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And where are the clowns?
There ought to be clowns.
Well, maybe next year.
(“Send in the Clowns” lyrics)
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Enviadme a los payasos.
Los tristes pierrots de la infancia.
Mi error temo que en su insistencia, padre,
volvamos a desandar la tensa cuerda
que unía y separaba al Ringling Brothers del Montalvo.
Inútilmente.
No era yo quien gustaba de los mimos,
y para que le acompañara,
me engatusaba con las altísimas cúspides del algodón azucarado
donde hundía mi boca,
y toda mi cara y mis manos quedaban luego pegajosas
y propensas a las moscas que anidaban en las orejas de los elefantes.
Nunca le confesé
que los payasos me daban lástima, mucha lástima,
esa extraña mezcla de condolencia y asco que llamamos así
con el sonido de palabras más suaves.
Zíngaras de mentira y barrio bajo,
putas afinadas como una serpiente hambrienta
enroscándose por la melodía de la flauta como esa planta de gandul
que en los muñecos atraviesa las nubes y llega al cielo perfecto.
Reía, padre, como una gelatina en manos temblorosas,
mientras yo contaba los minutos
para salir de las carpas sucias y el olor a estiércol
hacia la planicie insolente de la Plaza de Villa Mariana
donde terminaba el horizonte.
Nunca le confesé la verdad,
cuánto me molestaban aquellos infelices de irrisorio cometido;
y se lo confío ahora, al cabo de más de cincuenta años,
¿por qué? Quizás porque hoy sé que ya la verdad no puede dañarle,
y por mi parte, admito que el ridículo patetismo del saltimbanqui
es, en definitiva, perfectamente tolerable.
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(Madrid, 18 de octubre de 2010)
© 2010 David Lago González
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