miércoles, 29 de abril de 2009

ESTOY EN ELLO

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Todo cuanto he hecho o dejado

de hacer (...) está condicionado

por mi incapacidad para soportar

mi propia victoria

como un superviviente.

Jean Améry

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Estoy en ello.

Sé que el yo arrastra ciertas exequias de suave o fuerte resentimiento

y que, en cambio, el nosotros resplandece en la noche

como un elegante puente iluminado

mientras se le mira distantemente desde cualquier colina;

sé de sobra que a la luz del sol también será otra cosa

y que el cemento es gris y opaco.

Sé que no debo jugar con los gamberros del barrio, me lo dijo mi mamá,

y estoy en ello.

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Sé que en lo social debo sonreír, carcajearme y mentir,

una palabra con éste, una frasecita con aquél, un chistecito para el espía,

pero mi abanico está hecho trizas, no tengo donde esconder la cara,

y las casas que tradicionalmente se dedicaban a tal arte

ya están en banca rota;

pero estoy en ello,

ya pedí el crédito para el Fujitsiu silencioso y el ionizado Panasonic

y así poder entrar fresco, pero superviviente,

en la sufrida copa de la gauche divine.

Sé que el vecino no quiere saber que lo que pasó

pasó en este tiempo y no en otro que él no haya vivido

y que sigo sobreviviendo, sin regenerarme,

sin reindustrializarme como un astillero o una mina abandonada.

Pero estoy en ello,

me cambiaré al centro, me compraré un Audi,

insertaré un hilo de silicona y oro entre mis labios estriados.

Sé que no debo mezclarme con los gamberros del barrio,

mi madre me lo dijo hace un rato,

y estoy en ello: cuando les veo, escondo las canicas en los bolsillos

y silbo, mirando al cielo.

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Sé que la vida, o ciertas vidas no entraban en los cálculos

de esa abominable tortura que representa para otros no adaptarse.

Sé lo que significa que te pidan la conciliación; también he sido contable,

he manejado dinero más sucio que el carbón

y hasta he sido elogiado y humillado por mi maestría para acercarlo al blanco.

Pero nadie perdona el horror de la lucidez.

Estoy en ello, desde hace siglos, y sé que la lucidez no es contemporánea.

Mi madre me lo dijo mil veces: no te mezcles con los gamberros del barrio.

Estoy en ello, mamá, te lo juro, pero cada vez hay más necios por estas lindes;

ante sus risas me he desprendido de todas mis canicas,

y estoy en ello, mamá,

tal vez lo consiga,

pero tampoco me queda mucho cielo

hacia el que pueda mirar mientras silbo.

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© David Lago González

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viernes, 24 de abril de 2009

Chiesa dei Carmene

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(c) Giorgio Vido_ Chiesa dei Carmene

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para Isabel Figueroa García-Alix

En vez de tomar el trillado camino de los curiosos organizados,

sales de la Toletta y tuerces a la izquierda,

adentrándote en la vida diaria de los mortales.

A medio andar hacia ninguna parte, la puerta lateral de una iglesia

te invita a dar las gracias a tus muertos, porque este viaje

no es sólo obra de la presencia, sino también de la impresencia

que Valente distinguió como “anhelante”.

El raso rojo que envuelve las columnas,

el púrpura de La Vigilia,

la madera negra del claustro que espera llenarse con las voces de las novicias,

tú sentado en un banco, el recinto solitario,

no hay más oración que el silencio y que quedarte quieto,

turbado por imágenes que buscas, rostros que rastreas, manos que ases en la nada,

voces que se dispersan, ojos, ojos que te avistan y te perciben, asceta allí,

turbado por no más que tu propio pecho.

Varios cirios enciendes a falta de flores,

de las “¡Flores, flores para los muertos!”*

con que aquel sureño ofrendó para siempre la memoria del recuerdo.

Tanto se acumula en la testa que te corona: pequeña sabiduría del ignorante,

versos, vidas, sombras,

parlamentos de la escena que has pisado y vivido en la vida de otros.

Al dirigirte a la puerta, reparas que un haz de decepción

cruza la mirada de la mujer del souvenir y sientes su peso sobre la nuca.

Sales y tomas la calleja hasta la plaza, el pórtico de entrada pone nombre,

y entonces te percatas de que la casualidad no existe.

