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Arthur Tress - Broken Statuette, Cold Spring, New York, 1982
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La noche más fría del año
no tiene nieve, ni carámbanos de hielo,
ni témpanos navegando como náufragos perdidos
o blancos osos despistados por la falta de peces saltarines.
Las cañerías no se congelan y revientan
para después arruinar la alfombra nueva del salón.
Pero sí tiene el silencio de la frialdad,
el criminal desapego de la indiferencia.
Todavía estamos vivos,
pero es como si nadie nos viera;
entran por una puerta y salen por otra
como si no existiéramos,
como si fuéramos mesas donde nadie ha depositado nada.
Ninguno olvidó sobre nosotros una rosa;
todos pasan de largo en medio de una frenética pero lenta displicencia,
premeditada tal vez, o dolorosamente orgánica.
Todavía estamos vivos.
Tú, sedada y ajena, un pincho atraviesa
la rótula del nácar
e inmoviliza la pieza como en un escaparate de basura extraviada.
Yo, sedado y ajeno por la gratuidad perversa,
me siento y me levanto, voy de un puerta a otra,
repaso los pliegues de las cortinas que te aíslan
como si fueran las teclas de un piano
del que no sale música alguna, ni siquiera fuera de tono.
¿Estás ahí? De pronto preguntas.
Aquí estaré hasta que el mundo se venga abajo de una vez.
Aquí estaré hasta que ya no preguntes nada más.
Y más allá del silencio absoluto, aquí estaré.
En la noche más fría del año, rodeado de tanta asepsia cochina.
Esta soledad huele a mecromina y alcohol para mantener la muerte un poco más.
Una mesa metálica, de puro aluminio, brillando bajo el fluorescente.
La nieve cae en forma de gasas y guantes de fino plástico,
ni siquiera son copos de algodones que puedan confundirse con la realidad.
Y todavía estamos vivos.
Hai que ver, carallo!*
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*(gallego)
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© 2011 David Lago González
(Madrid, 21-23 de mayo de 2011)
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