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He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
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Jorge Luis Borges
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a su madre, Dña. Leonor de Acevedo
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De oficio, sus ojos.
De vocación, la luz de las tinieblas
y la adivinanza con que vislumbra el cierre de una historia.
Y del deseo de su hijo, la pesadumbre de no haber podido ser más feliz
para contentarla más a ella, todo lo más posible
en esa breve estancia sobre el valle de los mortales.
De esperanza, el encuentro con los amados
en esa ignota y vasta tierra llamada "muerte".
El verso queda sólo para Matilde Ulbarch:
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ser el hombre en cuyo amor desfallecía,
ser la tiniebla de la luz en un atardecer de Ginebra:
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una difusa sombra amarilla que borra los rojos y los negros.
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(Madrid, 4 de septiembre de 1999)
© 1999 David Lago González
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