sábado, 12 de julio de 2008

Padre




La tierra es lo único que no pueden llevarse, dijo.
La tierra, el monte,
es como una mancha de sangre sobre una camisa blanca.
Mírala desde el cielo, como si fueras un pájaro:
ahí abajo está, inamovible, esperando los portentos.

Soñó otra vez con un nuevo motivo:
bordaría su derrota, derrocharía su talento;
y rápidamente empezó a llenar de trazos el papel
como un niño que dibuja el descubrimiento de sí mismo.
Aquí la luna, aquí va la puerta y el camino;
aquí el sol, por aquí andan los pastos;
allá está el arroyo, más allá la nueva casa del mayoral.
¡Por aquí y por allá voy yo,
de nuevo como un muchacho sobre su caballo!

El entusiasmo de convertir las hierbas
en espigas de oro que lo mudaran
en un arriesgado hacedor de milagros.

La tierra es lo único que no pueden llevarse, dijo.
Y se adormeció en la ebriedad de la pangola,
a la sombra dulce de los pesados mangos
que caían tan fácilmente como hojas de otoño
en Freituxe, hace cien años ya de eso.

(Madrid, 2 de junio de 2006)
©2006, David Lago González

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