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Es una regla universal: la moneda, en todas partes, tiene dos caras.
Sobre una, el perfil de César;
en la otra, el rostro con que el hombre dibujó a Dios.
Cuando al inicio del trashumar, alguien pone en la palma de tu mano una moneda,
nunca mires, muchacho, qué sorpresa te aguarda del lado que no ves.
Acepta la mirada de la cara que te ha tocado,
ya sea de perfil o de frente.
Porque ―óyelo bien― a quienes nos ha tocado conocer las dos caras de la moneda,
no hemos salido por ello recompensados;
más bien, todo lo contrario:
sabemos lo que oculta César y lo que oculta Dios,
y ese lamentable descubrimiento, esa falaz sabiduría, no nos hace mejores,
ni simplifica nuestra vida, ni nos proporciona ninguna alegría.
Sabiendo tanto sólo pierdes: pierdes el tiempo y pierdes la vida.
Y al final, siempre ganan los que han conocido solo una de las caras de la moneda.
Por eso, muchacho, cuando pongan en tu mano uno de esos doblones,
no importa en qué tiempo sea, nunca le des la vuelta.
Si así lo haces, si mi consejo sigues, siempre te quedará el recurso
de pensar que Dios o el César guardan para ti la justicia y la felicidad.
En cambio, si las circunstancias te obligan a sentir sobre ti las dos miradas,
date ya por muerto: serás sólo otra moneda que rueda por el bordillo de la calzada
hasta que encuentre un desagüe, caiga, y desaparezca,
haciendo compañía a otros desechos,
hasta la gran acequia donde las ciudades acumulan
los sueños de los fracasados.
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(Madrid, 6 de Mayo de 1999)
© 1999 David Lago González
1 comentario:
Great poem.
Uno siempre encuentra lo bueno por aqui. Saludos.
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