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Después que haya caído la lluvia,
después que la lluvia haya limpiado
el pegadizo y espeso polvo del progreso,
y aunque la flor no brote de inmediato,
las hojas lucirán su contento de corazón enamorado,
y todo volverá a ser como antes,
como si ni siquiera nadie haya dado nunca
con la maravilla electrificante de la luz.
Adoré en la gota de agua que sostuvo sobre la hoja
el cristal del dios convertido en destello del sol,
límpido, puro, eternamente nuevo;
y sonriente.
Me devolvió la vida de siempre,
y en la piel del Murano frágil te vi,
otra vez burlándote de mí.
Otra vez volviendo al primitivo aliento
de las cosas simples y naturales.
He de darte las gracias, día,
por otro amor reluciente a la puerta de mi casa;
otra razón, por muy momentánea que sea,
para esperar la próxima lluvia.
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(Madrid, 17 de junio de 2011)
© 2011 David Lago González
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