sábado, 23 de mayo de 2009

Aniversario

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2886555

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Para cuando... (ruido ensordecedor in crescendo,

voces, tráfico urbano, implociones controladas a cámara lenta,

plegarias, olas rompiendo, una copa que cae al suelo, remolino

del polvo en la ciudad, una mañana de campo bajo un árbol

donde canta un pájaro solitario...) quiero

un coche negro tirado por percherones blancos, engalanados

de oro, azul púrpura y turquesa, amarillo cegador y blanco.

Que camine sin sonido sobre los guijarros de Camagüey.

Con dificultad y suavidad, como las caderas de una jamaicana

que porta sobre su cabeza un atado gigante de ropa sucia

y baja por la calle de mi infancia, se detiene en el inoportuno

poste de la luz que corta la acera en “cuánto me falta”

y “en ya falta menos”, deja el lío de ropas en el suelo,

se seca el sudor, y vuelve a ponérselo sobre las “pasas” recogidas

valiéndose de una mano que apoya sobre el mundo

que se hunde en la grasa de sus caderas, y con la otra sujeta arriba

el otro mundo y echa a andar de nuevo... Es una cuestión

de equilibrios que el mundo de arriba y el de abajo cohabiten

el mismo universo de mis ojos, que quieren entonces

ser los ojos del mundo... o al menos, de otro mundo...

el mío.

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Yo voy a pedir por esta boca, no me importa nada lo que diga el populacho.

En fin de cuentas, siempre van a hablar...

Yo quiero que Joni Mitchell, y todas sus amantes,

y toda la prole celestial de ángeles de Vancouver y alguna de Québec,

rememoren “la última vez que vi a Richard”

como si realmente volvieran a ver a Richard por última vez

caminando a mi lado, tendido entre el coche orlado y los percherones

de patas peludas cuanto más cerca de los cascos,

y lo recuerden con esa voz entre la diznea y el foso de la ópera.

Quiero que Whoopie Goldberg se siente al piano otra vez

y comience quedamente a repetirme que tuve todo cuanto quise,

que la carencia quizás sólo fue una cuestión de destiempo,

y de equilibrio entre los mundos, pero que el resultado ha sido millonario,

y la cosecha la mejor habida en el universo

a pesar de todos los pronósticos

y de todo cuanto los miserables hicieron en uno y otro lado.

La miseria ni siquiera tiene conciencia del asno que golpea

porque ella, con sus ellos, se alimentan del golpe contra el lomo

y si el lomo desaparece, siguen golpeando

y golpeando,

para escucharse a sí mismos en su vana victoria.

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Por eso

yo voy a pedir por estos ojos

despertarme a la mañana de Chelsea

como antes de saber que sufría por ti

todo lo que la daga aventuraba en su filo mellado,

tudo machucado, tudo machucado

el corazón del apasionado que se lanzaba

por este camino de palabras que conducen hacia la locura,

la locura que es dolor del que no vuelve

pero escapa para siempre de lo ramplón y lo siniestro

entre los cascos de los caballos.

Mayo 2009.

© 2009 David Lago González

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foggy

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