sábado, 30 de octubre de 2010

Falta de pago

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 (C) 2010 David Lago-Gonzalez, Falta de Pago
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Al menos 30 años ha
que no recorría con mis ojos la silueta de las sombras.
La quietud del pabilo
que ambarino luce sobre la poza serena de cera
que le circunda, coincide con el cirio bermejo
haciendo que todo sonido en la calle
o en el resto de la finca, sean como
llantas que pasan sobre mojado, golpes secos
que tropiezan contra los tabiques como fantasmas ciegos.
Estamos en el siglo veintinuno, no en la Rusia de los zares;
ayer la luz me fue cortada: falta de pago.
Volverá mañana, han prometido los mercaderes,
que mienten menos que los dictadores del proletariado.
Volverá por la mañana, cuando no la necesite;
aunque ciertamente tampoco la preciso en este instante,
porque la luz de la bujía
ilumina una parte ínfima y muy profunda
donde la paz se rehace y el sosiego se estrena
otra vez como nuevo.
He jugado a que invitaba a un grupo de amigos
a comer el próximo sábado. Asados como antaño
en cazuelas de barro, feijãoda tropical
con una pizca dulce, batatas
doradas con leche y azúcar morena, a lo Agustina,
espolvoreada sobre la vianda como nevada mínima.
Vinos y cordiales, copetines del exquisito remate,
champán con helado de yogur y nueces.
En la sobremesa, achispado por los caldos,
me da por relatar los últimos episodios
de extrañas experiencias en paisajes soberbios.
Asuntos que no me dejan sosiego y en vilo
y malhumorado me mantienen desde que acontecieron
porque no encuentro en ello razón ni punzón
y sé que hay un todo una línea que me conduce
a algún punto conocido, una música
que me lleva a otra melodía,
porque…
Y al final me quedo callado.
                                                Y al final me quedo callado, transportado
a no sé qué lado de lo caprichoso coincidente.
El rumor de una saga vivida
allende el misterio y la fantasía o el recreamiento
aviva de pronto el escenario
donde un diminuto hombre fragua su vida inventada
sin conciencia, o con desprecio por las consecuencias ajenas.
Y vuelvo a la quietud del pabilo
donde reposa el arcano y el por qué
y el para qué, y el espejo moteado
de los tristísimos dementes que pasan desapercibidos.
M. Verdoux, plenos de venenos
henchiste mi sangre, el alma
y todo tiempo venidero.
¿Cómo amar y dar gracias sin contradecirme
a lo que ya una vez
hubo de matarme para siempre?
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(Madrid 29 de octubre de 2010)
© 2010 David Lago González

martes, 26 de octubre de 2010

Peter Pan

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PeterPan-image (2)

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para Kike (Enrique Agramonte Robles, 1949-2010),

que descanse como quiera

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El hombre y la mujer

parecían angelotes recostados contra la armazón

a los pies de la cama de estilo “neo-colonial”.

A la mujer le gustaba definir el estilo –si aquello efectivamente lo era--,

no sé si con la secreta venganza

de señalar que la inspiración del hombre en el diseño de los muebles de la casa nueva

no había llegado a la habitación de su hijo.

Desde la posición del muchacho sobre el lecho,

la mujer estaba a la izquierda y el hombre a la derecha.

¿Le despertaron o se despertó?

¿Se despertó y se asustó de la custodia?

Nadie recuerda nada ya cómo fue exactamente la cosa.

El caso es que el muchacho pensó que pasaba algo grave.

Desde que aquellos hombres bajaron de las lomas,

no había día en que no pasara un montón de cosas,

y unas a las otras se atropellaban y no dejaban a nadie pensar con claridad.

Creo que a aquello le llamaban “Revolución”.

“No, solamente queremos conversar contigo

y preguntarte algo”, dijo la mujer al muchacho.

El muchacho quedó esperando, medio erguido sobre el colchón.

La mujer le dijo que sabían lo mucho que le había dolido

el encarcelamiento y la expulsión de sus maestros,

y cuánto había llorado por el hermano Pedro.

Que ahora existía la posibilidad de que el muchacho

pudiera de nuevo reunirse con él, pero en otro país que no era aquel.

El asunto consistía en mandarlo a él delante

y ellos le seguirían pasado un tiempo.

Primero la mujer, luego el hombre,

dijo éste en su idioma.

Posiblemente era la primera gran decisión en las hazañas del muchacho,

y le dejaban escoger. Años después comprendería la magnitud de la consulta

y agradecería a la vida por haberle hecho conocer

a aquel hombre y a aquella mujer

que tomaban en cuenta la palabra

de un simple mocoso de mierda que apenas pasaba de los nueve años.

