.
.
Cuando muera, ¿qué quieres que te deje?
¿El palacio saqueado de Sadam Hussein
o el de Muammar Al Gaddafi después que Ronald Reagan lo bombardeara?
Sí, tiene que ser una ruina. No me pidas nada nuevo,
porque todo en mí es obsoleto
y de sobra pasada la fecha de caducidad.
Ah, también puedo dejarte las aguas albañales
que apenas si corren por La Habana Vieja
porque las alcantarillas están taponadas,
pero por aquello del toque exótico, tal vez valga la pena.
Detesto la palabra “tetilla” que llevas tatuada sobre el pecho:
inevitablemente me recuerda a una ternera,
y no me preguntes por qué. Hay respuestas ignotas
y tan absurdas que no merecen ni la atención de la pregunta.
En esa estúpida moda de que cada día se celebre algo,
ayer celebraban un idioma llamado “español”.
Creo que yo lo hablo todavía. Aunque nadie dijo
que “pezón” es una hermosa palabra sin ambages
y solamente tiene la resonancia del placer.
Pero yo ayer me aburría en el nippleplay
y hubo momentos en que pensé dejarlo, o hacerme el dormido,
o el desvanecido. Desvanecido y vencido
por esa guerra insostenible entre la razón y el placer.
Y mientras simulaba ser cortés y participativo,
imaginaba que te hacía esas preguntas extrañas:
“Cuando me muera, ¿qué quieres que te deje”?
Más bien como un recuerdo, un símbolo,
una despedida de que, después de haberte gozado tanto,
miraba aquel pezón como algo extraño y amenazante,
algo tan lejano e inaccesible como la justicia.
.
(Madrid, 19 de junio de 2011)
© 2011 David Lago González
No hay comentarios:
Publicar un comentario