viernes, 16 de mayo de 2008

Elogio del silencio






No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.

Luis Cernuda




Cuando nos entreguemos al amor, o a esos malabarismos
que suelen hacerse sobre las sábanas de una cama
--da igual mentir que ser mentido: si la copia es tan buena como el original
el éxtasis de la contemplación satisface lo mismo--,
por favor, calla lo más posible, ya sean veinte minutos o cuatro horas,
pero deja que el silencio ponga su bella maquinaria en marcha
y permíteme que transite por tu cuerpo
como si me adentrara en un bosque que nunca llegaré a conocer del todo.
Desde la adolescencia hasta los tiempos más cercanos del presente,
estos oídos han sido sordos testigos de tantos disparates y tantas incongruencias
que de recordarlos todos hoy superaría con creces el mal gusto de Bukowski.
Insultos,
amenazas,
fuerza en las cosas,
hurtos,
engaños,
juramentos de una entrega desmedida,
promesas de felicidad,
vulgaridad,
presunciones de realización,
cuchillos en la carótida,
baratijas de la cursilería,
ataques aterradores contra alguna parte codiciada del cuerpo,
transmutación de la realidad,
la dureza fría del terrazo clavada en las costillas,
fidelidad certificada,
aburrimiento,
síntomas de desorden,
parlamentos ingeniosos,
rigidez de una realidad contenida,
aromas tan imposibles como el pachulí agrio de las axilas,
y palabras, palabras, palabras,
palabras de amor, palabras de pasión,
elogio anatómico, elogio amatorio,
órdenes,
y palabras, palabras, palabras,
palabras de lo imposible y lo probable,
palabras de la falsedad más transitoria o más definitiva.

En cambio, tú nunca me has dicho que me amas ni tampoco lo has negado;
jamás tu boca se ha desbordado en frases de hueca intensidad,
y es por eso que más que todo aprecio tu parquedad;
y es por eso que cuando al terminar
y algunas veces sonríes, me siento recompensado,
y es como vivir el amanecer sobre el horizonte de algún trópico,
y yo que los he visto sé de lo que hablo y sé que esta frase
me acerca peligrosamente al oropel que evito, que critico y del que huyo.
Por eso te pido que no te prodigues demasiado:
debo cuidar mi vocabulario con esmero
y cultivar, como tú, la verdad misteriosa del silencio.

(Madrid, 20 de Julio de 1999)
©1999, David Lago González

miércoles, 7 de mayo de 2008

En San Michelle, con Iosif






Ah, gospodin, estamos aquí, al fin.
Nada molesta cuando hablas,
aunque parezca sin sentido el nácar de la rosa al perfil de la muerte,
llenas ambas de presencia y de humo,
pero también de alma una rara suerte.
Eso las une, quizás, en un extremo
forzado por circunstancias imprevistas.
Déjame, por favor, pasar la noche
bajo las estrellas que animan el cielo de San Michelle;
viajo solo de una isla a otra sobre esas aguas de desigual contexto,
y los vaporetti acentúan con tanta crueldad
mi retraimiento de Ítacas derramadas... que sólo te pido
las pocas horas que faltan para que las verjas abran.
Luego me perderé entre esas viejas damas sofisticadas
que vienen a mordisquear la historia, los mármoles,
y esas otras palabras que aún el cincel incierto del azar
ni han esbozado siquiera sobre Carrara.


©2005, David Lago González


domingo, 27 de abril de 2008

UN HOMBRE ESTÁ PARTIENDO, David Lago González





Un hombre está partiendo,
un hombre siempre está partiendo.
Alejándose de la orilla
como un náufrago que va y viene en su balsa,
bajo el quitasol que ha fabricado en su afán por sobrevivir
en un mar que por fuera y dentro le devora.
Un hombre está partiendo,
recogiendo constantemente sus aperos,
la diminuta poesía que conforma su vida,
la gravedad del misterio que le lleva hacia la lejanía del que mira
marchar la orilla, fuera ya de toda vuelta de las olas.
Las aguas que ascienden, boca que traga su figura y su sombra,
hacen de un hombre arena que asoma y se hunde.
Él y la orilla nunca se encuentran: un hombre que siempre parte
y una orilla que al parecer se detiene cuando en realidad se aleja
fantasmagóricamente, como una gran fragata
requerida por un aviso monárquico.
El hombre, aunque amando más el deseo de vivir que la misma vida,
reconoce que las verjas por donde puede comenzar su nuevo mundo,
la isla que él mira y que le mira,
será también gota del mar:
un irretenible fustazo de luz bajo las olas.


(C)David Lago González, (+/-) 1975



martes, 18 de marzo de 2008

DELITO DE SANGRE








Y ahora resulta que sólo la sangre es crimen
y el pecado en ella sólo está... pero
yo no bebo del agua roja que alimenta los humedales.
Quede no sé cuál de las conciencias tranquilas:
no se actuará en contra de las palabras dichas,
intercambiadas entre la boca del que escribió
y el ojo del que versó las suyas propias
solamente para el ojo que habló y repitió
y así hasta el infinito en el cerrado círculo
de los que se eligieron por sí mismos
para ser eternidad, pero también desvaído ocre
de las bibliotecas de una escolar alejandría
por las que el tiempo pasó y nunca se detuvo.
Con la palabra yo amo y odio,
con una palabra acaricio, con otra insulto,
con una palabra doy la vida y quizás con la misma la pierdo;
pues, acaso, ¿no es entonces la palabra mi sangre?
¿No es mi asesino quien la haya usado contra mí?
¿No me maltrata aquel que la empleó con alevosía o sospechosa ingenuidad
para engrandecer y realzar los altos muros que ya rodeaban el silencio?
¿No merece desprecio? ¿O sólo aquél
que me mató y abandonó el cuerpo?


© David Lago González, 2008.

domingo, 9 de marzo de 2008

Sweet Sixteen (8 de marzo de 1982-8 de marzo de 1998)








a Oscar, una vez más
a Cristino y Manoli, por los primeros tiempos




Ulises cumple dieciséis años: según los usos y costumbres de la joven Norteamérica,
esta sería su presentación en la sociedad de los patriarcas.
Se viste con un traje gris, hecho con gran cantidad de fibra sintética
que reacciona mal con la piel y va todo el tiempo produciéndole alfilerazos;
pero Ulises, estoico, soporta el traje y la corbata.
Vuelve a Barajas y atraviesa un túnel desde la puerta del avión
-o hacia la puerta del avión, no está del todo seguro-.
El túnel es frío, muy frío a las siete de la mañana
cuando el avión roza la pista del aeropuerto y aterriza sin problemas,
tranquilamente, como una mariposa moderna.
Les sirven unas viandas excesivamente abundantes
para estómagos acostumbrados a digerir alimentos sólidos una sola vez al día
y rellenar las noches con mermeladas y crema de queso,
e irse a la cama con un vaso de leche de estraperlo.
(La leche es de estraperlo; las vacas mugen de verdad, en los prados verdes.)
El azafata pregunta si desea vino.
¡Anticlea le mira verdaderamente aterrada!
"¿Cómo puede ser que una pregunta tan simple y cotidiana
pueda sacarnos de nuestras casillas, desordenarnos de tal manera?" -piensa.
"No tenemos una peseta, señor" -le contesta con humildad dickensiana-.
"Eso no importa: La Casa invita." Y en ese caso Ulises y Anticlea prefieren dos CocaColas,
¡grandes!: una para cada uno: hace tanto tiempo que olvidaron el sabor
que tienen que comenzar por desmitificarlo: es una simple bebida gaseosa.
Brindan en silencio por la libertad, la incertidumbre, la suerte y el miedo;
brindan en silencio por los que han querido en carne, hueso y alma,
y a partir de ahora se convertirán en papel y sobre y en recuerdos.
Brindan por los muertos, y por los que no conocen todavía.
Brindan sin nombrar la palabra "brindar", sin ponerse de acuerdo,
porque ambos están atónitos, ninguno de los dos piensa,
ni lloran, ni ríen, ni saben si sienten
y el pánico les paraliza en sus asientos, cómodos asientos
de la clase turista de un Boeing de Iberia, suficientes y majestuosos para dos huidos de Itaca
Sobra comida y bebida: no pueden, simplemente. Y sobre todo, sobran las palabras:
ocho horas quince minutos en silencio. A veces se toman de las manos.
A veces se agarran las manos y se miran a los ojos, en silencio.

La cabina del baño está llena de tentadores jaboncitos y toallitas de papel aromático.
"¡Huele tan bien aquí dentro que bien podría quedarme a vivir para siempre!"
Roba todo lo que puede, como los mendigos
-al fin y al cabo, eso es lo que son-. Es lo que hacen todos los de su estirpe.
También incluyen las suaves pantuflas a cuadros
que les dan para descalzarse y descansar los pies.
Y Ulises pide permiso -esgrimiendo por excusa el frío-
para que Anticlea se eche sobre los hombros la mantita de viaje
(aprovecha para añadirle la suya también),
y nota una cierta mirada de conmiseración en los ojos de la rubia azafata
que advierte lo que tratan de disimular y les desea "buena suerte".
"La gente es buena -parece-."
¡Y Madrid luce tan hermoso abajo! ¡Está despertándose
y ellos llegan con el sol! ¡Eso querrá decir algo! ¡Seguramente es un buen augurio!
Se confunden las luces artificiales con la luz del amanecer.
Se confunde el pasado y el futuro: están en el presente
y sienten un miedo atroz que les impide hablar.
¡Y tanto frío en este túnel, les da de lleno en pleno rostro!
Anticlea dice, muy quedo, sólo para que la escuchen los dioses: "Acompañadnos,
tened piedad y no nos abandonéis a la suerte de los vientos".

