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Quisiera encontrar en mi memoria
alguna historia alegre
para contártela ahora mismo
y que no te duermas para siempre.
Sé que te vas si cierras los ojos.
Y mira que yo tengo tantas historias de cosas cómicas;
cientos, miles de archivos de recuerdos hilarantes,
anécdotas de cuán absurdo y loco es el mundo,
brincadeiras que te harían morir de risa.
Y, sin embargo, la cabeza se me queda hueca.
No sé quién me ha robado los recuerdos.
Estás tan cansado que hasta recordar
se convierte en imposible.
¡Cuánta tristeza, Señor, dormirse al clarear el día!
Échate a un lado mío, se tú mi fantasma vivo.
¿Te acuerdas? En las primeras noches
aquel fantasma de tu pasado
entraba y salía del armario
porque su puerta se abría sola.
¿Se abría sola y él aprovechaba para salir o entrar?
¿O era él quien la dejaba abierta?
Y uno, salta de la cama cada dos por tres.
Y, de pronto, en medio de un abrazo,
la puerta del armario que crujía, y ya,
ya está otra vez este fantasma de tu pasado importunando.
¡Ay, fantasma, fantasma, no fastidies más!
Puras tonterías con que reíamos tanto…
Y aquella otra noche cuando íbamos al restaurante siciliano,
íbamos burlándonos de cuán trabajoso resultaba hacerlo
con ése que no paraba de mirarse en la comisura del “vánite”
y al tomar San Bernardo de pronto nos chocamos con él,
que, por no saber qué hacer, nos saludó a los dos;
y nosotros nos morimos de la risa ahí mismo.
Y después, cada vez que nos acordábamos de aquello,
nos moríamos más, otra vez,
y más, y más.
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Y más.
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Clarea el día, la puerta del balcón abierta.
No permitas que cierre ahora los ojos.
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© 2010 David Lago González
(Madrid, 23 de marzo de 2010)
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