargo

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Y sin embargo, me agrada que me digas

que soy la clase de hombre que gustas

y que despierto en ti lascivia en la noche calurosa de este incipiente verano.

Disfruto que compruebes que no te equivocabas cuando los ojos sobre mí pusiste

y lo exclames en voz alta para que las estrellas se enteren,

cuando palpas el falo, redondeas el glande,

castigas en tu puño gónadas y glúteos,

recorres el pecho donde los barcos se hunden,

y besas la boca, y muerdes los labios.

Y sé que no mientes. Y sé que este efímero momento vale la eternidad del amor.

Y sé que todo quedará en algo que pudo y por suerte no fue

porque precisamente ya lo fue en ese único segundo en que la tierra se nevaba,

y así quedará para siempre: cubierta por la nieve, y no por el barro.

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(Madrid, 21 de junio de 2001)

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Todos los poemas © David Lago González

("Diez Minutos" es parte del libro "Cosas de Hombres")

domingo, 10 de enero de 2010

Ejecución

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Regresé a Cuba para matar a un hombre.

Es un hombre que usurpó la voz de mi padre

porque he oído más la suya que la del muerto.

Es un hombre que nos cerró la puerta de la casa

en nuestras propias narices,

nos robó todo lo que teníamos y ahora trafica con ello.

Dicen que si yo regreso y exijo que me devuelvan todo aquello,

soy un desalmado, un egoísta, un burgués patético.

Pero él vendió todo lo nuestro al primer extranjero

que pasó por la calle; vende lo que roba, ¿cómo se llama eso?

Por eso, y por otras muchas cosas, quiero matarle,

y voy a buscarle hasta en los sueños más profundos,

hasta en las pesadillas más inquietantes e insólitas,

pero lo cierto es que nunca jamás me lo he encontrado por esas dimensiones.

Es tan real, tan perversamente real, que no existe ni en los malos sueños.

En cambio, si abro los ojos, a cada rato me cruza por el lado,

a cada rato me habla al oído,

a cada rato sigue recordándome cómo debo ser.

Y creo que ya soy un poco mayor para soportar eso.

Voy a matar a ese hombre

aunque para ello tenga que matarme a mí mismo.

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(Madrid, 10 de enero de 2010)

© 2010 David Lago González