Sueños... Esa palabra peligrosa.
Ese acto imposible y falso
que la elementalidad da por obligado,
respuesta segura
antes que pregunta al entrevistado.
El sueño es más largo y constante que un deseo.
Los simples del medioevo
confundían los sueños con alcanzar el cielo
y con fornicar entre las boñigas de las reses.
Los sueños de la infancia son todos inducidos
porque en si la infancia ya es un sueño.
Llegar a ser alguien, y todas las madres
piensan al unísono en la medicina:
la bata blanca inmaculada sin barrunto de sangre,
de forma que la ilusión se duplica en sí misma
al dejar de ser humana para hacerse milagrera.
Nadie sueña con ser poeta o dictador.
O soñar con matar un millón de personas.
O soñar con poseer un millón de aves de corral.
Oh no, Señor, para soñar están las aves del paraíso,
en todo caso el largo cuello de los cisnes
que enamorados dibujan un corazón en el espacio.
Soñar va más allá de querer ser, o querer tener,
y siempre se confiesa en el futuro mencionando el pasado:
niñez o juventud, luego ya no se sueña más.
Luego se alcanza el sueño, oh espasmo excitante.
Luego se deshace el sueño, ah langosta podrida
por un exceso de las corrientes térmicas.
Luego se sobrepasa el sueño, y el mundo se ve mínimo
y resplandeciente desde la oscuridad del infinito.
Yo quiero tener mi sueño, en el que sólo viva yo y nadie más,
porque cuando mi sueño es también el tuyo
puede llegar a ser el terrible espanto de un tercero.
Luego se convierte en un derecho.
Más tarde en un deber.
Y el sueño se hace ley.
Y no hay nada más infeliz que ser feliz por decreto.
Llegó la hora del sueño. Vamos a soñar que todos somos libres,
o que todos somos tontos, o que todos somos luciérnagas
por lo cual la noche ya no existe a causa de nuestra luz.
Y si el sueño se vive de noche y la noche ya no existe,
¿cuándo vamos a soñar, estirar las piernas, dormido
lanzar el brazo hacia el otro cuerpo yacente?
Dormir de día, soñar despierto. Trabajar pues ¿ya nunca más?
¿Nunca más fornicar bajo el aroma del estiércol?
¿Nunca más abominar, odiar, matar, amar, vivir,
escribir un maldito poema para ajustar cuentas con el enemigo
porque ya tampoco hay enemigos, luego no hay poesía?
Y que el tirano piense que es un científico,
y el escribidor un malhechor, y el fontanero de ligeras toxinas
el unicornio perdido de una canción, y Kafka
un enorme insecto alado que me despertaba
cuando había noches bajo el mosquitero...
y cuánto cuidado hay que tener para soñar,
esa palabra peligrosa, ese párpado silencioso
que cae sobre mi mirada y abre una puerta de acaso inescrutable.
(Madrid, 31 de agosto de 2008)
© David Lago González 2008