viernes, 6 de agosto de 2010

la perrita atada al álamo

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3.  La perrita atada al álamo

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Era un hombre mayor, de unos setenta años.

Se ataba el pantalón con una cuerda,

no sé si por promesa o por miseria.

Tenía el pelo blanco, ancho el cuerpo en el centro

y afinadas las piernas, como las jamaicanas.

Casi no hablaba, quizá por dignidad o por vergüenza.

Sus modales eran finos, cosa mala para algunos.

Y él llegaba temprano, a eso de las siete de la mañana;

ataba su perrita sata al álamo del portal y le pasaba la mano para que no ladrara;

luego entraba en la casa y se ponía a limpiarla

desde el fondo hasta la calle, como las putas, para echar lo malo fuera.

A pesar de los años, era rápido.

Le brindábamos café, o chucherías, y nunca aceptaba;

creo que una sola vez se quedó a comer.

Sólo consentía la comida que le traía a su perra.

Sudaba mucho, ya no estaba para cargar

aquellos muebles de caoba, más propios de gladiadores.

Era un hombre mayor, canoso engominado,

y ataba su perrita al álamo frente a la puerta,

la acariciaba y le hablaba como a alguien muy querido.

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(Madrid, 21 de mayo de 2000)

© 2000 David Lago González

(de Tributos, “El ciclo del bienestar”)

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