lunes, 14 de julio de 2008
Fat City (John Huston)
Come on lay down by my side
'til the early morning light.
All I'm takin' is your time:
help me make it through the night.
Kriss Kristofferson
a Mariano, que me devolvió la locura de una noche
Ciudad dorada.
Muchas noches crecidas por años en las que no pisaba tus calles.
La opacidad de tu luz
sólo quebrada por la irrupción violenta de la llamada de los bares.
Tu verdadero nombre es Stuckton, en alguna parte de América del Norte,
pero Stuckton es un pueblo universal y muchos lo llevamos escondido
en alguna parte de nuestro pecho: nuestra América del Norte profunda y sin remedio.
He visto muchas Susan Tyrrell jugando el papel de Oma;
he visto muchos Stacy Keach que una vez prometieron ser algo,
y hoy se han convertido en fracasados Billy Tury
golpeando moribundos que orinan sangre en pútridos camerinos.
He visto muchos Jeff Bridges
intentando ser los hermosos Earnie con un futuro por delante.
"¿En qué momento se jodió el Perú?" ―se preguntó Varguitas en La Catedral―.
¿En qué minuto se nos metió Stuckton en el corazón?
¿O estaba allí desde siempre, esperando un desliz para aparecer?
Miserable pueblo omnipresente: lo mismo es una ciudad,
un cuartucho, una mansión, una isla; un hombre.
Stuckton es como el reverso de Dios.
Cines pornográficos; pensiones de mil pesetas;
culos de pomarrosa que hieden como el agua cortada;
falos que de pronto nos devuelven a la realidad de una raya excesivamente adulterada;
pezones olorosos a polvos de talco, recién duchados,
y sin embargo agriados por la cercanía de una axila de la España honda.
Stuckton de la sangre.
Stuckton de la leche ácida.
Stuckton de lo tardío, de lo ido y nunca venido, de lo esperado en vano.
Stuckton de lo errado.
Maldita ciudad dorada de nuestros ojos.
La guerra ha terminado, Billy Tury: puedes golpear al adversario.
La guerra ha terminado, Oma: puedes apagar el cigarrillo
y beber un sorbo del bourbon.
La guerra ha terminado, Earnie: el futuro tal vez puede ser tuyo.
Pero aunque ya no hay necesidad de refugios, todos bajamos a Stuckton:
llámese ginebra, azúcar moreno, coito repetido hasta el hastío; llámese poesía.
Llámesele con el seudónimo de nuestros nombres.
Mariano baja a Stuckton cada noche en su rojo coche maloliente
que pronto le llevará a la muerte a la salida de un garito de nuestro barrio,
camino de Las Cárcavas, entre los fantasmas que penden del abismo,
y veremos el amanecer sobre la Casa de Campo rivalizar contra los rostros
que intentan desvelar el vaho de los cristales
y se retiran asustados cuando golpeo su aliento.
Mariano ríe en Stuckton con los labios infantiles que tal vez nunca tuvo
y a los diez minutos dice que me ama
sólo porque perdido en su ebriedad descifro sus palabras;
luego duerme sobre mi pecho su soledad insaciable, en Stuckton,
rojo coche aromatizado por el whisky, axilas de Las Hurdes recónditas de Buñuel
que sudan leche de cabra salvaje y pomarrosas del amor ausente.
La guerra ha terminado, Mariano, y el sol se alza sobre los árboles,
en Stuckton:
estado de nuestros pechos,
pueblo de nuestros fracasos,
ciudad de nuestras mentiras.
Ah, si pudiéramos pasar flotando sobre este ardiente pavimento...
En un bar, "The look of love" se alza también con suave voz de mujer;
y es una hermosa canción; tal vez la más hermosa canción de todos los tiempos.
Quizás, es lo único dorado que debemos conservar para mañana.
(Madrid, 17 de agosto de 1999)
©1999, David Lago González
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