Y el primer milagro se produce: al otro lado de la puerta les espera un amigo.
No están solos. Pero el miedo no se va.

El miedo, no se va nunca.



(Madrid, 8 de Marzo de 1998.)
Copyright. David Lago González

lunes, 25 de febrero de 2008

LA MIRADA DE ULISES, (C) David Lago González 1999





La mirada de Ulises (Theo Anghelopoulos)




No, no descubre nada. Ni siquiera quiere llegar a su destino.
Su viaje es falso. Su entusiasmo no es real, es una enfermedad
en cierta isla falsa donde el corazón no puede actuar y no sufre.
Tolera su fiebre, es más débil de lo que pensaba, su debilidad es real.
Pero hay ratos, cuando los delfines saltan con garbo buscando
ser admirados o cuando una isla de verdad asoma a lo lejos
y se deja ver, en los que se rompe su trance: recuerda
sitios y lugares donde estuvo bien. Cree en la felicidad,
cree que su fiebre puede curarse con un viaje definitivo
allí donde los corazones se reúnen y son fieles,
a través
de este océano, que separa
corazones distintos pero que siempre es el mismo, que está
en todos sitios, como la verdad y la falsedad, pero que no sufre.

Wystan Hugh Auden





1 Albania


Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises.
Quiere regresar a su Itaca
y se busca la excusa de perseguir el rastro
de unos hermanos Lumiere balcánicos
que allí pusieron movimiento a los primeros daguerrotipos de la Historia.
-Se sabe que La Historia siempre tiene varias y diferentes aristas-.
Harvey Keitel lleva traje y corbata, y es Ulises:
un Ulises de ahora, de este siglo, que es el número veinte.
En realidad, tiene varias Itacas a su espalda.
Pero primero llega a Grecia y en las calles de Atenas hay revueltas.
Los griegos protestan por el contenido de su última película
y Ulises corre peligro de ser apedreado.
-Se sabe que La Susceptibilidad tiene varias y diferentes aristas-.
Pero Ulises siente que ha perdido algo en su memoria
y quiere recorrer el periplo de vuelta hasta el punto
en donde comenzó a formarse la Nada.
Porque su vida ha devenido en un vacío, a pesar de las apariencias,
a pesar del traje y la corbata y la recomposición sucedánea de su existencia,
a pesar de que tome prestado el cuerpo de Harvey Keitel, su rostro duro
ocultando una sensibilidad que le torna demasiado vulnerable
a las sinrazones de la Nada.
La Nada la llevan unos señores de muy diversa forma,
que el mundo confunde y aclama, o condena, o mitifica, o idolatra u odia;
que unas veces son bestiales y palpables, y otras, sutiles y fantasmales.
-Se sabe que La Nada tiene varias y diferentes aristas-.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y Ulises alquila el taxi de un griego que habla siempre, fuma,
habla y habla, haciendo más ruido que el motor de su viejo coche.
Cruzan la frontera con Albania
(y he dicho "cruzan la frontera con Albania").
Por una suerte de meseta, la nieve crece a trozos igual que la hierba marchita y el lodo.
Por una suerte de meseta, la gente pisotea esa nieve tan desvaída y pobre
como ella misma, tan triste y misérrima como las arrugas de sus rostros,
y parece dirigirse hacia alguna parte.
Toda la gente va hacia alguna parte diferente. Unos van y otros vienen.
No pasean por el campo, no admiran la naturaleza
-tan rala y poco admirable, por otra parte-, sino que van -y cuando digo "van"
quiero decir que "van", que saben a dónde se dirigen y que tienen razones para ello-.
De sus manos cuelgan bolsas, las más variadas bolsas
y las más vacías bolsas que se han visto en un país.
Albania es el país más triste del mundo.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y en la butaca del cine siento que yo también soy Ulises.
Ahora sé que las cartas desalentadas de mis primas llegan también de Albania.
Ahora sé que las voces a través del teléfono me vienen también de Albania.
Ahora sé que las bolsas vacías en sus manos buscan carne, lechugas, leña,
algún pañuelo, algún zapato pequeño: quieren algo, y van y regresan vacías.
Y los rostros, en medio de aquel páramo, buscan comprensión.
Para ellos bastaría con un abrazo y el silencio, un silencio
más reparador que cualquier palabra.
Albania desoladora y desolada: paraje cruel y duro
que se filtra a través de los párpados cerrados, no importa cuán fuertes los cerremos.
Sólo crecen trozos de nieve entre trozos de hierba y de lodo
-y cuando digo "crecen trozos de nieve" me refiero a que esos copos no caen del cielo
sino que parecen salir del subsuelo, junto a toda la suciedad del paisaje-.
El taxi se detiene de pronto y el conductor dice "Hasta aquí llego yo".
Así, arbitrariamente.




2 Rumania


En Rumania las cosas son diferentes. En Rumania sólo se ve el pasado.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y es apresado porque está rebuscando en el baúl del pasado,
y aunque sólo busca un celuloide desvaído de los Lumiere balcánicos
que únicamente tiene importancia para él, los guardas lo apresan
porque piensan que quiere descubrir algo más.
Los guardas no saben lo que es un celuloide desvaído, ni quiénes fueron esos hermanos,
locos, olvidados, y perdidos para, por y en el tiempo;
ellos sólo piensan que Ulises pregunta y busca y se hace molesto,
y ellos no quieren preguntas. No se puede preguntar en Rumania.
Es noche, y pasan camiones militares, como en estado de sitio.
Es noche y hace frío.
Ulises es golpeado porque hace preguntas
y sigue las huellas invisibles de los muertos.
Estos muertos ni siquiera fueron peligrosos en vida,
pero el que alguien se interese por ellos después de tanto tiempo
les aporta de pronto una peligrosidad inusual que nunca soñaron tener.
No se puede preguntar en Rumania: es pecado capital.





3 Hungría


Entre medias hay una ruta real a través de una nieve espesa.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y escapa de los gendarmes recorriendo kilómetros de blancura silenciosa.
No sabe que va a encontrar una mujer a mitad de su camino.
Una campesina que se ha quedado sin marido: lo mataron en alguna guerra,
o alguna bala perdida que el destino depara caprichosamente.
La mujer está sola -hermosa, curtida y recia campesina-
y siente el olor del hombre en medio del bosque nevado.
Y Ulises aspira el aroma del gamo
y la viuda engaña a su muerto cubriendo el cuerpo de Ulises bajo la misma manta.
La manta es rústica, de pura lana; la hizo ella en el telar.
Aquí no hay televisión ni cine ni artilugios que desvían la atención
del mero y preocupante hecho de sobrevivir.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y permanece montado sobre ella durante días,
mientras afuera caen copos blancos y a lo lejos se escuchan disparos.
La campesina es una sirena de tierra, una ondina, en medio del camino a Itaca.

Bajo la manta, una fiesta familiar en Budapest le devuelve la infancia.
Los nazis interrumpen la reunión y se llevan a alguien.
Cesa el piano que antes alegraba con un vals los cuerpos del recuerdo.
Los nazis prometen volver.
Sus ojos infantiles miran desde una cortina la despedida forzosa.
La guerra empieza y termina, pero en su corazón
seguirán estallando los obuses por el resto de su vida.
Los comisarios políticos, pocos años después, interrumpen otra fiesta
y se llevan a alguien, y también prometen volver.
Extrañas coincidencias acontecen en Itaca:
distintos personajes dicen lo mismo en diferentes épocas,
y la familia insiste en recomponerse a pesar de los fragmentos.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y todos son deportados a Grecia por ser judíos,
o por esconderse detrás de una cortina roja,
o por tener un piano donde se toca un vals vienés.
Itaca, Budapest, aquello que Perse llamaba tan angustiosamente:
"¡Infancia, amor mío!", no serán recuperables
más allá de la manta de la mujer del bosque: afuera dejan de existir.
Bajo la manta, sin asomar la cabeza, junto a este olor de hembra salvaje,
sin palabras, creciéndole la barba mientras también la nieve crece fuera,
montándose sobre este cuerpo desconocido, Ulises llega a Itaca,
pero no para quedarse. Porque Itaca siempre está perdida.
Budapest nunca será la misma.





4 La mirada de Ulises


La mirada de Ulises observa cómo desmontan el pesado monolito del héroe.
Es una operación que lleva horas cuidadosas
porque a pesar de los cambios, se pretende que la piedra no se quiebre.
En el fondo persiste un cierto respeto,
que es también un respeto hacia su propio pasado,
hacia la inutilidad de los hombres que ostentan el poder a lo largo del tiempo,
hacia la ilusión y las ideas equivocadas,
hacia las consecuencias que se derivan de la sinrazón del poder.
Serían mucho más numerosas las horas empleadas en cincelarlo
-el detalle de perfilar con perfección su barbilla enfilando el futuro
costaría mucho sudor, las manos del escultor se harían más rudas seguramente-.
En el gesto adusto del héroe, en su mirada fija hacia el horizonte,
en sus pupilas de faro que guiaba los barcos a puerto, no hay nada
confundible con la tenue e indefensa sensibilidad del arte,
pero ha sido todo un arte combinar la dureza de la piedra,
la dureza del héroe
y la dureza férrea de la Idea.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
en el puerto, con un pie sobre el muro del malecón,
viendo cómo desmontan el pesado monolito del héroe:
lo cortan por la mitad, y con dos cuerdas de acero (una al cuello, otra al abdomen)
lo depositan sobre un trasbordador y emprende la despedida.
Nadie le dice adiós. Se marcha con más silencio con el que se levantó.
Esta vez no hay escultores; sólo obreros que hacen su trabajo,
cobran su jornada y se marchan a sus casas
o a la taberna para rociarse con un vaso de aguardiente de ciruelas.
Sobre cubierta parece como si estuviera tomando tranquilamente el sol,
aprovechando el receso de las ventiscas de invierno.
Va plácidamente, durmiendo.
Ulises le mira partir: parece meditar sobre lo vano y lo inservible
del paso del tiempo.
La tristeza supera el respeto.





