martes, 19 de octubre de 2010

IMPUESTO REVOLUCIONARIO

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El hombre llegó a casa antes de lo acostumbrado,

medio bufando y ensimismado en algo que le roía por dentro.

La mujer lo vio tomar una copa de balón,

echarse unas líneas de Domecq de la botella que guardaba en la vitrina

y sentarse a la mesa en su lugar de siempre.

Las sillas en aquella casa tenían nombre propio

y formaban un código que no debía ser violado

bajo ningún concepto.

Ignoraba las preguntas de la mujer

sobre la marcha de la jornada en los bosques de Cubitas.

A medio terminar, alzó su puño cerrado

y lo dejó caer con todas sus fuerzas contra la madera

haciendo añicos el cristal y desparramándose el líquido

sobre el mantel bordado, a la par que decía:

fillos de puta!

La mujer corrió hacia él con el escarceo de mil gallinas ponedoras,

y con un paño de cocina quiso contener la sangre

que brotaba de las heridas abiertas y todavía adornadas con picos de vidrio.

El hombre la rechazó

y cerró la mano todavía más para infligirse un dolor inmenso

y tan satisfactorio que compensara en parte la rabia que sentía.

En ese momento, el muchacho comprendió

que lo más conveniente era refugiarse en la saleta,

haciendo como que veía la televisión; allá se fue,

y comenzó a temblar pensando que la culpa de todo aquel enfado incomprensible

era suya y solamente suya;

repasaba las últimas jornadas, los últimos días,

y no encontraba razón para sentirse causante de motivo alguno.

La imaginación especulando por su cuenta es cosa mala.

La sangre, los cristales rotos, la exclamación en gallego mal sonante,

la sensación de descubrimiento que vio en los ojos de la mujer,

eran asuntos nuevos para él.

Entonces recordó el sonido del puñetazo sobre la mesa,

y un nudo en su garganta se deshizo

para dar paso a unos sollozos incontenibles.

Y se fue quedando dormido frente a la pantalla

y los muñequitos de Looney Tunes.

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No se sabe cuánto tiempo después sintió una mano revolviéndole el pelo.

Era la piel suave de la mujer.

El hombre se había recostado en la cama.

-o-

Unos años más tarde supo que aquel día

unos barbudos revolucionarios habían puesto precio a su cabeza.

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O sea, efectivamente, la culpa era suya.

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Luego, un día futuro de pasados recuerdos,

el mantel manchado de sangre

fue consumido por el fuego.

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(Madrid, 19 de octubre de 2010)

© 2010 David Lago González

4 comentarios:

El Tinajón dijo...

Muy bueno David.

Gisela dijo...

Pura poesía.

David Lago González dijo...

Muchas gracias a los dos.

(Gisela, me encanta lo del salitre con sabor a caramelo.)

Zoé Valdés dijo...

Excelente. Acaban de salir las Cartas de Saúl Belloow: http://www.elpais.com/articulo/cultura/afectisimo/Saul/Bellow/elpepicul/20101024elpepicul_1/Tes