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El muchacho calló durante unos minutos.

Luego se volvió al hombre y le preguntó

si él realmente iba a seguirles hasta el fin del mundo.

El hombre afirmó nuevamente que sí, pero que antes de él

iría la mujer con sus manteles bordados, los sobrecamas primorosos

que ella misma había calado, la vajilla inglesa, las fotos

de toda la memoria anterior a aquel momento,

mientras él quedaba atrás liquidando los dineros, los deberes y los haberes.

El muchacho miró de nuevo a la mujer

y de inmediato volvió a encarar la mirada del hombre.

“No --le dijo al hombre--, tú no vas a hacer otra vez otro viaje.

Si no salimos los tres, no salimos.”

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Y allí se quedaron, por los siglos de los siglos, amén.

 

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(Madrid, 26 de octubre de 2010)

© 2010 David Lago González

martes, 19 de octubre de 2010

IMPUESTO REVOLUCIONARIO

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El hombre llegó a casa antes de lo acostumbrado,

medio bufando y ensimismado en algo que le roía por dentro.

La mujer lo vio tomar una copa de balón,

echarse unas líneas de Domecq de la botella que guardaba en la vitrina

y sentarse a la mesa en su lugar de siempre.

Las sillas en aquella casa tenían nombre propio

y formaban un código que no debía ser violado

bajo ningún concepto.

Ignoraba las preguntas de la mujer

sobre la marcha de la jornada en los bosques de Cubitas.

A medio terminar, alzó su puño cerrado

y lo dejó caer con todas sus fuerzas contra la madera

haciendo añicos el cristal y desparramándose el líquido

sobre el mantel bordado, a la par que decía:

fillos de puta!

La mujer corrió hacia él con el escarceo de mil gallinas ponedoras,

y con un paño de cocina quiso contener la sangre

que brotaba de las heridas abiertas y todavía adornadas con picos de vidrio.

El hombre la rechazó

y cerró la mano todavía más para infligirse un dolor inmenso

y tan satisfactorio que compensara en parte la rabia que sentía.

En ese momento, el muchacho comprendió

que lo más conveniente era refugiarse en la saleta,

haciendo como que veía la televisión; allá se fue,

y comenzó a temblar pensando que la culpa de todo aquel enfado incomprensible

era suya y solamente suya;

repasaba las últimas jornadas, los últimos días,

y no encontraba razón para sentirse causante de motivo alguno.

La imaginación especulando por su cuenta es cosa mala.

La sangre, los cristales rotos, la exclamación en gallego mal sonante,

la sensación de descubrimiento que vio en los ojos de la mujer,

eran asuntos nuevos para él.

Entonces recordó el sonido del puñetazo sobre la mesa,

y un nudo en su garganta se deshizo

para dar paso a unos sollozos incontenibles.

Y se fue quedando dormido frente a la pantalla

y los muñequitos de Looney Tunes.

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No se sabe cuánto tiempo después sintió una mano revolviéndole el pelo.

Era la piel suave de la mujer.

El hombre se había recostado en la cama.

-o-

Unos años más tarde supo que aquel día

unos barbudos revolucionarios habían puesto precio a su cabeza.

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O sea, efectivamente, la culpa era suya.

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Luego, un día futuro de pasados recuerdos,

el mantel manchado de sangre

fue consumido por el fuego.

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(Madrid, 19 de octubre de 2010)

© 2010 David Lago González

lunes, 18 de octubre de 2010

Send in the Clowns

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1920s 

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And where are the clowns?
There ought to be clowns.
Well, maybe next year.

(“Send in the Clowns” lyrics)

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Enviadme a los payasos.

Los tristes pierrots de la infancia.

Mi error temo que en su insistencia, padre,

volvamos a desandar la tensa cuerda

que unía y separaba al Ringling Brothers del Montalvo.

Inútilmente.

No era yo quien gustaba de los mimos,

y para que le acompañara,

me engatusaba con las altísimas cúspides del algodón azucarado

donde hundía mi boca,

y toda mi cara y mis manos quedaban luego pegajosas

y propensas a las moscas que anidaban en las orejas de los elefantes.

Nunca le confesé

que los payasos me daban lástima, mucha lástima,

esa extraña mezcla de condolencia y asco que llamamos así

con el sonido de palabras más suaves.

Zíngaras de mentira y barrio bajo,

putas afinadas como una serpiente hambrienta

enroscándose por la melodía de la flauta como esa planta de gandul

que en los muñecos atraviesa las nubes y llega al cielo perfecto.

