jueves, 9 de abril de 2009

Últimas voluntades

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No me anuncies en homenajes;

vivo o muerto, los versos son indivisibles de mí mismo

y ambos valemos lo mismo, mucho, poco o nada.

Si quieres, si quisiste,

alguna vez ser algo,

sólo extiéndeme una mano, tócame, siénteme.

¿De qué me valen tus palabras

si ya no tengo oído para escucharlas:

para que las oigan otros a favor de tu propia vanagloria?

Y ¿quién son esos otros para oír de mí?

Y ¿quién eres tú para juntar unas cuantas palabritas

al lado de un grabado insustancial y que todo quede tan fino, tan educado,

tan intelectual? ¿Es que acaso no sabes que, vivo o muerto,

sigo detestando tal podredumbre?

Como dice esa gran pensadora de los burdeles sabaneros:

“bórrame del cuaderno donde está mi nombre escrito...”

y no me muestres en el escaparate de lo bonito,

junto al dildo usado, la bandera y el bacalao seco,

las cutaras y el twang ergonómico de Calvin Klein;

¡y no me mezcles, por favor!

Respétame, sería el mejor de los elogios:

quiero que mi muerte sea tan anónima como mi vida

y, si es posible, que goce de un poco más de paz.

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(Madrid, 16 de noviembre de 2004)

(C) David Lago González 2004

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