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Ahora que he estado repasando este libro que se fue escribiendo a trompicones para ser editado finalmente en 1998, veo que el tiempo pasa sobre uno, pero, paradójicamente, casi se mantiene inalterable. Leeré tres poemas de él (los más cortos) en la presentación de LOS SONIDOS DEL SILENCIO y los he estado escogiendo y midiendo el tiempo. Concibo la poesía leída como un espectáculo, al menos un esfuerzo de plasticidad que pueda convertir las palabras en imágenes. Si no, ¿para qué leer en voz alta?
Seguramente haré el ridículo una vez más porque esta jornada alternativa ha sido tan alternante que no conozco otros posters colocados y distribuidos por Madrid que los que yo, como invitado, he colgado en algunos sitios y café-librerías. Un desastre. Ya está comprometido, y, en fin, estoy acostumbrado a hablar conmigo mismo (algunas veces no sólo en silencio) y también con y contra las paredes de mis blogs.
Desempolvo, pues, uno de sus poemas, y lo mezclo al desorden que siempre ha existido en mí, y que cada día crece más y más.
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Oficio de poeta
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Si los espejos no le sirven para soñar
con que una rama iluminada de improviso
ante el roce de uno solo de sus viajes
pueda asumir una forma real, es porque
como un pez ha saltado de las aguas
y cruzado sobre islas enteras.
Si se ha despojado de su sombra
como a su tiempo se desentiende
la cuna de la mano que la mece,
es porque el eco que guarda siente el mismo recelo
que si escuchara venir de muy lejos
un zumbido de flechas totalmente emponzoñadas.
¡Ha cedido, St. John-Perse, ha cedido!
Ha vencido el ángel de todos esos desconocidos amigos
cuya vieja muerte real le ha sido siempre inadmisible,
porque le rescatan y le llevan consigo a su dolor.
Para él, la luz brilla dentro de lo invisible y el misterio,
y aquellos que le enseñaron a amar lo hermoso y lo terrible
vienen a sus ojos como la caricia de un padre: severa y frágil.
Ha cedido. Han penetrado en él el fuego,
la noche perfecta, la soberbia voz humana,
la zozobra del náufrago y la demencia del héroe,
la esperanza.
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Y algún que otro dios.
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(Camagüey, 1977)
© 1977 David Lago González
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Ya no escribo así. Luego me dio por desnudar el poema de metáforas y he dejado el verso en puro hueso. Por eso tal vez ahora hincan más las palabras.
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© 2011 David Lago González
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