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Aquí
seguimos como allá,
murmurando en casa
la otra parte de lo que decimos fuera.
No sé si es inercia
o la suma de innumerables virus para los que no hay antídoto.
Una mala costumbre, la vuelta al abejeo de las corralas
o síntomas de un deterioro adelantado.
Mejor cobrar en dinero, ese metal ya sin metal que todos adoramos,
a ser pagado con un destino en los ferrocarriles, o una posición
incómoda pero soportada por la resignación: la brisa quema
en lo alto de la silla desde donde se vigila el paso de los cruceros
donde otra vez se enamoran los más hábiles.
Con cuánta facilidad el cuerpo soporta una prenda más,
la piel se arruga bajo tantas capas
sin que el sol la curta en invierno o en verano
ignorando el placer que se siente
corriendo totalmente desnudo sobre la nieve.
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(Madrid, 19 de octubre de 2008)
© David Lago González, 2008.
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