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Las camisas del amor
son húmedas. Huelen a sudor.
Huelen bien y huelen mal.
Son blancas y se ensucian de tierra.
Se manchan de hierba.
Se les pega la saliva de los labios deseados,
que son siempre los labios deseosos
de la boca deseable.
Suenan a risa, a sonrisa que mira al cielo
cuando la nuca se arquea hacia atrás,
se curva convexa la espalda,
se tuerce y se retuerce el jadeo en el infinito del vuelo.
Y cierran los ojos. Y todo es oscuridad.
Y gritan, rasgando la tela de la que están hechas.
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(Madrid, 19 de febrero de 2011)
© 2011 David Lago González
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