5 Sarajevo


¿Quién es quién en la ciudad?
¿Los comunistas son los serbios y no quieren perder el poder?
¿Los croatas son los antiguos aliados de la svástica?
¿Los macedonios son las víctimas entre un fuego cruzado?
¿Los musulmanes quieren profesar su fe? ¿De dónde viene tanto odio?
¿Quién es quién en la ciudad? ¿Quién es el vecino, el amigo,
el enemigo? ¿Quién es el padre o la madre, los hermanos quiénes son?
¿De quién es el verdadero Dios?
Mientras el viejo héroe zarpa sobre su trasbordador, camino del polvo,
del polvo se alza una lucha feroz por ocupar el vacío.
El vacío volverá a traer el poder,
y el poder volverá a repoblar la tierra arrasada con nuevas Itacas.
Y de nuevo el tiempo transcurrirá en vano, en vano los muertos y la guerra.
Y la guerra terminará, pero en el corazón nunca se apagará el ruido de los obuses,
el boquete irremediable de tanta futilidad.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises.
Por las calles de Sarajevo esquiva las balas de los francotiradores.
Le han indicado el camino para llegar al custudio del viejo tesoro
de los Lumiere balcánicos. Todo está en ruinas,
y como una ruina más, en el sótano de una iglesia destruida,
alguien le entrega los daguerrotipos desvaídos y comprueba que ya son inservibles.
Itaca sigue durmiendo bajo la manta de la campesina.
Hay una muchacha y un muchacho, ambos enamorados:
dicen que serán felices y tendrán hijos. Eso es ilusión: ellos también perderán.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises, y Ulises perdió.
Itaca sigue durmiendo bajo la manta de la campesina.

Itaca no despertará.



(Madrid, 17 de Marzo de 1998.)
(Publicado por Ediciones Timbalito, Madrid, 2000)

viernes, 15 de febrero de 2008

a message from Lynda

Today the snow is falling and I feel as though there is poetry here and it makes me think of you and how long since I have seen a new poem and I wonder how you are. I close my eyes and there you are again! My glamorous friend!(Not to worry - I know that may be all in my mind.) I am peeking through the window once more and your head is thrown back in laughter. Your wine glass lays on its side on the floor by your feet. Oh, I think it might be a wild time...

I hope you are so happy, dear!

Lynda
(New York, january 2008)

jueves, 14 de febrero de 2008

Shalom dechem!




a la memoria de Ángel del Río Hornos


sola resurgit vita
Cat Stevens



Sobre el mármol del vestíbulo reposa desde tu partida
una pequeña vasija de barro con restos de pan ácimo.
No me ha hecho más rico de lo que no era,
pero ni un solo día ha faltado el pan en casa,
por lo que ciertamente la costumbre debe tener algo de verdad
y alguna protección ofrecerá a quienes la practicamos.
Cuando paso por su lado, algunas veces me asalta la mirada el realce de tu rostro
cuando presidías la ceremonia del Pesaj en tu sagrada ciudad de Toledo.
¡Qué radiante lucías entonces bajo la kipa negra!
Tu accidente, de mi vida fue el mío;
y aunque otros cuerpos y otras almas por el camino han transitado,
y aunque otros no supieron ver ni respetar de nosotros un amor tan distinto,
hoy el espacio de tu ausencia hace lugar a mi lado, silenciosamente,
como el pan ácimo que me protege, no sólo de la pobreza,
sino también de la miseria de los hombres.
Shalom! Shalom dechem! Reposa en paz, amigo: encima de ti,
la estrella de David besa tus párpados.


(Madrid, 29 de Enero del 2000)
(C) David Lago González, 2002
(Tributos, 2003, editado por Ediciones Timbalito, Madrid 2003)

miércoles, 13 de febrero de 2008

Memorias del Este, (1999-2002), David Lago González






para Januz Kucharcsyk





El realismo socialista

Describir la vida no como era, sino como debía ser.













Estos contactos abrían en mí estratos ignorados de la conciencia, y llegaban a rozar una especie de pre-conciencia. Se trataba de una percepción distinta del mundo, en la que el hombre volaba más allá del espectro visible a lo invisible.

Nina Hagen-Thorn










Cuanto más talento tiene un escritor, más incapaz es políticamente... El escritor no es valioso sino fuera del sistema... Gozo de la amarga gloria del hombre que se lanza ciegamente hacia delante...

Boris Pilniak




-o-


Larguera* de Vorkuta



A cada uno duele el abismo salvado.
Virgilio Piñera



Cuando Olga Petróvna Olshévskaya descendió del tren de ganado
que la condujo hasta el larguerá de Vorkutá en 1938
quedó hondamente sorprendida por la espléndida belleza de la tundra florecida.
Corría por entonces el raudo mes de junio;
luego pasarían velozmente el verano y el otoño en los meses de julio y agosto;
y finalmente el largo invierno, el infinito invierno, el infinito tiempo,
y así desde aquel día hasta ahora (sesenta años solamente).
Atrás quedaría el San Petersburgo natal: Leningrado,
Stalingrado y los mil nombres que le dio la historia del poder.
Qué más da ser llamada de una forma u otra:
la ciudad donde se nace es siempre el lugar en que se muere,
aunque nuestros cuerpos estén muy lejos de allí.
Pero Olga Petróvna vive todavía y recuerda el horizonte florido de la tundra,
y, aunque lo acallen esas flores salvajes, recordará también
las frías vetas de carbón a cientos de metros bajo tierra;
las barracas gélidas;
los suicidas oscilando de una cuerda bajo el inapreciable amanecer;
el pan de cada comida y algún sabor en su boca remotamente parecido al té,
y contará hasta dos sus hijos perdidos en la ciudad imperial.
Olga Petróvna engrosó el nutrido contingente de los fantasmas,
pero nunca nadie alzó su voz para recordar su ausencia,
nunca nadie exigió su cuerpo, nunca nadie quiso saber si vivía o ya había muerto.
El miedo silencia la desaparición de un cuerpo y su alma,
y la miserable supervivencia ―pues vida al fin― lleva a un olvido aparente
que se hace cotidiano y se torna futuro,
y cuando crece se hace demasiado tarde para recobrar.
Debo yo ser muy torpe en materia de entendimientos,
porque no comprendo por qué unas vidas valen más que otras,
por qué unos huesos relucen mejor que otros.
Debo yo ser muy torpe
porque no vislumbro la diferencia entre un rebaño de potros y un rebaño de ovejas,
si ambos animales son hermosos y ambos cumplen su cometido sobre la tierra.
Yo debo estar equivocado, seguramente: lo de Olga Petróvna sucedió hace tanto tiempo
que ella misma prefiere irse al otro mundo
reteniendo solamente la bella imagen de la tundra
cuando florece en el raudo, veloz y cruel suspiro de un junio
que se vuelve destino,
sol,
sepultura,
silencio y risa
de una vida que ni siquiera quisieron eliminar,
sino únicamente acallar.

Únicamente acallar.


(Madrid, 19 de abril de 1999)







*En ruso: campo de concentración





-o-






Taki pejzaz* (Tributo a Ewa Demarcsyk)



para Octavio González Morgado



Una mujer sola, una ajada "palma sola"**,
pisa con pie de patético equilibrista las lajas polvorientas de Cracovia la vieja,
entra y sale de los cafés sobre el vértigo adormecido del vodka,
y recuerda la humillación de cantar para los boyardos de los komsomoles,
a los que su grito y su verso, incomprensibles, retenían en sus sillas
como asustados colegiales ante el triste rigor de un profesor fracasado.
Ángel que emergió de la negritud del poder
y el poder arruinó con el corsé del sinsentido,
vuela por las techumbres de Cracovia y tropieza con las chimeneas,
rueda, cae, se levanta, apoyándose sobre el frágil cristal de una copa vacía.
"Este paisaje" desolador y desolado, de ave golpeada por el viento,
visitado por una ráfaga fugaz de risa cíngara
y un murmullo de soldados que regresan en fila de su primera batalla
(hum hum hum, hum hum, hum hum hum, hum hum hum huu...)
con el peso, físico, de sus aperos,
y el incorpóreo, del miedo y la inutilidad de los deberes;
el pizzicato que atraviesa de puntillas el fondo del escenario;
una mujer que sin moverse transmite con su rostro todos los matices de la vida,
son el recuerdo y el presente de un naufragio.
Stanislawa Celinska también sucumbió ante el arroyo viscoso del vodka;
Daniel Olbrizski envejece en su hermoso cuerpo de un futuro ya pasado;
Beata Tyskiewics languidece entre nobleza y belleza
cruzando el puente de los olvidados.
Quien dijo que de nuestros colonizadores eslavos no retuvimos nada
debe haber confundido los cines y los teatros
con la oscuridad de un "colérico pinchazo"***.
Todo aquel que pone la bota, pone también su pie,
y a través del pie nos llega el alma.
Tenemos en común el fracaso y los intentos de esquivarlo;
tenemos en común la carga sobre los hombros de un cuerpo extraño,
la inconsecuencia del tiempo, la implacabilidad de la historia,
y eso nos une más que compartir un mismo lenguaje,
unas gotas de sangre, o ser hijos de un mismo padre.


