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Soy un forajido.
Tanto los hechos como yo mismo, hemos contribuido por igual
a mi condición de proscripto.
Confieso que hasta me seduce seriamente: es como el vértigo de una droga
cuyo efecto nunca pasa, nunca cede,
y cada vez me hace pedir y pedir más, doblar
la dosis hasta alcanzar el riesgo definitivo.
Es como un cántico de Antony Hegarty1,
una desesperada plegaria porque alguien me espere más allá del otro lado.
Es como un bolero atormentado de Maria Bethânia
que va manchando el escenario con las gotas de sangre de sus manos,
y las pisadas de sus pies descalzos van gritando a la hipocresía del mundo
el dolor incompartible de la verdad.
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Sólo los muertos que todavía viven un poco
logran comprenderlo.
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(Madrid, 7 de marzo de 2011)
© 2011 David Lago González
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