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Caperuza de Camariñas
como corona
cubre la boca de la redoma.
Dentro otra manufactura de sapiencia popular
se hace pardo licor azucarado y subido de tono.
Alambique milenario son las manos
de la buena Maruxa.
Interior de la alegría y bastilla
que acumula en su oscuridad restos secos de heno,
vida vivida y sufrida, polvo de las calizas
que conforman las lindes de todo sueño.
Hay quienes para los que los sueños se resisten
y encuentran sombras donde debía lucir la luz.
Pero la vida se acomoda en el equilibrio de los años.
Encuentra sitio propio, teje
o prepara mejunjes de exquisito paladar.
Ve la televisión. La fuente del patio
rememora la música del agua
que una vez trajeron los árabes hasta estas tierras tan arribas.
Tan arribas que sólo están a un paso del cielo y del mar. Más arriba Camariñas,
pueblos atrapados entre las olas y los riscos,
enriquecidos de contrabando y provocadora naturaleza.
Una soda en la terraza.
En una isla lejana, allá por la década del veinte del pasado siglo,
las muchachitas Fagundo también hacían encaje de bolillos, cuenta ella,
pero la más avezada era la diminuta Bertha. Vida dura
pero más dulce, quizás porque la melaza todo lo disfraza.
Camariñas y yo,
pueblos atrapados entre las olas y los riscos,
enriquecidos de contrabando seductor y provocada naturaleza ya dormida.
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(Madrid, 23 de agosto de 2010)
© 2010 David Lago González
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(De “ A Rapa das Bestas”)
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Hace un rato conversaba digitalmente con un amigo que esta costumbre (mala costumbre) que llevo ya algunos años haciéndola y consiste en estar empezando continuamente libros que luego dejo inconclusos, no es más que un pobre pretexto para tener siempre algo pendiente que terminar.
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