(Madrid, 6 de junio de 1999)



*"Este paisaje" en polaco. Poema de Andrzej Szmidt, musicado y arreglado por Zygmunt Konieczny.
**Poema de Nicolás Guillén musicado por Andrej Zarycki y cantado por Ewa Demarcsyk
***Allen Ginsberg (Howl)




-o-




La infancia de Ivan (Tarkovski) - Arengas patrióticas



Gotea el viejo grifo una gota perenne, como una lágrima
que persiste en nunca hacerse llanto
al mismo tiempo que insiste en no dejar de caer,
obsesiva, repetitiva, aburrida y cruel hasta la tortura.
Gotea la canal después de la lluvia, más allá de la tormenta,
cuando ya todas las nubes han descargado con abundancia,
pero ella se mantiene en el silencio de la noche,
y bajo los párpados cerrados del dormido se le ve desprenderse,
con esa bella figura de ánfora fenicia, en la ignota profundidad del horizonte.
El buldózer desbroza para levantar el paraíso: un páramo
que engulle los cedros, los caobos, la majestuosa e inalcanzable ceiba,
el cisne sacrosanto e intocable de una palma real;
y vuelan los pájaros armando grande alboroto
―todos estamos tan asustados...―
El río se ahoga en el talud, pero la desidia, como un gusanillo,
orada agujeros, y el mar que se hizo dulce en sus aguas,
seco en el afluente, detenido tras la fuerte cortina de cemento y hierro,
filtra una gota. Una gota que es distinta a la otra gota.
Una gota que es lo contrario de la otra gota, una gota que responde.
Y tú dices: la primera gota no existe, es fruto de tu mente,
consecuencia de la vigilia, mala sombra de un insomnio cotidiano;
y si la primera gota no es, tampoco lo será la segunda:
no hay respuesta sin pregunta, no hay recuerdo sin suceso.
Y si todo pasa, si escapas, si tu vida cambia, dejarás de oír los sonidos de ambas.
Pero te equivocas: hasta que mueras viajarán contigo y para siempre serán tu sombra,
una sombra que se adelanta y se retrasa, una sombra que gotea.
Puff, puff, puff; y las paletadas contra tu infancia quién sabe si también se acallen,
o el granito cruja lenta, sincopadamente, para toda la eternidad.
¿Quién puede asegurar, Iván, que aquella gota cese?


(Madrid, 6 de septiembre de 1999)





-o-





Doctor Jivago (Boris Pasternak)



Tanto talento parece que deslumbra,
como una pieza de oro bañada por el mediodía
que inclemente quiere hacerla lucir con todo su esplendor.
De pronto te desarma y te deja sin habla;
debe pasar algún tiempo para que puedas reaccionar,
poner tus ideas en orden, sacar tus conclusiones,
porque el oro, como el talento, te atrae y te apabulla, y fácilmente te engaña.
Si te dejas llevar, te sientes como en un carrusel;
y cuanto tanto más te abandones a él, más vertiginosa será la espiral:
si opones resistencia, la inercia puede lanzarte fuera y despedazarte;
si te relajas, los giros llenarán de burbujas tu cabeza
y entonces sería mejor no detenerse jamás.
Lo peor es que te de por recelar, que comiences a pensar
en lo dudoso de ese tanto talento que deslumbra.
Lo peor es que te obsesiones con arañar la pieza de oro para comprobar si es maciza.
Lo peor es que, como un niño excesivamente curioso,
quieras descubrir el mecanismo del juguete.


(Madrid, 6 de septiembre de 1999)






-o-






Paisaje después de la batalla (Tadeusz Borowski - Andrzej Wajda)



Quizá vivir sea la mejor venganza.
Roman Frister



Después de morir, continúa viviendo. Atraviesa el bosque
donde la batalla ha alimentado las mortales mariposas de los disparos,
la imperturbable compostura del verdugo que ejecuta su deber
sobre el asustado fuelle con que tu pecho respira.
Pagarás por haber nacido en alguna parte;
pagarás por algo insignificante que sucedió hace cuatrocientos años:
unos lunáticos descubrieron el intangible contorno de tu futuro;
pagarás por la cópula de tus padres; por tu sangre o por tu piel;
y nunca sabrás por qué pagas tanto,
por qué te culpan de la muerte de un hombre en Judea;
por qué te culpan, tanto por ganar como por perder.
Quizá vivir sea la mejor venganza, si es que los demás
lograran vislumbrar la culpa o la inocencia en la sombra andante de tu alma.


(Madrid, 18 de septiembre de 1999)





-o-







Todo para vender (Andrezj Wajda)



Si nada tienes para vender, toma mi pasaporte,
la cruenta institución de mis papeles,
los certificados de buena conducta
confeccionados por la piadosa mentira de alguna bondad.
Si nada tienes para vender, quédate en el bolsillo
con la felicidad que por un momento padecí
y que, como un tiovivo en medio de una diversión abandonada,
alguien puso en marcha para convertir la noche en vértigo.
Si nada tienes para salvar tu vida, pronuncia mi nombre,
entrégale algunos de estos versos,
menciona o invéntate alguna palabra que no dijera,
pero nunca dejes que te hundan por tan poca cosa: yo no valgo la sangre que llevo.
Por lo tanto, no te detengas si alguna vez te convocan al aquelarre de la sangría.



(Madrid, 29 de Noviembre de 1999)






-o-






Cuchillo en el agua (Roman Polanski)



Me parece que hablo de algo que nunca ha existido.
De repente, la historia ―esa realidad que ha tejido tu vida―
ha envejecido mucho más veloz que tus recuerdos,
y ha dejado atrás tu cuerpo, que ha prevalecido,
que ha permanecido contra el paisaje y se ha erguido sobre sus pies.
No, no te has muerto: tócate, si con ello te convences.
Ni el cuchillo ni las aguas crecidas del río han podido contigo.
Y sin darte cuenta, la historia ha seguido su curso,
se ha hecho mayor como tu piel: de ti no quedará ni el recuerdo;
en cambio, de la historia se fabricarán otras mentiras para engrosar los libros
y otros libros para enmendar las fabulaciones, y otras verdades absolutas
tan discutibles y poco fiables como las verdades anteriores,
y en ese ciclo imparable de misterios que se dicen y se desdicen,
de infinitos laberintos concéntricos, qué es, qué fue tu memoria, pobre infeliz,
sino tan sólo un cuchillo que el remolino del agua tragó
y el lodo del fondo nunca devolvió a la superficie.


(Madrid, 16 de enero del 2000)






-o-







¡Fuego, mi muñeca! (Milos Forman)



Los bomberos acudieron en vano para apagar el fuego que ardía en tus ojos.
Un policía creyó ver en ellos un brillo y pensó que el enemigo había llegado.
El policía cumplió con su deber porque todo lo que reluce es sospechoso
y si hay algo dudoso es menester que se investigue,
y toda pesquisa seria conlleva una disección de aquel objeto que brilla
y si no es reflejo del enemigo, hay que saber quién ordenó el lucimiento,
quién, por qué y para qué. Todo tiene, o debe tener, un sentido.
Nada puede brillar así, sin más, porque sí,
ni siquiera el fuego de tu mirada, muñeca: ¡cierra, cierra los ojos,
antes de que algún vecino por ello se despierte
y tengamos que explicar que simplemente gozabas de amor como una enamorada!



(Madrid, 16 de enero del 2000)






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Guerra y paz (León Tolstoi-Serguei Prokofiev-Andrei Konchalovsky)



Los figurantes portando las banderas de Todas Las Rusias avanzan a proscenio,
blanden los estandartes, los trozos de tela ondean casi rozando mi rostro de tercera fila,
el coro, la hagiografía y todo el escenario llegan a la apoteosis final,
y yo siento un miedo atroz que enerva cada uno de mis poros.
A partes iguales, un pánico indescriptible da a mis pies
la sutileza de un fantasma y la torpeza de un boyardo en el salón de un noble.
A la salida del Teatro Real adelanto a un matrimonio
cuando la mujer comenta al marido lo “bonito” del segundo acto, y yo la miro,
y la mujer me mira y no sé si me ve.
Recupero mi estado natural: el miedo atroz,
y camino más deprisa,
porque nunca podré sentir, ni percibir, ni compartir,
el orgullo de haber nacido entre las cenizas de un imperio,
la irracionalidad de las vísceras,
que en un segundo de espejismo obvia el desdén y la gota de carbón del sudor,
la plusvalía y el trapo ensalivado que abrillanta la bota del amo,
el abismo que la mano del de arriba enlaza
―con debilidad de maltrecha liana― hacia el hombro del simple.
Moscú, nuestra santa Moscú, está ardiendo ante Bonaparte,
y Napoleón no es peor ni mejor que nuestros emperadores, reyes y mariscales,
pero las dulces cúpulas de San Basilio son teas ofrendadas a la Virgen;
la torre del Kremlin se deshace en una nevada de ascuas,
y todos ―ricos y pobres de solemnidad― vislumbran al ave fénix renaciendo,
gallo encendido de fuego, águila con dos cabezas vacías e inflamadas de soberbia,
ceguera que llaman patria y se extiende más allá de Moscú la santa
hasta los páramos de cualquier batalla,
y en aquel momento o siglos después todavía palpita,
en un campo donde se patea frenéticamente una pelota,
o en la mirada comprensiva de un voluntario.


