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No me anuncies en homenajes;
vivo o muerto, los versos son indivisibles de mí mismo
y ambos valemos lo mismo, mucho, poco o nada.
Si quieres, si quisiste,
alguna vez ser algo,
sólo extiéndeme una mano, tócame, siénteme.
¿De qué me valen tus palabras
si ya no tengo oído para escucharlas:
para que las oigan otros a favor de tu propia vanagloria?
Y ¿quién son esos otros para oír de mí?
Y ¿quién eres tú para juntar unas cuantas palabritas
al lado de un grabado insustancial y que todo quede tan fino, tan educado,
tan intelectual? ¿Es que acaso no sabes que, vivo o muerto,
sigo detestando tal podredumbre?
Como dice esa gran pensadora de los burdeles sabaneros:
“bórrame del cuaderno donde está mi nombre escrito...”
y no me muestres en el escaparate de lo bonito,
junto al dildo usado, la bandera y el bacalao seco,
las cutaras y el twang ergonómico de Calvin Klein;
¡y no me mezcles, por favor!
Respétame, sería el mejor de los elogios:
quiero que mi muerte sea tan anónima como mi vida
y, si es posible, que goce de un poco más de paz.
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(Madrid, 16 de noviembre de 2004)
(C) David Lago González 2004
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