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El cuerpo estragado
–incluso en su “delgadez extrema”, como cantaba Pablito–
se acomoda con dificultad al apaisado erguido del plato de aseo.
Cada mañana mi cautela es gigantesca,
también esa contorsión involuntaria de la paranoia
que me hace dudar entre la sorpresa del agua o del éter macabro
que saldrá por los orificios del surtidor.
Algún junkie olvidó el porro sobre el alto murete
que separa los dos manantiales de la muerte.
¿Por qué he tenido que llevar mi mano hasta tan alto,
como si levantara el puño cerrado en una señal de airada doctrina?
Ah sí, para no escurrirme sobre la intempestiva basura inconveniente.
Junk, junkies,
el agua lo limpia todo,
lo arrastra hacia la oscura cuenca del desaguadero.
Pero de nuevo revierte el miedo
a revivir ese vaho irreversible:
estamos en guerra, los gusanos al exterminio,
todos marcados en el brazo y dentro de los ojos
para ser nuestros propios espejos, es un castigo;
apenas hay espacio para la toalla y los torpes huesos,
el uniforme azul es una humillación,
y la verdadera historia de una vida es la historia de sus humillaciones.*
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(marzo 16, 2007)
*Vijay Seshadry
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© 2007 David Lago González
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