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No eres perfecto: eres un inútil.
Escribes una línea,
y sin embargo no eres capaz de colocar el botón que falta a tu pantalón.
Una palabra te ilumina como el dedo de Dios,
pero no sabes partir la leña para el hogar
y ese pulgar divino no es suficiente para no hacerte morir de frío.
Miras a través de la cerradura cómo un hombre y una mujer se refocilan,
pero no ves en el espejo ni una sola figura amable para acompañar tu soledad.
Por unas monedas acarreas carbón
y te inflama el calor de la estufa del sótano:
tu cara enrojecida parece la de un borracho
con la lucidez suficiente para almacenar palabras sin futuro.
Yo he visto a un hombre, como un perro, bebiendo de un alcorque
una temprana noche de invierno de 1982 en la calle de Canarias.
Y entonces pensé en ti; y entonces pensé en mí.
Pensé que si tal vez encontramos un trozo de papel podremos escribir un verso,
pero nadie nos dará un vaso de agua por lo que hayamos escrito.
Y eso se llama ser "perfectamente inútil".
(Madrid, 23 de agosto de 1999)
(C)1999 David Lago González
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