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James Abbott McNeill Whistler, Harmony in blue and silver. Trouville, 1865
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a Emilia Sánchez
Paso el dedo sobre la mesa del salón
y abro un camino de polvo, olvido y pasión
por donde no es agradable transitar.
La casa ya no es la casa, ni el salón es el de siempre,
ni la mesa está siquiera en el espacio original.
Apareció en un almacén de muebles abandonados
sosteniéndose milagrosamente sobre la única pata
que la historia le dejó.
Pero reconocí el repujado que mi padre diseñó
para sus cuatro arcos laterales
y el guerrero que talló sobre las dos puertas
como guardianes de un tesoro incomparable:
la satisfacción de vivir.
O “carpinteiros” de Freituxe, pensé.
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Pasé el dedo sobre la mesa del salón,
abrí otra vez el mismo camino
ya cubierto nuevamente de polvo y hojas secas.
Ahora la mesa estaba en medio de un descampado
más allá de cruzar el asqueroso riachuelo que cierra la ciudad,
en cuyas riberas crece la campanilla
con cuyo cocimiento la gente enumera los anillos de Saturno.
Era el campo llamado La Quintica,
adonde iban los maricones y los bugarrones a singar
en lo años 40, cuando la mesa del salón
ni siquiera soñaba con mi dedo sobre su cubierta muñequeada.
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Hay cosas raras en la vida: presentimientos
que luego se hacen tragedia,
mesas de salones tragados por las bocas del dragón
que son capaces de devorar lo inmenso
mas no pueden tragar aquello que insignificante parece
pero encierra la cimiente de la inmensidad.
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Y he ahí donde falla el horror.
Donde prevalece el hombre.
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(Madrid, 10 de julio de 2011)
© 2011 David Lago González
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