(Madrid, 26 de abril de 2001)





-o-






Krik (El Grito, 1963 - Jaromil Jires)



¿Dónde estás, tú? Edificios monolíticos salteados por la pradera
como extrañas setas sin humedad ni sombra.
Mogotes de cemento calados por pabellones silenciosos
en los que habita el grito, ese grito que aúlla dentro
hasta ahogar los recuerdos. Pero, ¿qué recuerdos?
Si apenas a esta edad, qué son las memorias.
Hay un hombre mudo, extraño, misterioso, bata blanca,
impenetrable ojo que todo lo escucha, pero tú callas.
¿Qué hay que decir, qué hay que alegar?
Y el hombre todo lo adivina, desmenuza tu mente,
y pone nombre a tus pecados. Tanta culpa te prescribe
que llegas a llamarte culpable. Ah, qué tiempo aciago...

¿Por qué estás aquí, tú? Ni siquiera ese otro,
que siente vergüenza de la demencia, sabe explicarlo.
Krik, krik, krik, rozas diente contra diente.
Krik, krik, krik, susurran tus rodillas.
Krik, krik, krik, como un grillo a la espera del zapato.
Si sientes que el aire se enrarece, es tu culpabilidad.
Si sientes que el techo baja hasta tu pecho, es tu culpabilidad.
Si ves que la hierba, del verde pasa al pardo y se quiebra,
no hay otro más culpable que tú, no puede haberlo.
Krik, krik, krik, en tu idioma el grito tiene voz de animal indefenso.
Entonces, el grito, ese grito, ¿está dentro o está fuera?



(Madrid, 24 de diciembre de 2001)





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El caballo tirando de la carreta (Nina Hagen-Thorn)




El caballo es un animal noble.
Es bueno ser caballo.


Nina Hagen-Thorn




Fui caballo en Kolimá.
Tiraba de una carreta en yunta con otras mujeres.
No es nada vergonzoso. En todo caso, sucio.
Lo peor, los días de lluvia,
aunque tampoco debe menospreciarse el tozudo invierno,
sobre todo estando cerca el mar de Ojotsk y la península de Behring.
El hielo se pega a la cara como un escorpión.
Prohibida la palabra, probamos con el lenguaje de tan mal llamadas bestias
y llegamos a cambiar las manos que una vez escribieron
por sonidos guturales que al entonarlos de ciertas maneras
escondían un código de lenguaje hermoso y secreto.
En ese bello idioma ¡hasta llegamos a cantar!
Nadie supo nada de nuestras jornadas, excesivamente equinas:
¡todos estaban tan ocupados en creer y maravillarse!
En clave nos mofábamos de los látigos y los insultos,
en clave nos reíamos del lodo, en clave dejábamos de pensar,
la cabeza color de nieve y fría, y relinchábamos gustosamente,
disfrutando del vapor que expelían nuestros morros
como las chimeneas de un barco que nos llevara lejos,
muy lejos, donde no pudiéramos ver el mar de Ojotsk
y la península de Behring no fuera más que un accidente geográfico.



(Madrid, 18 de junio de 2002)




No hay gran diferencia entre el comportamiento de un rebaño de caballos y un rebaño de hombres.

Lo cual no quiere decir que haya que despreciar a los hombres, sino, por el contrario, tener respeto a los animales.


Nina Hagen-Thorn







-o-







Lubianka que estás con nosotros...





Los vivos


Todos hablaron, hablan y hablarán.
Todos hablamos, todos hablaremos.
La integridad no es más recia que el miedo, ni éste más que el poder.
Basta con sospechar que la vida no valdrá ni siquiera el aliento
para obstinarnos en mantenerla contra todo pronóstico.
De hecho, ya con pisar ciertos suelos
se queda en eso, en puro aliento.
No hay ni por qué apretar tuercas, cuerdas, oscuridades.
Sobra la incertidumbre de un minuto de la eternidad
y es la pedagogía del maestro. Del alumno
es la mente en blanco ante el examen, la mosca que vuela,
la ventana abierta al pavimento. No al cielo, sino al infierno.
No al cielo del porvenir ni al infierno del presente o del pasado,
sino al firmamento ignoto del que nuestra alma pende
entre cielo, infierno, purgatorio y ―¿por qué no? ― limbo también.
Pero todos estos papeles, que son escarnio de profesores y estudiantes,
¿para qué han engordado volúmenes amarillentos,
tembloroso pulso del que se culpa por vivir
más allá de la falaz y todopoderosa cátedra de quien le acusa de vivir?
Si mataron al hombre, ¿por qué no también todas sus palabras?
¿A quién engrandece la basura, si todos, para una y otra cosa, estamos llenos de ella?
La mantuvieron viva tan fortuita y absurdamente
que ni los muertos podemos comprenderlo.


(Madrid, 7 de junio de 2002)











Los muertos

a Vitali Chentalinski
por su inútil y descomunal obra




Yo, que transito esas sendas va ya para media centuria,
me pregunto tantas veces para qué malgastamos nuestras voces
en contar y contar historias amarillentas de legajos casi ilegibles
si nadie escarmienta por mi pena ni por mi gloria,
si todo se perdona o se obvia en salvaguarda del inútil dolor
de levantar un alma de su cuerpo, ponerla a nuestro lado
y decirle que sí, que todo cuanto dice ha sido espeluznante
y gratuito pero nada hacemos en mostrarlo a la luz.
Que hoy tenemos otros problemas.
Y que, como las momias, es mejor mantenernos en nuestros sarcófagos,
llámense como se llamen, porque además de que el aire polvo nos torna,
atentamos contra la normal propensión a la fe y la tolerancia,
al amor, al olvido, a vivir, vivir, Dios mío, en la paz que no tuvimos nosotros,
a la felicidad y el éxito,
que vivimos un tiempo equivocado,
el experimento de un loco, pero nada de eso se repetirá,
y es que tal vez ni siquiera existió, o fue una etapa gris o negra,
a todo le ponemos un bonito nombre, un color,
pero esta mañana todo resplandece, el oro y el moro, la plata y la gata,
y todos los vivos son buenos ejemplares de dignidad, maestría, perfección,
todo escritor cela su ortografía,
todo fontanero el sellado de una junta.
Pues eso, ¡a qué tanta monserga! Todo muerto debe velar su silencio,
todos debemos resignarnos con nuestro reposo: al fin y al cabo,
para qué queremos hablar ahora si nadie quiere escucharnos.



(Madrid, 18 de junio de 2002)





-o-






Hotel para extranjeros (Hotel pro cizince, 1966 - Antonin Masa)





Yo había vivido un destino determinado; no era mi destino pero lo había vivido.

Imre Kertész



El sumiller tal vez desearía llegar a ser sumiller de corps
si supiera verdaderamente lo que es,
pero apenas si puede recordar de qué uvas provienen
los mediocres caldos que escancia.
El cargo le ha convertido en un déspota arrogante,
sólo doblegado babosamente ante el extranjero al que sirve.
No hay mucho qué hacer por este individuo;
mañana, cuando las apariencias cambien, negará su origen
y será dueño del hotel, vestirá elegantemente (por consejo ajeno)
y seguirá encorvándose ante el nuevo extranjero.
Los de ahora no lo son siquiera: forman una variada marea oscura
de contrabandistas, proxenetas, ministros y jefes de despacho,
queridas secretarias, presidentes y ejecutivos de empresas mixtas
y esos otros bicharracos que ahora cobran una disipación en moneda americana
comúnmente conocidos como “intelectuales”.
Mañana, cuando las apariencias cambien, serán honrados ciudadanos,
y como todos algo tendrán que ocultar, serán aún más honrados.
No hay nada que hacer por estos fuleros. Como ahora,
lo darán todo por el negocio: “business is business” y eso no ha cambiado.
Yo seguiré, detrás del biombo, escupiendo la comida que les sirvo.



(Madrid, 13 de diciembre de 2002)






-o-






Epílogo


Subsuelo madrileño, línea 9. Marzo del 2002.
A mis espaldas siento alzarse los acordes lentos de “Katiushka”
que de improviso se desatan como una trenza danzando alrededor del fuego eslavo,
viento y muslo cosaco, brazos enlazados en volteretas frenéticas.
Me vuelvo y allí están. Forman casi una orquestina.
Dos vientos, acordeón, pandereta y balalaika.
Granean las viejas canciones rusas con una alegría patética,
con su triste felicidad de amargura y nieve.
Sólo faltan las palmadas, los gritos de “Hurrah!” y “Gospodi!”,
los danzantes acuclillados vestidos con sus camisolas de mujiks. En cambio,
gastan trajes de cashmere de principios de los ‘70,
grises cuadros y rayas de los roperos de Caritas,
ropita, camisitas, un sombrerito de fieltro,
como si aquel país en donde un día nacieron no hubiera ya dejado de existir.
¡Tengo tanto en común con estos lejanos hombres que nadie podría comprenderlo!
Vuelvo la cabeza, cabeza de ojos húmedos,
cabeza de imágenes que retornan en lágrimas.
Mis compañeros de viaje observan atónitos y desvían los ojos.
Sólo una mujer gorda, mulata, sentada frente a mí, no me pierde mirada.
Parece entender por qué lloro. Puede incluso que ambos naciéramos
en ese otro país que todavía no ha dejado de existir del todo.
Emerjo del subsuelo antes de llegar a mi estación
y me siento en un banco, bajo la lluvia:
ansío que Dios me traiga pronto la muerte.



