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En el restaurante casi desierto podría haberle disparado con facilidad. De haber tenido la menor idea del papel que esa inmundicia iba a desempeñar, y de los años de sufrimiento que iba a infligirnos, lo habría hecho sin pensarlo dos veces. Pero lo vi como un personaje salido de una tira cómica, y así no le disparé.
En los consejos del Altísimo, nuestro martirio había sido ya decretado. Si en aquel punto se hubiera cogido a Hitler y se le hubiera amarrado a las vías del ferrocarril, el tren habría descarrilado antes de alcanzarlo.
Friedrich Reck-Molleczewen*
(de su diario "Tagebuch eines Verzweifelten")
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Me es ajeno el alborozo de lo impune o lo punible.
Me es ajeno el ruidoso descorche de una botella de champaña.
Me son ajenos los recodos de una justicia oscura y tardía.
Si hoy estuvieras tú en el lugar del otro general,
me sería indiferente la suerte final de tu litigio:
un "sí" o un "no",
la balanza
de esa ciega dama inclinada
a la derecha o a la izquierda,
no van a hacer que el pergamino donde se escribió mi vida
se enrolle nuevamente para comenzar desde el principio.
Si mañana desaparecieras en la incierta sombra de lo desconocido,
no habré de sonreír ni de llorar, no saltaré de gozo,
no se humedecerán mis manos de alegría incontrolada;
cuando más, me echaré sobre el sofá, cerraré los ojos,
y por los párpados prietos pasará una imagen lejana,
furtiva o lenta,
o tal vez se detendrá el mundo por unos pocos minutos,
pero no más: luego me levantaré,
me sacudiré el polvo del camino y volveré a mis quehaceres;
volveré a mi pequeña alegría,
a mi pequeño dolor,
a mi mísera espera.
He llevado la vida que has querido;
nada en mí ha sido una decisión estrictamente personal;
sólo he sido más libre cuando en tus cortas horas de desidia,
he hurtado de ese descuido algunos minutos para pecar
―y se entiende por "pecar" desde besar
hasta codiciar el designio de un verso―.
La cicatriz en la rosa de mi pecho
quedará intacta cuando tú te marches.
No se borrará. Nada, nada se borrará.
Tu peculiar manera de desafiar la historia
saqueó las carnes de aquellas almas
que puedas llevar sobre los hombros,
y de la equidad de ese peso ya te ha descargado la pubescencia del soñador justiciero.
Quedan los vivos, pero ¿qué son los vivos sin los muertos?
No me complazco en acariciar el verdugón,
pero sólo a mí me duele la cicatriz sobre la rosa de mi pecho,
y te la perdono.
No te dispenso, en cambio,
del pánico disimulado de mi madre,
y de mi padre, la lágrima del exceso
y el profundo silencio de la inutilidad de tu existencia.
Y qué son estas intangibles huellas frente a tu sagrada gloria.
Nada, nada se borrará.
Y la rosa de mi pecho perderá sus pétalos,
y la cicatriz quedará sobre la tierra
como el indescifrable jeroglífico de una civilización extinta.
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(Madrid, 25 de Marzo de 1999)
© David Lago González, 1999
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*Friedrich Reck-Molleczewen falleció el 16 de febrero de 1945 de un tiro en la nuca en el campo de concentración de Dachau.
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2 comentarios:
La verdad que por aquí hay poemas, versos notables. Poesía de una serenidad como de lámpara al amanecer, un día de lluvia. Y muy madura. Veo que somos compatriotas, tú de Camagüey, yo de Santiago, esa maldita cuna que meció a esa niña malvada Revolución. Aunque con su propia identidad,tu poesía me remitió a cierta época de mi vida cuando leía mucho a Anton Arrufat, a Lauro. Literatura de finísimo gusto y sensibilidad.
Me ha gustado leerte, David.
Que los Dioses te te sean propicios.
Un abrazo.
Gracias, Chema. Perdona, no había visto este comentario.
Verdaderamente nunca he leido a Arrufat poeta. No si por Lauro te refieres a Alberto Lauro. Si es este, vive en Madrid y coincidimos de vez en cuando.
Santiago para mí es muy querido. Sigo teniendo valiosos (como escritores y como personas) amigos allí: Desquirón y Raúl Ibarra.
En fin, que los Dioses no te sean menos propicios a ti.
Un abrazo.
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