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Para cerrar aquella noche vergonzosa,
un ángel me arropó.
Me dio un beso en la mejilla
y me deseó mejores sueños, sosiego a mi desconcierto.
La infamia me había llevado a desnudarme bajo la luna,
correr por las tinieblas manchando de barros y malas hierbas mi cuerpo,
y aquel ángel me limpió en silencio,
con tanto respeto y dignidad como los que yo había perdido.
Vestía de blanco, era la más hermosa de todas,
pequeña como una dama de noche gaditana.
Severa las más, pero, las veces que cedía,
su rostro se iluminaba con una sonrisa
como liberando la rigidez de una autoridad que asumía por regla.
Aquella noche su beso me sorprendió.
No recuerdo si dormí mejor o peor,
pero gracias a ella estoy escribiendo este poema
en otra noche en la que estoy demasiado cansado
para arroparme yo solo.
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( junio 1, 2006)
© 2006 David Lago González
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