(Madrid, 19 de marzo de 2002)



(C) David Lago González, publicado por Ediciones Timbalito (Madrid, 2003)

domingo, 27 de enero de 2008

El futuro del Hotel Majestic - Archangel (Zinaida)





La puta es el fruto de un alto y miserable asalariado del antiguo régimen.
La puta es el fruto de un cabezota fiel a su amo, Pavlov y su mascota.
La puta es el fruto de una idea absoluta, un experimento
para anular el placer de reír y sufrir por vivir, como un rito tribal
de la mitad del África para abajo, por ahí.
La puta deambula por los lobbies de los hoteles moscovitas
de alto calado, altísimo techo falso impoluto como vírgenes de laboratorio,
suntuosas y abigarradas lámparas de araña colgando sobre las cabezas
como el pasado, como su pasado.
Siempre el pasado, siempre el pasado,
no quiero olvidar pero tampoco quiero recordar,
ah, si pudiera quedarme en mitad de nada..., piensa la puta, ruska,
rusa y universal a la parte que nos duele,
pero donde estoy sólo existen fantasmas y carcasas de fantasmas,
y el estertor o el profundo silencio de los que creyeron ser sus propios dueños.
El pasado, siempre sacando el pasado,
como un mito, como una losa, como un andancio que no se va,
como algo que se puede reconquistar, como un horror,
como una piedra.
Como un punto de partida, para los incautos, los avispados,
los mercaderes de putas para los mercaderes del hogar perfecto.
Horror: como algo que alguien tiene en la punta de la lengua
y no se atreve a pronunciar para no ser señalado, como antes,
como el pasado, otra vez el pasado, porque siempre te apuntan con el dedo,
vayas donde vayas, porque eres una puta, porque siempre lo has sido,
porque siempre lo serás.
La puta tiene un nombre: Zinaida, pero a quién le importa.




(Madrid, 29 de noviembre de 2006)
© David Lago González

miércoles, 23 de enero de 2008

COSAS DE HOMBRES, David Lago González






para Maximiliano



Habían convenido celebrar la llegada de la primavera
quebrantando la cordura de un largo, seco y cansado invierno.
Marzo y tarde fue el espejo donde encontraron su cuerpo
asomándose a otro cuerpo, como si se bañaran en dédalos fatigados,
incongruentemente avivados por el placer que se derrama como vino
malgastado sobre el serrín de antiguas bodegas en desuso.
Para colmo, sus carnes y hasta los huesos, sobre el lecho
acoplándose como émbolos y puños de acero: tan perfecto
como algo maquinado, o tan primitivo
como volver a creer que todo el mundo termina sobre el primer horizonte que vemos.
Uno era libre; el otro sintió cómo la trabazón que le sostenía armado
se soltaba como un barco y río abajo.
Todo parecía fácil y simple...
Todo tan frío como cortar un trozo de roja víscera
si con ello no se fuera también toda la sangre,
y toda esa invisible sangre, que una vez planearon convertir en tierra firme.
Justamente como ahora, apartándose del dolor del invierno herido,
otros tienen miedo planear de nuevo.
Y para colmo, sus carnes y hasta los huesos -los muy cabrones-,
embriagados de locura como la quilla de un arado maniobrado por un demente
que surca el pecho abriéndolo en canal, caballo, aperos, tierra, sangre,
en cosas de hombres enzarzados,
discusión de cuerpos que rozan el corazón con riesgo de sus vidas.
Todo tan fácil, parecería. Todo tan casi imposible, casi es.
Al tiempo darle su capa cubriéndolo, si el tiempo
no fuera un murciélago que sueña de cabeza, como inmoderado encerrado en una jaula,
sus razones tendidas como un puente hasta ver quién lo cruza
y quién desde su baranda cae al fin del mundo, sobre el primer horizonte que vemos.
El primer hombre no sabe que el segundo
oculta en su corazón un revólver
amorosamente maniatado al invierno con cristales de hielo.

Cercana ya la noche, pidiéronse al menos
la prudencia de amarse en silencio, mientras el tiempo traza su camino
sobre ese jodido marzo prohibido y su pecho transgresor
siempre acechando la embriaguez del diamante en el acero ciego.


(Madrid, 1992. 26 de marzo)

jueves, 3 de enero de 2008

Se me ocurre




a José Rodríguez Lastre



SE ME OCURRE escribir una historia en tu honor
que representen dos actores vestidos con el ropaje del absurdo,
hablando cada uno por su lado y sin embargo
conducidos por un hilo invisible
que cose sus labios y les obliga a dialogar hacia dentro:
las palabras de cara y directas al estómago,
que es el epicentro donde se arman las tormentas y los sentimientos.
Se me ocurre que el escenario es el desvencijado salón que tanto conocemos
y los tabiques, afinados por el tiempo ―por el mal tiempo―,
se traslucen unos en otros, unos a otros,
quedando inmóviles las molduras de las perdidas puertas
como colgando del árbol el esqueleto de un perro salvaje
devorado por los azores y el viento.
Se me ocurre, no sé, tantas cosas.
Puede que te acerques desde el fondo, en calzones
y zapatillas de madera, como un samurai venido a menos,
y a tu paso la luz de las bombillas se vaya reduciendo
hasta poder oír y ver del filamento de tungsteno
un estertor de luz prendido del cielo.
Abres la nevera de nombre lejano y obsoleto, y dentro
la taigá inmensa cubierta de nieve y de silencio,
de ese silencio refrigerado que te atraviesa
como un carámbano y te deja petrificado y lloroso ante el universo.
Sobre ti un cenital directo y sin piedad te ilumina.
Esto fue. Pensamos. Y deslizas una mano a lo largo de tu cuerpo.
Se me ocurre que imitas a Elizabeth Taylor imitando a Bette Davis
what a dump!— con esa frase que tanto resume y anula las revoluciones, las utopías, las injusticias vengadas, la enseñanza gratuita,
los anhelos no realizados, la fe;
porque sobre el horizonte de Minsk se levanta una torre a la maternidad animal
y otra al gas que corre a toda máquina para escapar del horizonte,
y de Minsk, y de Dios, y de uno mismo, y de todos los que no están
y vuelven como fantasmas pomposamente dignos.
Y entre dos torres debes elegir a quién le toca.
A quién le toca vivir y a quién le toca morir.
A quién le toca escribir y a quién le toca vivir lo escrito.
A quién le toca continuar el error para aquéllos que les toque confiar en la verdad.
A quién le toca, a quién le toca,
como si todo viniera de Dios y nada fuera del hombre,
ni su comida ni su salvación, ni siquiera una mano que con amor le toque el sexo.
Y entre las dos torres de cristal,
a quién le corresponde ser la primera: la leche de Minsk,
o el alcohol de Minsk; la evasión o el antídoto.
Qué me toca ser hoy: cobarde o héroe.
Se me ocurre que la luz gana en intensidad mientras el discurso se agota.
A quién le toca sino al silencio, qué vas a explicar.
Y a quién le importa. Tu vida ya pasó.
Esto fue. Pensamos. Y deslizas una mano, sin tocarlo, recorriendo tu cuerpo.
Se me ocurre que de repente te asombra la puerta abierta,
la puerta que de tan vieja aun cerrada ya está abierta,
y te asomas a San Clemente, conteniéndote la bragueta con pudor
y medio cuerpo fuera, como el oso que olisquea la llegada de la primavera.
Al cerrar, se me ocurre —esto es sólo una ocurrencia— que presientes.
Ya sabes, ciertas cosas se presienten, como un perro un terremoto
o un gato en Inglaterra la fina confidencia del té puntual.
"Vaho de cloroformo. Rumor de sedas a mi puerta siento."
Se me ocurre que dices de cara al estómago, donde comienzan las tormentas y el miedo.
Te alejas por el pasillo y la luz se va alejando contigo,
como un adiós cansado que se va agotando lentamente,
rehilado en sí mismo como el huésped de una caracola.
Y se me ocurre que sobre el escenario, pegando a las candilejas,
se ilumina el extremo izquierdo por donde se acerca una sombra.
Una sombra blanca y como de nieve, vestida de hilo rigurosamente,
nívea, nívea, como se viste la muerte.
Su cara compuesta e intacta; más joven aún, diríase. ―Y quién lo creería... ―
Se me ocurre que hasta un sombrero cubre su pelo.
Se me ocurre que su cabello roza ligeramente el cuello de su camisa.
Se me ocurre que su blancura contrasta con los colorines de sus bolsas,
los regalos del mundo, los diamantes del universo,
el carbón hecho destello de engañifas;
y a su paso los ojos de los viejos hechos niños, niños de agua
corriendo por las acequias de un país sediento.
Y la sombra llega a la puerta y la empuja;
se abre sola, vencida por el tiempo ―por el mal tiempo―; y llama
―en inglés, puede ser; no sé por qué se me ocurre
que el idioma de la pérfida Albión
acompaña la presentación de la niebla y la tiniebla―.
-"Anybody here?..."-
pregunta, como en las películas de Abbot y Costello.
Se me ocurre que ante el silencio decide esperar,
se sienta a esperar, en su sillón de siempre, entrando el del extremo derecho.
Y se me ocurre que, esperando, se duerme. Y se desvanece.

