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Debes pactar con el diablo, o el día tras día
será del pasado una infinita suma de horas
que entorpecerá ese segundo de brisa
que espera el mirlo del verano.
¿Desde cuándo no piensas en el horizonte?
Haciendo memoria, ¿realmente pensaste en él alguna vez?
¡Qué falacia tan estúpida!
¡Pájaros, soles, lunas,
cursilerías del tedio en que se hunde la placidez
o la superficialidad más castrante!
Pero sí, debes pactar con el diablo.
Para regresar a gusto contigo mismo,
no con los demás, los demás nunca te importaron;
debes hablar con él, no el de la barba huidiza
y el labio buscando la palabra,
ni tampoco el cínico querubín a quien has amado
en secreto durante tantos años:
tienes que llegar a un acuerdo con el diablo que llevas dentro,
debajo de tanto ropaje de santo pendejo
y ahora de arrogante a la sombra.
Llega a un acuerdo: verás, infeliz, que pisarás triunfante
sobre la paja estercolada del establo,
y una vaca gorda vendrá a besarte los labios.
La cigarra se posará sobre tu nariz,
y de un enorme huevo nacerá tu madre,
sana, completamente sana y lúcida,
para tu propio castigo y martirio.
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(Madrid, 11 de noviembre de 2003)
© David Lago González, 2003.
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