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El verano llegaba dando trompicones a ciegas
pero también anticipando la alegría de las terrazas,
la espuma rebosante de las cervezas,
las camisetas sin mangas y los tatuajes, los pantalones cortos,
la nuca despejada de las muchachas que horquillan su melena en busca del cielo.
Pero hoy se precipitó, cayó de ese cielo como el choque con un planeta extraño,
y hundió mi voluntad como el silencio que presagia el tris de una cuerda
demasiado tensa para durar por mucho tiempo.
Era tanto el plomo del calor
que apenas si me permitía amarte en la distancia.
En el pozo de los ecos
donde una piedra parece el deslizamiento de una montaña,
yo me multiplicaba como un silencio expuesto en una cúpula muda
y, como en un mal sueño, buscaba en la vorágine informe
voces a las que aferrarme, la tuya no la oía,
y hasta la mía se me escapaba tras no sé qué misteriosa esquina
para la que nunca se está preparado.
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(Madrid, 19 de junio de 2005.)
© 2005 David Lago González
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