lunes, 11 de julio de 2011

La mesa del salón

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James Abbott McNeill Whistler, Harmony in blue and silver. Trouville, 1865

James Abbott McNeill Whistler, Harmony in blue and silver. Trouville, 1865

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a Emilia Sánchez

Paso el dedo sobre la mesa del salón
y abro un camino de polvo, olvido y pasión

por donde no es agradable transitar.

La casa ya no es la casa, ni el salón es el de siempre,

ni la mesa está siquiera en el espacio original.

Apareció en un almacén de muebles abandonados

sosteniéndose milagrosamente sobre la única pata

que la historia le dejó.

Pero reconocí el repujado que mi padre diseñó

para sus cuatro arcos laterales

y el guerrero que talló sobre las dos puertas

como guardianes de un tesoro incomparable:

la satisfacción de vivir.

O “carpinteiros” de Freituxe, pensé.

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Pasé el dedo sobre la mesa del salón,

abrí otra vez el mismo camino

ya cubierto nuevamente de polvo y hojas secas.

Ahora la mesa estaba en medio de un descampado

más allá de cruzar el asqueroso riachuelo que cierra la ciudad,

en cuyas riberas crece la campanilla

con cuyo cocimiento la gente enumera los anillos de Saturno.

Era el campo llamado La Quintica,

adonde iban los maricones y los bugarrones a singar

en lo años 40, cuando la mesa del salón

ni siquiera soñaba con mi dedo sobre su cubierta muñequeada.

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Hay cosas raras en la vida: presentimientos

que luego se hacen tragedia,

mesas de salones tragados por las bocas del dragón

que son capaces de devorar lo inmenso

mas no pueden tragar aquello que insignificante parece

pero encierra la cimiente de la inmensidad.

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Y he ahí donde falla el horror.

Donde prevalece el hombre.

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(Madrid, 10 de julio de 2011)

© 2011 David Lago González

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