Y quedan, como prueba de su visita, los regalos por abrir,
los versos por leer.

Se me ocurre que éste puede ser el final.


(1996. 9 de Enero.)

sábado, 29 de diciembre de 2007

LOS HOMBRES DE PLOMO





Los hombres de plomo
tienen largas sombras pesadas
abiertas sobre la distancia

la distancia real que detallan los aviones

y la otra más real que recuerdan los ojos
Los ojos dentro de los ojos
Los ojos de dentro

Los ojos de dentro son los ojos del miedo

El miedo puede tener un susto,
como un pequeño gordo detrás de una puerta
que te salta encima cuando entras;
o ser un miedo largo, pesado, sombrío
como un hombre de plomo,

con el que se aprende a amar,
a morir,
no sé cómo, y luego,
ya,
un día...
forma de la vida una parte
que en nada se disuelve,
como el vicio de un bolero,
el exceso de los barrios bajos
o la mancha del vino.

Resulta ridículo,
tal vez resulta ridículo hablar de los hombres de plomo
con tanta reincidencia, con tal fastidio

es como algo muy viejo

pero tal vez yo sólo soy un hombre viejo
y por eso hablo de las cosas de tiempos lejanos

¿acontecieron en la antigüedad de algún sopor
o sucederán mañana cuando me levante
y mis ojos estén poblados por cientos de minúsculas figuras que no logro precisar,
tal vez pequeñas por lejanas, acaso breves por tan vividas y gastadas?
No consigo definir desde ahora,
desde antes que acontezcan
en alguna parte del miedo que ya no asusta, o sí, puede que todavía...

Los hombres de plomo
están aquí para decir que nada ha terminado,
que todo comienza otra vez
cuando creíamos que sólo habían acabado con nosotros,
con nosotros qué más da, ya no servíamos para nada,
ya estábamos tan muertos, bien muertos,
pero han arrasado el mundo, las eras glaciares y las volcánicas,
la leyenda de los grandes monstruos alados,
y ahora vuelven a empezar, con su trique y con su traca,
con la saliva del paquidermo encima de la infeliz y temblorosa hormiga
y la paciencia infinita de cien mil millones de chinos tejiendo calceta.

Y los amigos de los hombres de plomo,
vestidos de hojalata y pan de oro,
se suben encima de las mesas de trabajo
y en un grito desesperado ensalzan al más ladino de sus asesinos.
Creen que sus hijos tendrán la libertad de perdonarles si se equivocan,
si se equivocaron, si volvieran a equivocarse en el futuro
porque volverán, sí, otra vez recobrarán la fe,
la pasión por un punto perdido en el universo que tintinea como un cristo
y una varita aparece de las tinieblas y les indica
mira éste eres tú, el escogido por los astros para guiarnos,
o para guiarlos porque nosotros ya estamos todos tan muertos,
tan malditamente muertos disecados putrefactos imbéciles
que me miran como si yo fuera un loco iluminado
y no entienden pero entienden algo de lo que cuelga entre palabras
y se quedan ahí con la boca abierta, con el ojo cerrado, con el culo apretado,
mientras los hombres de plomo
y los hombres de hojalata
y los hombres de pan de oro
y los hombres de melanina
y los hombres de plumcake y motas de chocolate
y los más descreídos hombres de lodo sobre la tierra
no cejan en su afán por afianzar a toda costa su fe y su creencia
en el disfraz vacío, vaciado, de carnavales sin ruido ni trombones,
y hasta que mañana, o dentro de unos pocos minutos, no estén ya
todos muertos...
todos...
muertos...
bien muerrrrrrrrrrtos,
ninguno tendrá otra vez alma para escribir un poema como éste,
con tanta rabia,
impotencia,
inutilidad,
tristeza
y amor como el que siento.


(Madrid, 20 de octubre de 2007)

(sin título)




¡Viviste todas las pasiones de la vida!*
La pasión de la muerte, la pasión del aliento.
La pasión de sentir cómo la luz del sol, a través del alto manto de las sequoias
se filtraba hasta el liquen que en tu sueño agónico dormía
y añadía más capas a la cebolla; cómo luego el bulbo reventaba
mudado en flores y hongos y perezosas orugas
y febriles hormigas que arrastraban el tesoro a su cueva,
a la cueva de nunca jamás.










*Lesley Blanch

Tu fiel enamorado*





a la memoria de Carlos Victoria

...y mientras tenga en mis venas sangre
te seguiré queriendo, te seguiré esperando




And long as the blood runs thru my veins
I will be loving you
I will be waiting for you

Sólo te digo eso
Aquí
En esta tarde lluviosa
Bajo la copa del bosque
El bosque que es “El Bosque”
Y mientras tenga en mis venas sangre...
Te canto en inglés
I will be loving you...
Tanto himno de mierda
Ven, anda, quédate aquí
Tan sólo persiguiendo tu cariño...
Yo vivo desafiando el porvenir...

Suena mal
Como dicho por ellos
Vieja canción de borrachos
Bebo desde ayer por la tarde
Fui a buscarte esta mañana a tu casa a las ocho
Pero ya tú no bebes como antes
Desde aquella noche en que se te olvidó todo
También se te olvidó beber
Cerveza cruda, limón partido, dame un abrazo que yo te pido...
Al bosque se viene
O se está? Sobre la piedra de esta mesa
Destriparon a un viejo chivato
El hombre cayó casi encima de mí
Si hubiera un lugar elegante, un solo lugar decente
En toda esta maldita ciudad
No estaría muerto ahora
Cantando esta canción and long as the blood runs...
Estaré mirando cómo el Viejo huía de mesa en mesa
Volaba, parecía un cuervo blanco
Puro hueso, nariz
Mucho miedo
Más miedo que sangre
Yo traduje esa canción para no cantarla en español
Ellos hablan esa lengua, todos la hablan,
Hasta el muerto que murió y me manchó el pantalón
Yo traduje esa canción
Para estar queriéndote siempre
Aunque los rayos nos partan
Tal vez vuelva el caballo, el camino real, el bosque
Llueve todo el tiempo
Y la cerveza se acabó
Hasta mañana tal vez en que nos toque otra vez
Si hubiera un lugar elegante
No me habrían matado, no habría chivateado al tipo de la cárcel,
No habría volado a tu palomar



(Madrid, 27 de diciembre de 2007)


*”Tu fiel enamorado” o “Pica mi caballo”, canción montuna que Carlos Victoria tradujo para poder cantarla en inglés en un tiempo en que casi odiábamos comunicarnos en español por ser el idioma oficial del Gobierno cubano.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Christopher


Quería mantener cierto orden cronológico, avanzando en el tiempo y en la evolución del acto creativo, pero las fechas son las fechas y los momentos y las circunstancias se imponen al orden expositivo, que, por otra parte, contradeciría el mismo nombre y espíritu del blog.
La realidad va del futuro al pasado, del presente al futuro, del pasado al presente y viceversa, y esa realidad es un caos. Y es la vida.
A mi buzón llegó hoy un mensaje de un desconocido y he escrito este poema.
Christopher


Hoy llegó un mensaje a mi buzón
firmado por un seudónimo.
Escrito en inglés, el nevado idioma de estos días en que entra el invierno,
cerraba, concluía con afirmación rotunda
lo escurridizo del dolor y la disolución de la memoria.
Era simple, sonoro, como un tacón mediano y chato pisando el parquet.
Cuán directa la pena, cuán fuerte y cercana la ausencia,
cuán persistente me llega el cuerpo y el alma
del que está y sigue presente en cada adarme de silencio
que cuelga de cada palabra:

“Christopher Mark Newburg.
I miss you now for 12 years and I still miss every day.”

No debo decir nada más.



Copyright©David Lago González, 2007. (2 de Diciembre de 2007)

jueves, 1 de noviembre de 2007

LOBOS (Camagüey, 1973)









El hombre puede idear toda clase de objetivos personales, de fines, de esperanzas, de perspectivas, de los cuales saca un impulso para los grandes esfuerzos de su actividad; pero cuando lo impersonal que lo rodea, cuando la época misma, a pesar de su agitación, está falta de objetivos y sin salida, cuando a la pregunta planteada, consciente o inconscientemente, pero al fin planteada de alguna manera, sobre el sentido supremo más allá de lo personal y de lo incondicionado, de todo esfuerzo y de toda actividad, se responde con el silencio del vacío, este estado de cosas paralizará justamente los esfuerzos de un carácter recto, y esta influencia, más allá del alma y de la moral, se extenderá hasta la parte física y orgániza del individuo.



Thomas Mann






CALLA EL CORAZÓN. Las contradicciones,
como el animal que vence en la contienda,
se pavonean con sutil aplomo
deteniendo el curso de las aguas
para someterle en la estrechez de la jaula
como a un imberbe cachorro de fieras.
Si una hoja roza demasiado fuerte la cubierta inexorable de la puerta,
una gota de sospecha escapa incomprensiblemente
deslizándose en su copa como un veneno que paraliza sus deseos.
Calla. Flota sobre él
y le enmudece la imagen de un lobo
dominado por un bosque ausente,
algo fatigado y somnoliento, profundamente resignado,
pero también profundamente convulso, violento,
que yace ahora entre lo negro del tinte y la piel del papel
y, ante un lobo más fiero, se echa a dormir
en ese fragmento de la tarde en que el sopor,
inanimado y hondo, domina las miradas,
mientras las moscas perezosas apenas alzan el vuelo
y un ardiente solo aletarga sin la menor compasión todos los sueños.
Las contradicciones, como una loba en celo,
se mueven casi imperceptibles buscando la punta de la herida,
el fuego en que lentamente arde como en un sacrificio.





