jueves, 27 de noviembre de 2008

4 C - Tarde em Itapoã

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É bom pasar a tarde em Itapoã

Vinicius de Moraes

(como lo canta Maria Bethânia)

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No he estado nunca en Itapoã,

no he pasado esa tarde exquisita de la que hablan los versos,

pero, habiendo vivido tantos años enjaulado,

tengo experiencia en esos fortuitos ejercicios de la mente

que algunos llaman “imaginación”, otros más osados “sueños”

y algunos mucho más estúpidos se obstinan en llamar “ideales”.

Itapoã;

dígase i, ta, pú acentuada levemente,

y suavizando aún más la dura lengua española hasta el desquicie total,

cierre el nombre con una a liberada sobre la que caiga

todo el peso de los ciegos ojos que ven más allá de la “janela”

el cálido escondite abierto del portugués errante

que como agua de mar acaricia el corazón con su espuma sin forma definida,

nunca más definitiva.

Tómese un respiro para saltar del “pú” a la “a”

hasta que boca y mirada se extienden en un “¡ah!”

¡aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

y se hace la tarde en Itapoã: el sol burla el cristal de la ventana,

el cristal tramposo que no se abre del todo

para que a nadie se le ocurra ir a buscar una tarde en Itapoã.

El sonido del agua invade la habitación,

la cárcel de las paredes, la cárcel de mi cuerpo,

la cárcel de la mentira, la prisión de la ilusión,

y nunca más escucharán mis oídos

el timbre irritante de esa aguja blanca

que me repite como a un niño tonto “mañana te pondrás bueno”,

cuando ni siquiera entonces fui tan inocente.

Es bueno pasar una tarde aquí, el sol

es un sedativo que también nubla la vista,

“ensoñece” por igual distancia y cercanía.

Busca un lugareño que escale la palmera, uno que sepa bien

encontrar lo siempre dispuesto entre lo verde

y descubra por el retumbar hueco de la esfera,

el misterio del agua que nadie sabe de dónde llega.

Da cinco machetazos a la boca del coco, tú que tienes fuerza,

y dámelo en las manos para yo alzarlo por encima de mi cabeza

y como de un cántaro dejar caer sobre la mía

ese agua lechosa que me regala Dios.

Te toca a ti, Antonio; o cuando mucho, a ti, Sergio;

el primero y el último que sobresalen de la arena de Itapoã

caminando hacia atrás, hacia el que fui,

hacia el que fui y el que soy

en esta tarde exquisita de Itapoã.

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(Madrid, 20 de abril de 2008)

© 2008 David Lago González

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