lunes, 22 de septiembre de 2008

Otoño del 95

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Hoy comienza el otoño en todo el mundo, incluso en las regiones donde no existe. Hoy llueve sobre Madrid, para ser más ortodoxos. No hay frío, ni mucho menos calor. Uno de los batientes del balcón del salón está abierto y aquí, de espaldas a la calle, me llega ese frescor húmedo. El otoño es un tiempo para amar y ser amado, y cuando todo, menos el otoño, pasa, recordar que fuimos felices y reconocer que acariciar las cicatrices nos devuelve un suave murmullo, esa hermosa melodía que emite nuestra piel hecha de tenencias, de roces que nos trae el aire, y somos felices porque estamos hechos de risas y heridas, y, a pesar de toda la mala voluntad que a veces trae el destino, encontramos el equilibrio gracias al otoño.

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FallLeaves

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"¿Quieres venir conmigo a un viaje al Paraíso?"

Antonio

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OTOÑO DEL 95.

Leve y fría la tarde se desgrana en el gris

hollín de las nubes sobre el alero de los hombros.

Debajo, la calzada mojada por una lluvia invisible y fantasmal.

Con estos tres dones te saludamos: tarde

en que nos reconocemos como ciegos amantes

palpándonos en la penumbra de las persianas echadas;

noche en que dormimos abrazados:

frente a mi boca su espalda como un muro,

frente a mi cuerpo, su espalda, sus nalgas y sus muslos

sujetos por el bordillo de mi silueta para que no escapen

ni se vayan con la luz tras la mañana que nos viene, inevitable,

fin del paraíso.

Y en mitad de la noche, infinita y secreta,

tres ambrosías en la boca encuentro,

sólo comparables a un hartazgo de machuquillo,

cuando se funden savia y carne de plátano y marrano

en el momento en que las formas pierden su contorno

y se hacen sueño.

Y si el sueño vuelve su espalda, se crecen sobre el mar

dos montañas gemelas luchando por la belleza de una línea

que va a caer al abismo azul de las sábanas

como un galeón en busca del descubrimiento;

en mitad, un cráter que no erupciona, ni lava

ni piedras ni cenizas,

sólo un grito a mi boca pide, sólo un grito,

quedo, silencioso y sin palabras ni miradas,

con sólo nacer una isla sobre el mar, empinarse

más sobre las olas,

mi lengua calma, agota su sed y calla su llamada.

Y en las más altas latitudes de los cerros,

los faros de sus pezones, tan solitarios y perdidos

que dan tristeza. Pero la noche es larga,

qué larga es la noche, sin luna, que olvida el día y su amenaza,

y festeja con mi boca lo que en la oscuridad encuentra.

Sobre el desierto de su pecho... ah, me cansa la caminata,

un respiro entre las dunas, que se mueven

pasando suavemente de una a otra granos de arena,

tramando un trueque de locos mercaderes:

el incisivo zarpazo dental de la rabia

por el fulgor de un tocamiento;

y yo escondido en la noche, como uno de esos animalitos

que sólo salen para beber el rocío del Sahara.

El cuello tiene paredes de cristal de agua,

frágiles y temerosas de una fisura por donde penetre lo insostenible,

lo que le torna en niño, quebradizo y trémulo,

en un gesto que une cabeza y hombro

omitiendo el cuello, que se protege en la sombra tras un beso.

Qué desorden de labios, lenguas y dientes;

qué hiedra se prende de la carne roja: la boca

que no sabía besar boca de hombre

enreda con su dardo serpentino la noche en un lazo eterno.

Y al siguiente día, la tarde llega

para desgranar el frío hollín de sus nubes sobre nuestro pecho,

calzada mojada por una lluvia invisible y fantasmal

que nos despide, espada que nos expulsa hacia el desierto.

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© David Lago González, 1995

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tus poemas son maravillosos.

Besos
Kuka

David Lago González dijo...

Gracias, Kuka.
Besos.