domingo, 14 de junio de 2009

Un bolero fallido

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NOTA: Este poema, estoy casi seguro que fue escrito inicialmente con anterioridad a la fecha que se indica. Tanto éste como otros, pertenecen a un grupo de poemas sueltos, que nunca conformaron nada parecido a un todo a pesar de que parten de una experiencia común, que se remonta a cuando conocí la primera persona en mi vida allá cuando tenía trece o catorce años (en el actual mundo tan genatiloso y tonto, lo dicho se enmarcaría dentro de los inciertos límites de la pederastia --yo, entonces, como víctima infeliz e inocente que, si no "sabía" en toda su magnitud, al menos sí buscaba, incitaba y jugaba con el atractivo misterio de lo ineludible).

Son poemas con los que nunca quedé satisfecho (por el contrario de la experiencia de la que partieron) y a los que repetidamente volví a lo largo del tiempo (al igual que con la persona que los motivó).

Éste, en particular, juega con la nocividad del bolero. El bolero es una mala medicina por su alto grado de toxicidad y nocividad inmediata y a largo plazo. Son trágicos, pero tremendamente "camp" aunque nunca tan cursi como la copla. Por suerte podemos contar con las grandes cantantes trágicas y los melancólicos cantores de esa música encantada denominada "brasileña". Pero ése es otro tema.

Ahora, hoy, quiero dedicar este poema a un grupo de personas que sé que gustan del bolero, y le admiran, y le sienten, pero, como entre ellas hay rencillas y enemistades, prefiero omitir los nombres: ya cada cual se sabrá aludido.

El autor.

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Hablas: haces bien.

Mejor es que las palabras quiebren

la blanca línea por la que tus labios vuelan.

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Callas: haces bien. Porque mi voz

procura entonces un bolero fallido, y aun perdido el tono,

tu silencio me hace creer que nadie mejor lo ha cantado.

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Si me amas, hiciste bien en besarme

cuando las sombras a las sombras en silencio se entregaron.

Si un brusco giro de la noche hacia otro rumbo te ha llevado,

bien hecho en alejarte: no merece mi paso trémulo andar a tu lado

cuando débil el guardián no sabe defender de las tinieblas

esa luz que dan los besos.

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Y si no atiendes mis versos ignorando su existencia,

qué bien haces: no soy un bardo sin igual para de esa forma elevarme.

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Pero si regresas, si dices que aún entre tus labios

apresado está el gesto de los míos,

no sabes entonces tú el mal que haces,

porque sabiendo yo con qué palabras juegan los boleros,

dejaré deshacer en mis labios el gesto,

cuando después de haberte amado, enmudeciendo bajo el silencio,

de mis brazos te despida con desprecio.

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(Camagüey, Cuba. 1977)

© 1977 David Lago González

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1 comentario:

Zoé Valdés dijo...

Bellísimo poema, me sentí aludida, por lo del bolero. Gracias.