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NOTA DEL BLOGGER: Ayer tarde, revisando papeles viejos que han quedado de otras limpiezas, encontré este poema que pertenece a un libro que el éter engulló con voraz apetito.
En esta ocasión, a pesar de estar incluidos en la dedicatoria general, quiero dedicarlo muy especialmente a mi amigo Elio Poblador, y a mi amigo Oscar León Morell que recientemente murió durante la Semana Santa.
En el poema soy indulgente hacia nosotros mismos. Releyéndolo ahora me doy cuenta del matiz trágico que quise omitir o que tal vez no supe distinguir en el año 2000 cuando lo escribí. Digo "Y nos separamos: eso fue todo." Cuando menos, es inexacto: eso NO fue todo.
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Elogio de la escoria (A Whole Lotta Love)
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...fracasados convertidos en asiduos de las cervecerías.
Isaac Babel
(tomado de las notas de su interrogatorio en la Lubianka)
Este poema está dedicado a tanta gente que es imposible nombrarlos a todos
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El Bosque es hermoso, a pesar de todo.
Excepto cuando llueve y todo se convierte en un lodazal. Pero en los días secos y soleados, si entrecierras los ojos y si tienes la suficiente imaginación, cuando entre los párpados miras la hojarasca, puedes pensar por un segundo que atraviesas el fantasma de Bavaria.
Aquí
he visto yo acuchillar a un hombre casi anciano que corría como una liebre, de mesa en mesa, de árbol en árbol, hasta que fue acorralado contra el mostrador donde se expendía la cerveza.
Aquí
hemos tenido la vida pendiendo de un hilo, y esa vida no ha sido más consistente que la espuma que el chorro del termo producía al chocar contra el fondo del cartón encerado de los vasos: un mero roce mal recibido contra la crápula y habríamos durado menos que el anciano que vi desangrarse.
Aquí
he venido con mi amante, y con el padre de mi amante, y años más tarde con el hijo de mi amante, todos como en una gran familia, escuchando cuentos de isleños de Canarias o rumores de barrios orilleros.
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El Bosque es hermoso, a pesar de todo.
Aquí detrás, contra esa valla de alambre y cuando todavía no habían instalado los termos, estuve en dos noches distintas con un hombre rubio muy hermoso, de pelo rizado y ojos verdes, que se desnudaba por completo tendido en la tierra contra el alambrado y la vergüenza de ser poseído le provocaba tal rigidez mortis que el placer se convertía en la proeza de descorchar una botella con uñas y dientes.
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Pero El Bosque sigue siendo hermoso, a pesar de todo.
Claro que en esta ocasión —ni en ninguna— no hemos venido a admirar su belleza, sino simple y ramplonamente a emborracharnos como eso que dijo Babel entre sus delaciones: “como fracasados convertidos en asiduos de las cervecerías”.
Pero esta vez será la última porque también hemos venido a despedirnos: el Gran Hermano ha enloquecido un poco más, ha separado las aguas del Jordán y ha dicho que todos a los que su simpatía nos es indiferente, podemos cruzar a la otra orilla (donde nos esperan cosas terribles, pero, qué más da; en todo caso, sería un simple cambio de avernos).
No estamos todos, pero estamos muchos.
Es de tarde en la isla tropical y las nubes, como un termo de cerveza incontrolado, se quiebran de improviso vertiéndonos encima sin la más mínima piedad toda la carga que han ido acumulando durante días: todo es excesivo en estos prados.
Nos refugiamos bajo los arcos de un puente y continuamos con nuestra cantaleta del adiós. El repertorio es variado, casi infinito y muy intenso: hoy nuestros ánimos requieren del rock duro el estruendo de su evasión con todo su rigor —en fin de cuentas, nos vamos al infierno—.
In the sunshine of your love, in my white room, summer in the city, born to be wild, y nuestra mayor y absoluta realización musical: “A Whole Lotta Love”.
“You need cooling, baby I’m not fooling,
I’m gonna say <yeah, go back to schooling…>”
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Carlos Victoria asegura que hay momentos extrañamente mágicos en que alcanzo la perfección de la segunda voz, pero nuestro amigo es un borracho empedernido y ha devenido en una total escoria, eso ya lo sabemos, así que, cual Olga Guillot, miente porque su maldad le hace feliz.
Pedro Castro introduce la cuña de su versión ególatra de “Bajo un palmar” y rompe el ruido de la lluvia con el absurdo de la forzada letra:
“Era en una playa de mi tierra tan querida, a la orilla del mar.
Era que allí estaba celebrándose una gira debajo de un palmar.
Era que estaba precioso, con el color de rosa de mi traje sencillo y sin igual.
Era que yo era novio mío, y me sentía nervioso entre mis brazos suspirar.
Era que todo fue un sueño, pero logré mi empeño porque ME PUDE BESAR.”
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La lluvia amaina. Desde lo alto de un barranco comienzan a lanzarnos piedras y a insultarnos: “¡Escoria! ¡Maricones, fuera de aquí! ¡Singaos por el culo!” ¡Qué curioso! ¿Cómo habrán podido adivinar todo eso, desde tan lejos? La gente nos sorprende a veces siendo extrañamente perspicaz. Nosotros, al unísono nos acordamos de Gran Funk Railroad y nos partimos la voz cantándoles “we are an American band...”
We are an American Man.
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El Bosque es hermoso, pese a todo.
Algunos partieron, otros se han quedado, otros se mataron o han muerto, otros tantos han desaparecido y nadie sabe de ellos. No nos pasó nada terrible, en fin de cuentas. Alguna edrada, algún cartucho de mierda, algún palo en la cabeza, un poquito de ácido a la cara, algún muerto nada grave, un escupitazo, cristales rotos, millones de insultos, barcos zozobrantes, locura en alta mar, festín de tiburones, humillaciones, violaciones en los campos de acogida, sed, hambre, y paciencia, mucha paciencia.
Y nos separamos: eso fue todo. También los grupos cuyas canciones cantábamos se separaron: Jimmy Page, Robert Plant, Steve Winwood, Eric Clapton: cada uno va por su camino. Jim Morrison, Janis Joplin, Jimmi Hendrix, sucumbieron a los delirios del averno.
Pocos hemos vuelto a vernos de nuevo; otros nunca volveremos a hacerlo.
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(Madrid, 22 de marzo de 2000)
© 2000 David Lago González
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