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(Madrid, 16 de mayo de 2001)

© 2001 David Lago González

domingo, 19 de abril de 2009

I gaze in your eyes

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I gaze in your eyes,

and to my joy I find

that every fear which used to be near,

has gone, gone from my mind.

Cole Porter

Algunas veces

la felicidad no es ya más una simple sensación

sino algo tangible, visible.

Recuerdo, hace tiempo,

una muchacha hablaba a mi sonrisa

como al milagro de una luz

que iluminaba mi rostro, y de paso el suyo.

Acotando los excesos, he pensado

que el amor lleva desde magníficas palabras para el recuerdo

hasta lastimosas consideraciones para olvidar.

Sólo pocos días antes de escribir este pobre reclamo de paz,

yo toqué la gloria de la luz sobre tu almohada. Allí estaba,

como una luciérnaga posada sobre tus labios.

Volaba de ellos a tus ojos y volvía, y volvía

a empezar de nuevo.

La funda tenía líneas azules y blancas, como la sábana,

rematada por un borde que imitaba el denim.

Estábamos debajo del mundo en ese mismo instante,

tú debajo de mí. A nada parecía tenerle miedo,

incluso asuntos tan espinosos como la muerte y la vida.

Me asomo a tus ojos, y para regocijo encuentro

Que todos los temores que solían estar cerca

Se han ido, han volado de mi mente...

Con nada que pensar, ¿cómo podría tropezarme con ellos?

Fantasmas o piedras, qué más da lo que sean.

La luz que hace mil noches di a aquella muchacha

vuelve ahora a mí, verde también,

y en mi desnudez gratifica la tuya.

En la de ambos se crece.

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(Madrid, noviembre 2004)

© 2004 David Lago González

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miércoles, 15 de abril de 2009

Long may you run (Neil Young & Stephen Stills)

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(C) JPereira

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a Enrique Bedoya

Lejos puedes correr,

pero muy de cerca te va a seguir.

No importa hasta dónde llegas,

no importa si bajas al sótano o subes al ático

engarzando perlas, o creyendo

que te has burlado de los pescadores de ostras,

esas perlas van a pesarte como rocas en los bolsillos.

Asegúrate de desnudarte cuando entres al mar

porque no alcanzarías el banco de arena

que en Varadero, mucho antes del atardecer,

asoma su pecado, muestra su oro.

Claro, haz como si nada,

como si nada de lo sucedido hubiera mermado tu fuerza.

Ama con la misma voluntad de descubrir tierras salvajes y dominarlas.

Pero no olvides escupir sobre los utópicos

y con grosería pisar con el zapato repetidamente: el error de sus fantasías

y esperanzas erró en ti la realidad y la cambió por algo

que te hizo fantasmal y viscoso, como un pantano.

Por supuesto, ellos se reúnen a menudo

en sus banquetes de blanco mantel,

escondiendo sus bocas tras el pañuelo manchado por la sangre del abedul.

Y al que al cabo de veinte o treinta años, vuelve otra vez

para enmarcar el corazón bordado y colgarlo en el salón,

a ése, mátalo sin conmiseración,

a ése, del que por mucho que huyas siempre te atrapará.

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(Madrid, 5 de julio de 2006)

© 2006 David Lago González

viernes, 10 de abril de 2009

The lucky few

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Of all the lonely people

you're among the lucky few

if it comes even once in a life.

Kenny Loggins

Nunca te quejes. No te lamentes. No culpes a nadie.

Te escogió la suerte para salvarte de la soledad de ser un viejo sabio

con menos sabiduría que la necesaria para quitar el polvo de los libros.

Sabes que ordenarlos según país o según autor

es algo tan breve como mantenerlos limpios.

Y luego, ¿qué haces? ¿Vuelves otra vez a vaciar los estantes?

¿Quizá quieras mover la librería de lugar para pensar que cambia la estancia

y la vida es otra que la que esos libros ya te demostraron?

Acepta. Acepta. Acepta

que los libros ya tienen su propio lugar guardado en tu corazón.

Estás entre los pocos dichosos

para los que por una vez en la vida,

la soledad será solamente el ala de un porvenir que apenas te roza,

que apenas si te roza lo suficiente como para herirte seriamente.

