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Una taza más de café...
antes de marcharme. Ven. Tráela
a la cama, como si fueras mi madre
en aquel viejo pueblo cubano
que esquivaba a Henry Morgan y sus piratas,
cuando todavía el aroma del galán de noche
quedaba prendido de las estrellas escondidas de la mañana.
Como las palabras de Saint-Exupery,
las cosas importantes
no eran visibles a los mortales,
pero allí estaban, viajaban de la cocina a mi cuarto
sobre la crema color tabaco
pegada a los bordes de la pequeña taza.
Mezclo las imágenes. Mezclo la realidad
con lo que pienso en silencio.
Aquel café carecía de crema, los cremosos son los de ahora.
Pero yo le añado un poco como si fuera azúcar,
licor de naranja amarga,
o tu pezón gravitando sobre mi boca... ding
dong
ding
dong...
péndulo de mi alegría y mi fulgor
péndulo de mi agonía
reloj de mi silencio
manecillas del laberinto que se pierde
quién sabe dónde
quién sabe cuándo
quién sabe qué
tengo tantas cosas que tú no tienes
tantas cosas inútiles.
Tanto pasado...
que ya ha pasado. ¿Ves? Ya terminé de beberlo,
el café,
de
la
taza
al papel,
y ya se fue, y ya te fuiste,
pero como aquel pasado deshabitado
amaneces conmigo, mi secreto inolvidable,
escondido olor a contrabando,
calla..., no, no se lo digas a tu mujer.
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(Madrid, 7 de julio de 2007)
© David Lago González, 2007
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