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a la memoria de Olga Andreu
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Amplio bar de copas misteriosas del Havana Riviera.
La gente se mueve con el mismo sigilo del Tom Collins en el paladar:
de un lado a otro de la boca, silenciosamente, antes de seguir camino abajo.
Creo estar en el Casino de Estoril, entre Heddy Lamar y Erich von Stroheim
con el monóculo empañado por el humo del tabaco barato.
Los funcionarios de la Sécurité intentan demostrar indiferencia.
Las sutiles caza-foráneos intentan demostrar indiferencia. Los sutiles hombres
se soban disimuladamente los genitales e intentan demostrar indiferencia.
Los barmen ―aún se respira cierta brisa hollywoodense―
batuquean con cierta indiferencia sus cocteleras de Tom Collins y Alexander's
(no están de moda vulgaridades nacionales como mojitos y daiquirís
―al menos todavía, gracias a Dios―).
El aire refrigerado nos compensa de la pastosidad aplastante de la noche tropical
cuando salgamos de este bar de tráfico de miradas.
Enrique nos presenta y se va con un hombre sutil,
que intenta demostrar indiferencia ante un one night stand derrochado.
Y quedamos la mujer y yo, junto a Tommy y Alexander,
rodeados por toda la aparente indiferencia de la multitud
y nuestra propia apatía, nuestro inagotable cansancio.
Apenas hablamos: ¿respetamos nuestros cotos de silencio
o no tenemos nada que decirnos?
Alexander y Tom se escurren y nadie lo nota. También lo hacemos nosotros.
La acompaño a su casa: la noche siempre es peligrosa
y hay negros, a los que se culpa de todo
(la Isla es ancestralmente racista y todo lo que en su contra se diga es mentira).
A la puerta de su casa me invita a subir.
Bebemos alcohol del proletariado.
Nos sentamos frente al televisor soviético, con nuestros vasos sin hielo,
sin intentar demostrar la indiferencia que nos ha producido la vida.
Y es la larga noche del 43 la que retorna desde Italia
hasta la noche sofocante: el miedo, las delaciones, il facsio,
las huidas, los paredones, los fusiles, la sangre,
y alguna sonrisa. ¡Cuántas coincidencias solapadas!
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Encima del televisor, una pequeña ventana rectangular,
por la que difícilmente podría deslizarse una persona.
Siempre me he preguntado
si esa abertura fue la escogida por la muerte
para llevarte a su morada.
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(Madrid, 2 de Julio de 1999)
© 1999 David Lago González
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