ESTÁ DETRÁS DE LA PUERTA,
detrás de la puerta y husmeando a través de la ventana,
como la sombra que se desplaza en la noche,
mitad fantasma, mitad incertidumbre sobre la próxima mañana.
Está en el café que reposa en las tazas, como la mancha de aceite
sobre los mugrientos riachuelos que acompañan a las ciudades.
Está en el vapor de las aceras
atizadas bajo los leños que prende la calma.
Está en el aire que a ratos parece animar los árboles
y dar vida al verde de sus ramas.
Está en las venas y en la sangre
como una manada de hormigas en camino hacia su cueva.
Está en todas partes: bajo los vestidos,
sobre la piel, en la luz ridícula y enamorada de las estrellas,
en cualquier lugar, rastreador de mis huellas,
y es quien hurta al viento su esperanza,
su misteriosa independencia presentida,
y se transforma después en la angustia que acecha
a través de las calles de un agosto intrascendente.





NO ES SÓLO LA FUERZA que le somete entre confusos raudales,
semejante a los hierros del ancla
para una embarcación detenida en pleno mar,
en pleno encuentro de torrentes térmicos y distantes.
Además de ella, un signo marca su ruta
y la convierte en flujos que obligatoriamente chocan en sus viajes
para tener que rodar unidos, o separarse,
a la búsqueda de esa unión de todos los mares en que se mueve.
Estrella misteriosa. Fugaz en los mejores instantes,
cuando fijas sus ansias en ella escapan sus sueños en una luz igual,
viendo cómo brillan todos juntos cual si estuvieran atados,
confundidos entre sí sobre la seda azul-negra del cielo.





MOVIBLE REALIDAD.
Enemiga del alma joven y simple.
Es la corriente a la que el menudo pez intenta dar sentido
para aliviar su irremediable sumisión al mar,
mas, cuando cree haberlo hecho, las olas cortan su paso
hacia nuevas playas donde vuelve a engañar sus esperanzas
entre el continuo golpe de las algas.
Así, es casi llevado a la fuerza,
arrastrado por el fluir de una realidad
que varía tanto como el cielo que sobre el azogado cristal
pretende ser siempr el mismo.
En él vierte sus sueños uno a uno,
hasta anularse en el vasto desgarrón de otros ecos.





SÓLO VALE EL TIEMPO EXACTO
en que con las manos se acaricia un rostro.
O si se pretende sobrepasar ese instante,
sólo vale entonces la imagen de ese rostro
en el tiempo exacto en que las manos le acariciaron.
La vida de estos personajes
tiene sólo escasos minutos, precisos y mortales;
angustias atrapadas entre cristales y manecillas,
vividas paradójicamente con la esperanza de sobrevivirlas.
Solamente les es dada, pues, no la imagen imperativa y casi inmediata,
sino el modo casual con que se conjuga el verbo que define la vida,
donde redunda , para más, los acasos y las meras posibilidades.





LOS NOMBRES PRECISAN
y encierran demasiado lo que contienen.
Sólo algunos símiles afortunados logran definir a medias
esa especie de emanación que se desprende
de lo que aparenta ser fácilmente definible,
como algo que queda flotando entre el aire y el polvo.
Algo que se desata de un todo, rodeándolo o siguiéndole,
como la estela de humo que flota en el cielo
persiguiendo el ave de plata que la ha abandonado.
Únicamente después de mucho tiempo
seríamos capaces de sentir la emanación,
mas sólo si contáramos con el sutil poder de apreciación
del visitante que viaja al mismo sitio cada año
y guarda en su memoria, como en un archivo,
la oscilación del paisaje, descubriendo así
la lentitud de nuevas siluetas
que nunca serán definitivas.





CUANDO NO SE DESCUBRE más ribera
que la que aprisiona al verso y limita su verdadero fluir;
cuando frente a él se extienden las orillas...
mientras su corazón escapa,
trata...
y acaba por pulsar ahogadamente bajo la tupida zarza;
cuando a todo alrededor no hay otro confín,
entonces, ¿cómo pensar en olvidar y evadir esos bordes
que abarcan mucho más allá de lo invisible?
Cuando el único acto trascendente
es el desdén con que se agita el aire
en manos de la espada que rasga el pecho,
entonces, ¿cómo eludir el frío rasguño,
cómo simular no conocerle?
Cuando no se divisa otro margen que después de incitar al verso
no le cause mejor la herida por donde muere,
¿cómo entonces escapar con otras voces, refugiarse en otros versos?
¿Cómo, si las orillas encierran entre ellas el fruto
y como los dientes de una trampa muerden y dejan su marca hasta en la simiente?





AH, EL CORAZÓN, PRECIPITADAMENTE ENVEJECIDO...
En liebre y lebrel se dividen sus más bellos deseos.
Uno es real, el otro es el juego.
Corre, caza, huye...
y tropieza.
El cazador es otro, más temible y poderoso,
pero para frustrar su vigilia
arriesga su cuerpo sobre el falso entramado de una trampa,
Corre, caza, huye...
y tropieza.
Por ser liebre ha de ser lebrel
y fingir que la sangre mancha su lana;
por ser lebrel es primero liebre
y ha de encubrir sus huellas
como las muchachas solteras en edad madura
reservaban antes los secretos vergonzosos.
Corre, caza, huye...
y tropieza.
Pero aún subsiste --ciertamente asustado y tembloroso--.
Mientras,
el mismo tiempo que le obliga a mudar sus ropas se deshace en iguales adversarios,
precisándose a sí mismo a pasar súbitamente y perderse para siempre,
como el paisaje, recuperable sólo en la memoria
que va quedando atrás y, al doblar algún recodo del camino,
se funde en la oscura carrocería del vehículo.





UNO MÁS. Por el corredor que bordea el muro
y persigue la arista que acorta el horizonte.
Uno que alinea su cuerpo en la fila de los blancos colegiales
que entregan su perfil a la pared y al sueño.
Nuca del primero. Rostro del tercero.
Breve visión que se diluye ante los ojos,
así como desaparece en un instante
la cucharada de grasa sobre la plancha de acero hirviente.
Uno. Solamente uno más.
Enmascarado el rostro y mezclado en la manada,
entre las correrías de los lobos.
Uno más. Ahogado como muchos entre aromas violentos.
Otro más. Arrastrado por los desconocidos
que cruzan indiferentes dos mediodías distintos
sin hallar la diferencia entre ellos.
Uno más. Otro más solamente.
Sombra del segundo: esbozo de anhelo frágil.





UNAS VECES SON FIEROS; otras, mansos.
Por dentro, anhelan los peligros del tupido paraje de una selva,
pero mientras, derraman sobre el limpiapiés de una tranquila casa provinciana
el murmullo de sus voces.
Pequeños animales... unas veces vuelan, otras se arrastran.
Indiferentes,
como el gato que escucha reposadamente el chasquido de los dedos
y no viene.
Incomprensibles, como el cordero,
que, en vez de balar ante el cuchillo,
deja paralizado que penetre en su pecho.
Pequeños animales: labios fieros, bocas mansas.





...Y EL VERSO, PACIENTE, AGUARDA,
con el sentimiento llano, desprovisto de esperanzas.
No con el ansia del viajero, sino
con la paciencia y el desinterés de los que son muy viejos.
Si bajo su escasa dimensión no hubiese acumulado su dócil carga,
hoy sería partícipe del ímpetu de esos animales
fácilmente domesticables, tan dóciles como él,
que un día fatal se rebelan a los tratos de su amo
y hallan la muerte o la sumisión forzosa del traspatio.
Pero él aguarda simplemente, no la recia ventisca
ni el soledado cielo que se abre entre las hojas húmedas;
aguarda, a un lado de los sueños, y no espera nada,

o sí, tal vez, tal vez aún lo hace,
mas ahora no brota en él ningún anhelo, ninguna señal de su deseo,
sino ese sentimiento llano, pasivo,
esa severa sujeción con que ha sabido mantenerse
bajo el desvarío de los años.





PERSONA. Agitación fugaz,
semejante a la huella de aroma que exhalan los alimentos
encerrados en el cuadrado espacio de las tiras cómicas.
Efusión excepcional,
porque cada rasgo y cada paso es suyo, inigualable,
y, aunque el silencio la empobrezca, es sólo ella: una sola.
Espirítus.
Halo misterioso que se mueve en torno, mágico, enigmático,
como las esencias de un país oriental.
Talento que se refugia en sus muros
para evitar el cerco de los lobos.
Persona. Curso del sentimiento puro.
Gota de aire que enerva del corazón
y con su firme contorno se aleja de la multitud,
se aleja del tiempo fugaz e inconsecuente,
como el vapor que asciende sobre las cacerolas de leche hervida
y luego se pierda y rueda por las blancas capas del techado.





COMO EL LOBO ENJAULADO
fortalece la sombra imaginaria por la que regresa a su foresta,
se ensancha el estrecho visillo por donde el momento final filtra su sueño.
Bajo el vigor del ahínco,
la estrella que parece inalcanzable
se acerca y nos roza las manos para luego volver a retirarse.
Pero nos roza las manos,
nos moja el cabello,
nos humedece los labios con las aristas del acaso,
y el torso dormido se levanta y cae lentamente sobre sí mismo,
y con cada movimiento parece llenarse de más vida
para luego barajar entre los dedos
los azarosos naipes del futuro.