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EL MUNDO DE AYER, de Stefan Zweig.
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Lecturas terribles. Lecturas esenciales. Lecturas definitivas. Los nombres que se les podrían dar son muchos, pero en todos abunda sobradamente la rotundidad del hecho de que, en cualquier medida que sea, en quienes las consideramos así cambia algo en nuestro interior después de haberlas conocido.
Nunca más la he vuelto a leer. La autobiografía de Stefan Zweig cambió ciertos rumbos en mis pensamientos, no recuerdo si en los late ‘60’s o muy a principios de los 70. Como en el caso de La Montaña Mágica de Thomas Mann, amplió enormemente el horizonte de comprensión del ser humano y del propio mundo. Y a pesar de lo tremendo de todo cuanto se dice en ella, dejó en mí sed y voracidad por saciar más y más la visión de aquel mundo que su autor nos brindaba con tanto dolor. No hay nada como vivir con intensidad desenfrenada y carnal toda la profundidad humana. Dar y percibir todo en cada gesto propio y ajeno no es una opción ni una elección política, social o vitalmente correcta o incorrecta, sino la manifestación de una naturalidad que no todos poseen ni todos son capaces de recibir. Hay algo suicida en este acto; indudablemente los que así piensan y actúan no van a contribuir con su longevidad a sostener las columnas de ninguna academia: para eso hay otras personas que no son menos importantes, pero no podemos aspirar a escribir un poema y al mismo tiempo fabricarnos los zapatos.
La edición cubana de ese libro —creo que de la editorial Huracán, aquella que, al leer sus libros, nos iba dejando la página leída en la mano— “la perdí” en Cuba. Es quizás de esas pocas cosas que lamento haber dejado, pues verdaderamente lo de “perder” es un poco exagerado ya que se suponía que un libro tan conocido podría conseguirlo fácilmente del lado de acá. Pero una vez acá no me fue fácil porque ya a nadie le interesaba leer a Stefan Zweig. Fue gracias a un cliente de un restaurante donde trabajé durante varios años y con quien establecí una espontánea amistad durante años (él también era tan contradictorio como siempre lo he sido yo), que pude recuperar la autobiografía del austriaco y un día se me apareció al comedor con la sorpresa del regalo. Siempre le estaré agradecido: algunos coleccionan esmeraldas, yo colecciono sufridores que me ayudan a sufrir de mejor manera y a tornar el dolor en conocimiento.
Para Carlos Victoria también su lectura representó mucho, en aquel primer momento en que con algún desfase coincidimos en su conocimiento. Pero mucho más años después. Esto quizás no lo sepan muchos, tal vez Nikitín, Emilia, Rafael, no sé si Elio. Durante aquella etapa febril —¡cómo iba a ser de otra manera!— de los viajes de La Comunidad y de los gusanos devenidos en mariposas (continuación en el tiempo de los venceremos, los areitos, las personalidades representativas de la comunidad cubana en el exterior —en que tanto tendría que ver el felizmente difunto Jesús Díaz— y que terminaría, como todos sabemos, en la toma de la embajada del Perú y en el éxodo del Mariel (no hay nada nuevo bajo el sol, como nada espontáneo bajo la revolución), volvió a Jayamá una tía suya que vivía en OpaLocka. A su regreso a los Estados Unidos comenzó a hacer gestiones para, mediante la Cruz Roja internacional, sacar de Cuba a su hermana y a su sobrino. Era un tiempo muy raro para nosotros los que nos considerábamos un poquito inteligentes y sensibles, veíamos el desastre de la falsa reunificación y danzábamos enloquecidamente encima de una cresta de inconciencia y casi cretinidad. En realidad nadie pensaba en salir en aquel momento, y mucho menos nosotros que valorábamos en lo que nos habíamos convertido ambas mitades. Pero, en fin, las gestiones de su tía comenzaron a dar frutos, y Carlos y Estrella estaban en la vía posible de obtener resultados migratorios. Y entre tanta confusión, Carlos volvió a leer “El Mundo de Ayer”. Después fue a la Oficina de Emigración y renunció a la salida suya y de su madre.
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© 2009 David Lago González
Stefan Zweig's Official Site - http://www.stefanzweig.org/