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Crepitan las carnes de los árboles entre las llamas.
El oporto en su copa viaja del granate al fuego.
El rostro se inflama, como de vergüenza o de urticaria.
El pecho se asfixia bajo la camisa del invierno
y necesario es desabotonarla y quedarse casi en cueros,
suaves cueros del amor, pieles recias del deseo,
osamentas de querer y dejarse querer.
Yo me descalzo, todo me estorba, todo yo me molesto.
Se carbonizó la piel, se chamuscó el cuero;
y por estos atardeceres invernales, curia y villanos
me han acusado de ser un ladrón desalmado.
Como regalo de Navidad dejé para su estirpe
joyas y cálices robados, incunables y fajos de talentos.
Ardió todo. Quemaron el cuerpo en Varanasi, junto al lodo de la orilla,
los cánticos de los fanáticos, la mierda de los perros. ¿Y qué quedó?
Lo único que yo hurté: el olor del hogar.
Cada año, reincidente, lo robo de nuevo.
Pero no pueden enjuiciarme: si no hay materia no hay delito,
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sólo la gema del recuerdo.
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(Madrid, 20 de diciembre de 2004)
© 2004 David Lago González
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1 comentario:
Coño David, esto me ha llegado¡
Un abrazo¡
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