Reía, padre, como una gelatina en manos temblorosas,

mientras yo contaba los minutos

para salir de las carpas sucias y el olor a estiércol

hacia la planicie insolente de la Plaza de Villa Mariana

donde terminaba el horizonte.

Nunca le confesé la verdad,

cuánto me molestaban aquellos infelices de irrisorio cometido;

y se lo confío ahora, al cabo de más de cincuenta años,

¿por qué? Quizás porque hoy sé que ya la verdad no puede dañarle,

y por mi parte, admito que el ridículo patetismo del saltimbanqui

es, en definitiva, perfectamente tolerable.

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(Madrid, 18 de octubre de 2010)

© 2010 David Lago González

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martes, 12 de octubre de 2010

Herida

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La herida tiene un único borde

que la circunda, igual que los labios,

superior e inferior ciñen la boca,

la abren o la cierran.

Pero no hay dos orillas para una herida

aun cuando ésta sea ya cicatriz añeja.

Pamplinas. Si me hablas de la parte de allá

y de la parte de acá, sólo estás intentando argumentar algún pecado.

Algo oscuro de lo que te avergüenzas pero justificas.

Por eso pones dos bordes a la herida,

y te pasas de un lado al otro según el picor de la sanación

o el avance de la infección.

Se sangra o no se sangra. No me jodas.

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(Madrid, 12 de octubre de 2010)

© 2010 David Lago González

Margaritas y maracuchos para un otoño en Madrid

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Mucha gente llega tarde a muchas partes.

A veces, de ello se puede hacer una tragedia,

pero lo cierto es que la rabia y la impotencia

dan el salto al bien hallado y transmiten

una cierta desesperación en las frases cortadas,

en las palabras omitidas.

Todo queda entonces entre las margaritas y la stolichnaia

y aquel shot de tequila y sprite

que te dejaron preparar para mí en el restaurante mejicano.

¡Para mí! Un desconocido me regala en la noche

lo que a él le gusta.

Al salir de Rimmel, el fresco de la noche

me robó la memoria, y no sé si caminamos

o volamos hasta casa; o tomamos un avión en Barajas,

nos pasamos por ese parque en París que me gusta tanto,

por el barrio de St. Germain-des-Prés; o un trasatlántico

nos llevó de puerto en puerto por todos los tugurios del Magreb.

Yo sólo sé que, según tus confesiones, dormías por primera vez

al lado de otro cuerpo parecido al tuyo, nos reímos hasta morirnos,

y por la mañana resucité, resucitamos,

haciendo algo que debe estar entre el sexo, deleitarse

y el amor alegre y repentino de una sorpresa en otoño.

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(Madrid, 12 de octubre de 2010)

© 2010 David Lago González

(sin título)

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Zerkalo (The Mirror) (1975, dir. Andrei Tarkovsky) Andrei Tarkovsky, Zerkalo (The Mirror), 1975

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El fantasma que hay en mí,

como en un comic de mal gusto, arrastra

cadenas más largas que sus sábanas.

Pesan mucho más que la esfera que sostiene el atlante sobre sus hombros,

y el ruido tenebroso de su roce contra el suelo

ensordece todas las melodías, suaves y violentas,

que la huida de su castillo maldito

me ha permitido escuchar en la vida.

Cuando tocan la superficie del mar,

es ésa la razón que motiva los más recientes maremotos

a los que la sismología no encuentra respuesta.

Si todo se arreglara con una medida extrema,

me cortaría ambas orejas como hiciera Van Gogh con una de las suyas,

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pero el ruido está dentro de mi cabeza

y la despoja de pensamientos más claros.

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© 2010 David Lago González

(Madrid, 16 de abril de 2010)

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sábado, 9 de octubre de 2010

Confessin’ the blues… (or “Put the blame on Mame”)

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DA 1820A

(Digital Art by David Lago-Gonzalez, image taken from the net, unknown copyright)

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Playing nipples to you,

I was thinking about my feet.

They were growing bigger and bigger

Until my body became a part of them.

While I was cuddling you from the back,

My feet soles was getting more solid

As if everything I was it was not just a simple failure

Of that pedestal where the statue stood, smooth and insensitive,

So uncaring as not to feel that it was usurping

The place of all the sensitivity of my efforts.

I remember I used to be the man

Who walked over the dark side of the moon

And so I used to laugh when I stepped on the compact sand in your back;

Now I am the magician tired of taking rabbits out of his hat.

There’s nothing to do, my dear old mate.

I don’t want to carry the guilt of refusing your demands

So I shall bear the crime of do not deserve you any more.