© David Lago González

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jueves, 9 de abril de 2009

Últimas voluntades

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No me anuncies en homenajes;

vivo o muerto, los versos son indivisibles de mí mismo

y ambos valemos lo mismo, mucho, poco o nada.

Si quieres, si quisiste,

alguna vez ser algo,

sólo extiéndeme una mano, tócame, siénteme.

¿De qué me valen tus palabras

si ya no tengo oído para escucharlas:

para que las oigan otros a favor de tu propia vanagloria?

Y ¿quién son esos otros para oír de mí?

Y ¿quién eres tú para juntar unas cuantas palabritas

al lado de un grabado insustancial y que todo quede tan fino, tan educado,

tan intelectual? ¿Es que acaso no sabes que, vivo o muerto,

sigo detestando tal podredumbre?

Como dice esa gran pensadora de los burdeles sabaneros:

“bórrame del cuaderno donde está mi nombre escrito...”

y no me muestres en el escaparate de lo bonito,

junto al dildo usado, la bandera y el bacalao seco,

las cutaras y el twang ergonómico de Calvin Klein;

¡y no me mezcles, por favor!

Respétame, sería el mejor de los elogios:

quiero que mi muerte sea tan anónima como mi vida

y, si es posible, que goce de un poco más de paz.

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(Madrid, 16 de noviembre de 2004)

(C) David Lago González 2004

lunes, 6 de abril de 2009

Sueños

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Sueños... Esa palabra peligrosa.

Ese acto imposible y falso

que la elementalidad da por obligado,

respuesta segura

antes que pregunta al entrevistado.

El sueño es más largo y constante que un deseo.

Los simples del medioevo

confundían los sueños con alcanzar el cielo

y con fornicar entre las boñigas de las reses.

Los sueños de la infancia son todos inducidos

porque en si la infancia ya es un sueño.

Llegar a ser alguien, y todas las madres

piensan al unísono en la medicina:

la bata blanca inmaculada sin barrunto de sangre,

de forma que la ilusión se duplica en sí misma

al dejar de ser humana para hacerse milagrera.

Nadie sueña con ser poeta o dictador.

O soñar con matar un millón de personas.

O soñar con poseer un millón de aves de corral.

Oh no, Señor, para soñar están las aves del paraíso,

en todo caso el largo cuello de los cisnes

que enamorados dibujan un corazón en el espacio.

Soñar va más allá de querer ser, o querer tener,

y siempre se confiesa en el futuro mencionando el pasado:

niñez o juventud, luego ya no se sueña más.

Luego se alcanza el sueño, oh espasmo excitante.

Luego se deshace el sueño, ah langosta podrida

por un exceso de las corrientes térmicas.

Luego se sobrepasa el sueño, y el mundo se ve mínimo

y resplandeciente desde la oscuridad del infinito.

Yo quiero tener mi sueño, en el que sólo viva yo y nadie más,

porque cuando mi sueño es también el tuyo

puede llegar a ser el terrible espanto de un tercero.

Luego se convierte en un derecho.

Más tarde en un deber.

Y el sueño se hace ley.

Y no hay nada más infeliz que ser feliz por decreto.

Llegó la hora del sueño. Vamos a soñar que todos somos libres,

o que todos somos tontos, o que todos somos luciérnagas

por lo cual la noche ya no existe a causa de nuestra luz.

Y si el sueño se vive de noche y la noche ya no existe,

¿cuándo vamos a soñar, estirar las piernas, dormido

lanzar el brazo hacia el otro cuerpo yacente?

Dormir de día, soñar despierto. Trabajar pues ¿ya nunca más?

¿Nunca más fornicar bajo el aroma del estiércol?

¿Nunca más abominar, odiar, matar, amar, vivir,

escribir un maldito poema para ajustar cuentas con el enemigo

porque ya tampoco hay enemigos, luego no hay poesía?

Y que el tirano piense que es un científico,

y el escribidor un malhechor, y el fontanero de ligeras toxinas

el unicornio perdido de una canción, y Kafka

un enorme insecto alado que me despertaba

cuando había noches bajo el mosquitero...

y cuánto cuidado hay que tener para soñar,

esa palabra peligrosa, ese párpado silencioso

que cae sobre mi mirada y abre una puerta de acaso inescrutable.

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(Madrid, 31 de agosto de 2008)

© David Lago González 2008