viernes, 28 de noviembre de 2008

4 C - La dama del perrito... imaginario

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Perdone la irrupción, casi violenta y audaz pero franca,

de interceptarla en medio del pasillo.

En este páramo de arenas turbias, ennegrecidas,

nada tocado por los bruscos pero hermosos manotazos de Barceló,

su elegancia externa emana desde dentro

con la triste luz de un oasis en el crepúsculo.

Inhiesta y parsimoniosa, se eleva sobre la crápula y las desgracias.

Me agrada verla ponerse los guantes cuando pasa frente a mi habitación

o mientras espera el ascensor, no sé si ansiosa, aunque resignada.

No lo comprendería; yo mismo no encuentro explicación,

pero presenciar cada tarde cómo sus finos dedos

buscan y encuentran, rellenan su molde en lo recóndito de ese fino cabritillo,

me tranquiliza;

sí, me sosiega,

porque me dice que, a pesar de todo, el mundo marcha como siempre.

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La vida nos ha jugado una mala pasada.

Su hija muy posiblemente agoniza, lejos

de la niña que había sido y de la que usted soñó que fuera.

Yo también pierdo un poco más de mí

durante estas incursiones cada vez menos esporádicas.

Pero siempre he cometido el pecado de imaginarme otros escenarios.

Usted me recuerda a Chéjov:

la dama,

portando una volandera pamela que asegura con su mano;

el paseo marítimo de tabloncillo propio de las playas de grava gruesa;

el vestido blanco, como de espuma y coral...

y el perrito,

claro,

ladrándome como al intruso que soy.

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El guante, del frío brioso resguarda sus dedos,

que presumo finos, muy delgados,

como un pequeño tenedor de plata con el que trinchar los entrantes del banquete.

Ya lo ve usted, el mundo marcha como siempre...

Y una parte de nosotros continúa vibrando con él.

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(febrero 5, 2007)

© 2007 David Lago González

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