Yes, I am a stupid man

Who prefers to hurt himself instead of hurting someone else.

And it happened to me before, many years ago
And I'm still paying my debts assumed,
My bare desire to share what was once a treasure for both.

I will continue to maintain the mastery of art that you know

So you do not realize the void

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But, if something you suspect one of these days,

Please,

don’t blame it on the sunshine, don’t blame it on the moonlight,1

Just

put

the blame

on Mame.2

That’s the name of excitement.

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(Madrid, October 9, 2010.)

© 2010 David Lago-Gonzalez

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1Michael Jackson

2Song sung by Rita Hayworth in motion picture “Gilda”.

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martes, 5 de octubre de 2010

Razones para el silencio

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© Katarina Vavrova (Slovakia)

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2

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Acéptalo: es lo que tengo.

Acéptalo, oh Dios del Cielo.

Acéptalo, igual que el mar.

Acepta el ancho caudal del río

y el del arroyo, pobre y pequeño,

que de la sierra bajando va.

(Tonada que acompañaba los oficios en Camagüey en los años 70)

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para Isora Cabrera

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No preguntes por el origen de todo esto que aquí ves.

La simiente no es la referencia de un único nombre,

y no siempre son las cosas lo que parecen ser.

Es más, casi nunca lo son.

Si no te gusta lo que ves, si no te complace lo que doy,

retoma el sendero que en la noche te puso aquí,

al lado de esta borrosa procedencia que palpas,

o calla de una vez, que agradezco más el silencio que las palabras vanas,

porque endebles son, o acaso ¿no es que con el relato de mi rastro

intentas rellenar esa inapetencia que llamas rutina?

Ya yo he visto esa película,

ya he escuchado esa canción: alquila otra, compra otro cedé.

¿Es que pretendes que en cinco minutos haga recuento de toda la Humanidad?

¿Por qué me pides tanto? Y no, que no te ofenda el tono,

ni la mímica del cansancio cuando me oyes decir groseramente “ya salió la cosa”

y me ves girar la cabeza hacia la oscuridad de la noche o del infinito,

cualquiera apetecible boca que no sea la tuya

y tenga a bien tragarme en el instante aciago.

¿Por dónde quieres que comience mi historia: los fenicios, los celtas, los sefardíes?

No, darte el gusto de acortar el trayecto

y simplificar la vastedad, no te lo voy a dar,

nada quiero saber de lo que sobre mi origen puedas pensar,

guárdatelo para la hora del café.

Tu idea no es mi vida, es sólo una especulación,

o una bonita vaguedad.

Una estrella o un infierno, lo que quieras; todo, menos la vida que viví.

Mi origen, si alguno tengo, habrá sido el brillo del aluminio de una cuna de hospital

y ni siquiera lo recuerdo. Ya ves, de dónde vengo, ni siquiera me acuerdo.

Y si todo cuanto digo es mentira, quién eres tú para llamarme a razón.

Anda, vuelve al colegio si quieres aprender malamente

lo que ya malamente te enseñaron: yo sólo me desnudo ante un motivo consistente

y el interés por el pasado no es excitante.

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(Madrid, 17 de agosto de 2001)

© 2001 David Lago González

No direction home

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Robert and Shana Parkeharrison - Undergrowth - from Counterpoint Robert & Shana Parkeharrison - Undergrowth (from Counterpoint)

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Esta noche tampoco quería regresar a casa.

¿Ves? Lo de no querer volver

sucede mucho antes de ti, y continuará así

cuando ya no estés, dentro de cuatro días;

como antes de antes, y antes de mañana,

y antes de la memoria agolpada tercamente hasta el blanco indiferente.

A pesar de ti, acontece.

Simplemente sobreviene porque no hay casa,

no existe en verdad una morada, un regazo para el secreto;

nada siento mío y todo cuanto me rodea

y poseo es más precario que la vida.

No falta una isla, ni una gran idea, ni un bosque, no hay mar,

ni mitifico la muerte de un recuerdo o la fluida sangre de la ilusión;

únicamente desaparecieron dos sillones con balancín

a los que ni siquiera puedo dar forma, estaban en la sala desde que nací,

no puedo tallarlos al fondo del horizonte

ni puedo intentar comprar algo semejante: eran únicos.

¿Ves?  Tanta alharaca por nada.

La razón, el pretexto, el objetivo no eras tú.

Era solamente yo.  Y ni eso; era algo por encima y por debajo

de todo lo que significa vivir de nuevo.

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(Madrid, 3 de septiembre de 2005)

© 2005 David Lago González