jueves, 9 de octubre de 2008

Tributos (Agradecimientos)

.

l_e3795e11b8c4cfc2023ca9aa98bdb1fb .

NOTA DEL BLOGGER: Mi libro "Tributos" comienza con dos hojas dedicadas a los agradecimientos, o a agradecimientos que en el momento de escribir los poemas y compilarlos creí que eran los que debía y quería reseñar. La vida no terminó allí, de modo que si actualizase esa lista, hoy sería mucho más larga. Pero el poemario no se continúa, así que los agradecimientos posteriores van implícitos en otras muchas más cosas escritas y vividas.

Habrá quien piense si el hacer un blog con mis textos está dictado por la vanidad o la locura. Desde hace tiempo decidí NO pagar por lo que escribo, tenga la calidad que tenga, así que no volveré a cometer "pecado de eufemismo" al decir que he sido publicado por tal o cual editora cuando ello verdaderamente quiere decir que he pagado por la publicación de lo que he escrito. Tampoco contribuiré, pues, al eufemismo del "mecenazgo" literario de lo que todos llaman "exilio". Así que aquí he comenzado a ponerlo todo, todo lo que queda. Creo que es la tercera vez que lo pierdo todo: la primera, cuando la funcionaria de la Reforma Urbana echó la llave a nuestra casa el 5 de marzo de 1982 y nos quedamos en la calle para dos días después aterrizar en Barajas, y dos veces posteriores en estos cajones sin fondo llamados ordenadores.

Así, pues, antes de que siga perdiendo partes de mí, dejo aquí estos

Agradecimientos

La primera persona que me sugirió que podría tener ese cierto don que, con el tiempo, el ejercicio, las experiencias ―y la disciplina que nunca he practicado―, ofrecía una remota esperanza de que tal vez un día llegara a escribir algún verso que pudiese ser mínimamente respetable, se llama Emilia Sánchez Herrera. Sin ella, y sin la coincidencia de que el destino nos haya unido en los primeros tiempos de nuestra adolescencia y juventud a Carlos Victoria Olivera y José Rodríguez Lastre (Nikitín), creo difícil que el resultado final pudiese ser hoy el que es. Y no digo que sea bueno o malo, sino que simplemente sería otro muy distinto.

Antes de ellos, el germen de tanto desorden lo pusieron dos personas: Agustina González Fagundo (Agramonte, Matanzas, 1910-Madrid, España, 1995) y David Lago de la Fuente (Freituxe, Lugo, 1895-Camagüey, Cuba, 1978), que, curiosamente intercambiaron los lugares de nacimiento y muerte como si se hubiese tratado de un acuerdo para unirlos más. Fueron mis padres. A ellos debo la mayor parte de mis virtudes y la menor de mis defectos porque me dieron, con todos sus esfuerzos, lo mejor del amor que sabían y podían dar. Fueron pacientes con mis errores y generosos con el amor que sólo en parte pude y supe devolverles, y de uno y otro, la inteligencia, la sensibilidad, la elocuencia, el mutismo, la diplomacia, el misterio, lo que supe y lo que nunca conocí, conformaron en mí un carácter que paulatinamente se ha ido reflejando en mis versos, en mi modo de ver y aceptar el mundo y sus consecuencias.

(...)

Y por último, aunque suene extraño y paradójico, a la Revolución Cubana, fracaso al que agradezco la abolición de la enseñanza de la urbanidad burguesa; la prohibición de heredar, que tantos problemas provoca en las llamadas "democracias"; el quitarnos todo lo material que poseíamos; el habernos hecho coincidir a todos los que he nombrado y a todos los que son imposible de enumerar; el habernos despojado del material subjetivo que desgarradoramente hemos sustituido o intentado reemplazar con una fuerza que cada cual se ha inventado según sus posibilidades; e incluso, hasta la represión sexual, de opinión, de pensamiento, de acción, que nos ha provisto de otra óptica y otra valoración de la vida. En fin, por haber cambiado el curso de nuestras vidas, y quizá, quién sabe, el de nuestras muertes.

(c) David Lago González

Etiquetas de Technorati:

1 comentario:

Anónimo dijo...

Así sea, el final es muy justo...

Besos
KuKa