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Ahorra bastante
para que al siguiente día, al levantarte,
tengas suficiente valor para colocar los ojos en sus órbitas
y ver el último sol del verano filtrarse por entre las hojas
de las plantas del balcón
como una enredadera saltando al salón para enroscarse por tus pies,
río arriba en busca de un corazón.
Ahorra lo suficiente
para pegarte la nariz al agujero de la chimenea,
y digo “justo lo suficiente” porque la brisa ya no trae aroma de naranjos
y, si te empeñas en aspirar, un hollín tizna
cual ungüento indeseado el paso de la vejez
que se obstina en aparecer por esos agujeros
que algún día taponarán manos escasamente profesionales.
Ahorra mucho más de lo que puedas imaginar
para que no malgastes el superglue a lo largo de la nuca
cuando precises el justo milímetro donde las orejas
abrirán sus pabellones ateridos de los detectores
de aquel rumor sublime que te hará transitar
por encima del ruido vano que la nada produce al pasar
una y otra vez a lo largo y ancho de tu cuerpo.
Aparta una buena cantidad de las fuerzas necesarias
para colocar la boca sobre la herida que
la voz te hizo intentando salir más arriba del mentón,
da una buena mordida para que los dientes se fijen
a los huesos que han de terminar la obra con precisión
dejando a la expresión el escape de la sonrisa
para poder salir por ella cuando las cosas se pongan malas.
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(Madrid, 7 de septiembre de 2008)
© David Lago González, 2008.
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